La suerte del bitcoin

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Como era de esperar, la Comisión de Valores de Estados Unidos (SEC, por sus siglas en inglés) rechazó esta semana pasada la solicitud de los gemelos Winklevoss para la creación de un fondo referenciado al bitcoin que se negociaría en la Bolsa de Wall Street. El interés de Tyler y Cameron Winklevoss, los famosos hermanos que se dejaron robar la idea matricial de Facebook por Marc Zuckerberg, pero invirtieron gran parte de la indemnización recibida en bitcoins, consistía en estimular el uso global de esta criptomoneda mediante la creación un fondo de inversión ETF (Exchange Traded Fund) cotizado en el mercado de valores con las mismas características de una acción bursátil. La caída del valor del bitcoin, inferior al 10 por ciento, informaría de la cantidad de bitcoins que podría estar en manos de los emprendedores gemelos en un mercado dominado hoy por China.

Este rechazo no tiene nada de sorprendente, habida cuenta de que el bitcoin es una moneda digital que se escapa al control de los gobiernos, dado su carácter global, empeñados últimamente en construir muros que eviten la libre circulación de bienes y personas, como es el caso de Estados Unidos y su Trumpmanía, el Brexit y los sones de ruptura de la Unión Europea tras un posible triunfo de Marine Le Pen, en Francia, Geert Wilders, en los Países Bajos, así como la precaria situación de Angela Merkel, en Alemania, y los siempre inestables gobiernos de Italia.

A pesar del rechazo, los gemelos Winklevoss declararon de inmediato que aceptaban la resolución y seguirían intentando en el futuro la aprobación de la SEC cuando el mercado de bitcoins incrementara su estabilidad y fiabilidad. La tendencia de futuro hacia las criptomonedas avalan la perseverancia de los hermanos y coloca al bitcoin en la mejor posición entre las monedas digitales para su difusión internacional.

Lo extraño de la resolución han sido los argumentos esgrimidos por la SEC y publicados con todo detalle en su página web: que no existen suficientes garantías anti-fraude para los inversores y que este tipo de activos carece de regulación. Idénticos motivos por los que los reguladores mantienen en vilo a las plataformas tecnológicas Airbnb y Uber. La labra del futuro no está exenta de obstáculos institucionales.

Extrañeza, decimos, por ausencia de rigor, vigor y pundonor en lo expresado. El primer argumento es cierto. No hay manera de asegurar por ahora la imposibilidad del fraude en las transacciones con bitcoins, pese a la enorme seguridad que ofrece la tecnología Blockchain con la que operan las criptomonedas, tanta que hasta el sistema bancario internacional la ha acogido para generar más transparencia en sus operaciones financieras. Blockchain funciona como una enorme hoja de cálculo compartida en la que cada movimiento queda registrado, codificado y a la vista de todos. En el futuro, todo figurará inscrito en la tabla Blockchain, desde nuestra identidad personal hasta el número de bastidor del vehículo que utilicemos o la talla de nuestros zapatos. La sociedad digital, como nos hemos saciados de repetir, será indefectiblemente una sociedad transparente.

Pero es verdad que las transacciones de bitcoins no están libres de fraude, como se demostró hace unos años con el escándalo de la casa de cambios digitales Mt. Gox. Ahora bien, la SEC debería haber considerado en su argumento que el mayor fraude financiero de la historia, protagonizado por Bernard Madoff, se consumó en dólares. O que los papeles de Bárcenas, en España, mencionaban transacciones en euros. Al lado de estas poderosas monedas, los fraudes en bitcoins hasta la fecha tendrían la consideración de un inocente juego en familia, como el del Monopoly.

Igualmente es totalmente cierta la sospecha de que el bitcoin es utilizado para el tráfico de drogas, la trata de blancas y el comercio de armas. Lo cual no debe ocultar que las principales divisas utilizadas hoy en el tráfico de drogas, la trata de blancas y la carrera armamentística en el mundo entero son el euro y el dólar norteamericano. Estaríamos dispuestos a escuchar a quien reclamara la prohibición del dólar o del euro por dar amparo a estas transacciones delictivas.

