Adiós al mostrador de recepción

recepcionLlegué muy tarde por la noche. Desde el exterior, el hotel parecía cerrado, inhóspito. Las luces, apagadas. El sereno, acostado sobre un sofá. Abiertas las puertas correderas de cristal, atisbé al fondo la figura monolítica de una persona uniformada tras una expendeduría de formica oscura. No alzó la mirada. Apenas gesticuló en la comodidad de su apoyadero habitual. Si acaso barruntó un saludo formal al aproximarme a él, con las maletas a cuestas. Sus ojos permanecían escondidos detrás de unas lentes gruesas, al abrigo de la penumbra. Su respiración, aún más gruesa que sus gafas, delataba nocturnidad. Cumplió meritoriamente con su tarea desde el primer momento, cuando me pidió el pasaporte, las tres firmas de rigor y una tarjeta de crédito… «como garantía de que no se irá sin pagar», añadió con la cortesía que le venía aprendida de la escuela de hostelería. Era el recepcionista.

Sucedió la semana pasada. Pero bien podría haber sucedido cualquier noche del mes pasado, del año pasado, del fin del milenio. O en cualquier otro momento de mi niñez en que la amabilidad oficial se cumplimentaba con un «Dios guarde a Vd. muchos años» (sin Sigue leyendo