
Recuerdo que en cierta ocasión, hace ya algunos, bastantes, años, un alto empresario francés al que acababa de conocer me invitó a dar una vuelta en su jet privado. Conectamos personalmente gracias a una conversación sobre el futuro tecnológico de las ciudades y, como quien saca las llaves de su coche, me subió a un Falcon 900LX en la Terminal Ejecutiva de Madrid-Barajas con la promesa de regresarme pronto a casa. El lujo a bordo era apabullante. Enseguida descorchó una botella de champagne y brindamos por el principio de una hermosa amistad, sin los preámbulos bélicos o clandestinos de Rick y el capitán Renault en la película Casablanca. No sabía adónde aquella insólita aventura me conduciría, pero estaba convencido de que sería una experiencia inolvidable.
Apenas dos horas después del despegue, casi sin darme cuenta, mi anfitrión apuntó con el dedo hacia abajo. Por la ventanilla del avión columbré, atónito, las letras de su apellido inscritas sobre la cubierta de un hangar enorme aposentado junto a una pista Sigue leyendo




«Eppur si muove», exclamó Galileo Galilei con la tozudez característica del científico tras retractarse ante el tribunal de la Santa Inquisición por su heliocentrismo copernicano, según el cual es la tierra la que se mueve alrededor del sol y no al revés. Vosotros seguiréis pensando en un mundo estático donde todo orbita en torno a