Mi viñedo, mi bodega, mi casa

Mientras España -el país- languidece en medio de una fuerte crisis económica, laboral, emocional y filosófica, los españoles -algunos- salen a comerse el mundo con mucho trabajo, nuevas ideas y la dosis necesaria de riesgo. Uno de ellos es José Manuel Ortega, heredero de la marca vitoriana Fournier que tanto juego nos ha dado al mus, al tute y a las siete y media. Antes que abrir más casinos mercuriales en Las Vegas, que habría sido lo lógico, Ortega tuvo el gusto de echarle un órdago a Baco y crear de cero su propio grupo bodeguero: O. Fournier. Su objetivo, en 2000, fue producir 1,5 millones de botellas de vino de alta calidad en Argentina, Chile, Portugal, la Rioja y Ribera del Duero. Los he catado y confieso que son muy buenos.

Quizá porque todo españolito llevamos dentro un promotor inmobiliario -si no, no se explica la actual saturación cementífera del país-, José Manuel Ortega se ha ido a Argentina para desarrollar un proyecto ad hoc con la curtiembre que da el turismo de golf. Solo que, en lugar de ofrecer un campo de golf con sus casitas monas alrededor de cada hoyo, lo que pretende ahora Ortega es Sigue leyendo

Enoturismo: el viñedo a sorbos

Como miembro del Comité Técnico de San Sebastián Gastronomika me tocó, el pasado 22 de noviembre, presentar un corto debate sobre de qué manera se fusionan gastronomía y turismo en el disfrute del vino. Esto es, el enoturismo. En qué medida aportan el viñedo, la bodega, la oficina de ventas, la cata, el maridaje (que algunos espíritus libres prefieren llamar armonización), el hotel o el destino en sí a esta naciente actividad humana consistente en disfrutar con los cinco sentidos de un viaje a lo grande que no exige necesariamente un gran desplazamiento. Qué papel juega cada una de estas instancias en esta actividad mitad turística, mitad industrial y agraria. En un artículo posterior desglosaré algunos de los conceptos que fueron vertidos en aquel debate del Kursaal por mis contertulios Ferran Centelles, sumiller de elBulli, y Martín Rigal, propietario del Cavas Wine Lodge.

Dos meses antes de la fecha me pregunté cómo «armonizar» la comprensión del debate con sus reglas físicas -la distancia entre el escenario y el auditorio- a fin de convertirlo en un evento ameno, singular, provechoso y hasta cierto punto sensorial, ya que no estaba previsto que ninguno de los asistentes degustara nada ni viajara a viñedo alguno. No íbamos a salir del ámbito de la Concha ni del barrio de Gros.

Así es que tomé la ruta de cordillera y, después de siete horas de viaje, me planté en la región enoturística de Mendoza, en Argentina. Durante tres días, cámara en mano, me dediqué a filmar todo cuanto veía y a entrevistar a los protagonistas de esta hermosa actividad humana enraizada en la tierra y en el aire, en el paladar y en las venas, en la palabra y en los sabores de lo añejo. A mi regreso lo monté de la que manera que entendí y me llevé su resultado a San Sebastián.

El video sirvió de presentación e inicio del debate. Que no se diga que no somos multimediáticos. Ninguna mención a cómo se elabora el vino, ni de qué vinos se trata. Solo nos referimos al regusto que el viajero extrae en su visita por una denominación de origen que ha sabido unir simplemente, sin retorcimientos mercadotécnicos, las culturas del vino y el paisaje, los objetos de su degustación y el puro viaje.

 

Fernando Gallardo |