Es mi rutina diaria en Nueva York. Si no alcanzo a tomar el metro, llamo a un taxi de los miles que circulan arriba y abajo por las avenidas. Apenas me subo, desembolso el iPhone y tapeo la app Way2Ride a la que están suscritos la mayoría de los taxistas. Otros usan cada vez más la controvertida Uber. Nada más abrirse la aplicación, aparecen dos botones: I Need A Taxi, que me serviría para avisar a alguno en caso de vivir en el extrarradio, y I’m In The Taxi, con el que voy a señalar que ya estoy montado en él. Y nada más. Al llegar a mi destino, como sugiere el anuncio de televisión ad hoc, abro la puerta y saludo al taxista que me ha transportado hasta ahí con un complaciente bye bye.
En Nueva York va siendo habitual no pagar los taxis. Ni alguna que otra bagatela de las que se venden en los almacenes Macy’s. Pronto tampoco habrá que abonar los viajes en Sigue leyendo