Solo la arquitectura

Hemos vivido una época de fuegos artificiales en el mundo occidental. Y por eso hoy padecemos la sobredecoración de tantos y tantos hoteles, de tantos y tantos restaurantes, de tantos y tantos bares de copas. No hay más que plantarse delante un quiosco, o sumergirse en el mar de revistas de un Vips, para entender lo que ha sucedido y por qué todo esto nos ha explotado en las manos. Ojeemos un rato Vogue, Elle, Telva, Arquitectura y Diseño, etcétera… Entran por los ojos mil colores, un millón de formas, un universo entero de pose. Nos suenan enseguida los nombres rutilantes de Tomás Alía, García de Vinuesa, Hayón, Bouroullec, Campana… Incluso los cursilones Victorio y Lucchino… Hoteles, restaurantes y bares de copas como Roommate Óscar, Sol y Sombra, Le Garage, Asiana

Pero hay otros fuegos en otras esquinas del mundo que no son artificiales. Responden a apellidos nada o poco conocidos. Apenas se hacen notar. Casi no existen. Y quedan algo escondidos en el corazón de ciudades olvidadas por el dios del desarrollo, aunque ahora emerjan para significarse entre los poderosos. El futuro probablemente les pertenezca. Y por eso quiero dejar de lado nuestro parnaso artificial para que ahora hablen los otros que siempre callaron. Arquitectos como Hernán Perochena y Javier Boza, cuya intervención en el centro histórico de Arequipa (Perú) frena, al menos por ahora, la aparición de los fuegos artificiales por estos bandullos del continente americano.

Me emocionan las imágenes de su restaurante Paladar 1900, edificado sin ruido sobre las ruinas de una casa muy fea que miraba, eso sí, al río Chili. Como en tantos otros lugares propicios para los fuegos de artificio, la tentación aquí era sacar de la chistera los habituales códigos del «respeto por la tradición, pero con las comodidades del siglo XXI» que siempre leo en todos los folletos recurrentes. Lo fácil habría sido seguir el manual del imaginario colectivo Sigue leyendo