La capacidad de disquisición no parece tener límites en tiempos de crisis. Baleares, uno de los destinos más tocados por el bajón turístico, no para de inventar procedimientos para salir de esta situación. Y cada propuesta siempre es considerada una gran noticia. Lo último ha sido un estudio elaborado por la Cámara de Comercio de Mallorca para localizar el emplazamiento de una treintena de productos turísticos con vistas a promocionar una oferta multi-producto de la isla. A los ya consolidados argumentos del sol y playa se quieren añadir ahora el enoturismo, el oleoturismo, el turismo gastronómico, el cicloturismo, los cursos de idiomas, el golf, el cámping ordenado, el excursionismo, un turismo rural más viable, la pesca, el turismo ornitológico, el ecuestre, el arqueológico, el etnográfico, el industrial, el shopping, las bodas, el ludoturismo, o sea, el de los casinos de juego, el de salud y belleza, el lingüístico (?), el de congresos, el de city-breaks… En fin, un poco más e incluyen la escalada sobre hielo.
En consecuencia, los destinatarios de esta multioferta son igualmente múltiples. Solteros, casados, jóvenes, adultos, provectos, familias, grupos de amigos, colectivos de gay y lesbianas, bisexuales y transexuales, infantes y mascotas… Solo faltan los leones.
Menos gracia supone para los bolsillos de quienes viven del turismo balear el que por toda ocurrencia sus responsables entonces cantos de sirena e himnos seráficos en loor de la bien nutrida isla mediterránea en instalaciones turísticas. Por supuesto que esta multiactividad de mochuelo acaba encontrando sus olivos respectivos. Nichos tiene el mundo suficientes para contentar a todos. Sin embargo, la reconversión que el destino balear exige no debe distraernos de lo esencial, que es el seducir a los viajeros –sus consumidores– con una experiencia inolvidable de su estancia en las islas. Porque, a fin de cuentas, la propuesta de la