En segundo lugar, la comisión expresó su rechazo a la petición Winklevoss debido a que los mercados en los que los bitcoins se negocian actualmente no están regulados. Tampoco esta afirmación es del todo verdadera, pues sí que existen algunos mercados como Luxemburgo, miembro fundador de la Unión Europea, que no tardaron mucho en regular esta criptomoneda y otras actualmente en circulación. En su informe, la SEC anticipaba un futuro favorable al bitcoin como «una criptomoneda en la primera etapa de su desarrollo que, con el tiempo, podría ser aceptada en Bolsa debidamente regulada y con un tamaño de mercado más significativo que el actual».

Este hincapié en la obligatoriedad de un marco regulador es extemporánea, si somos capaces de entrar a fondo en la naturaleza garantista de cualquier legislación. Al igual que sucede con el alquiler turístico y el servicio de transporte privado, canalizados a través de plataformas digitales tipo Airbnb y Uber, podría entenderse que todas estas actividades, incluidas las transacciones con bitcoins y otros derivados del sector fintech, están suficientemente reguladas por la dinámica operativa de las propias redes sociales que configuran dichas plataformas. Lo crucial en el desarrollo de cualquier actividad económica es el establecimiento de un escenario de confianza, que hasta el presente han representado las instituciones públicas. Pero esto no era así antes de la era capitalista democrática, cuando la confianza residía en el poder absoluto de los reyes y los señores feudales. Tampoco tiene por qué ser así en el futuro.

No debemos olvidar que el bitcoin está sometido a importantes fluctuaciones de valor, lo que resta confianza a la divisa e impide su adopción masiva por parte de la ciudadanía. Tampoco deberíamos olvidar, en consecuencia, que la moneda más fuerte del mundo, el dólar norteamericano, nació entre fuertes tensiones derivadas de una guerra de independencia y sus posteriores secuelas en los conflictos internos de Estados Unidos. Si las personas digitales consideran la necesidad de una moneda global, tarde o temprano asegurarán su estabilidad y permanencia en sus monederos virtuales. Y el bitcoin se ha situado, bajo la aureola mítica de su fundación anónima y la oposición de los gobiernos nacionales a adoptarla, como la criptodivisa con mayor demanda futura, a vista de sus avales actuales.

Entendemos que los gobiernos se resistan a adoptar ninguna moneda global so pena de perder su capacidad de intenvención en la economía nacional. Ya bastantes disgustos está dando el euro, que es la moneda unificada de numerosos países europeos, como para justificar la incursión en los mercados de una nueva moneda completamente fuera de su control. Sin embargo, la experiencia obtenida con la crisis financiera que desencadenó en la Gran Recesión de 2007 se ha saldado con un desgaste abrupto de la confianza depositada hasta entonces en los gobiernos, cuyas políticas monetarias han contemplado desde los principios del capitalismo moderno la devaluación de la moneda nacional como método artificial de competitividad y la falsificación legalizada de moneda, como un instrumento de control de la inflación. En Europa, los rescates financieros e institucionales acabaron por ahondar el descrédito gubernamental ante una ciudadanía sometida con virulencia a los desahucios hipotecarios, cuando no a la depreciación del dinero en un entorno global cada día más competitivo e implacable.

Así las cosas, ha llegado el momento para zarandear el sistema de confianza que fundamenta las relaciones económicas y, con él, la utilidad de los gobiernos y las monedas nacionales. Un mundo en transición hacia la globalización y la digitalización social requiere ideas globales y plataformas digitales. Ha llegado el momento del dinero criptográfico. Ha llegado el momento del bitcoin.

No va resultar nada fácil asistir al desarrollo de las monedas digitales mientras las viejas monedas nacionales entran en declive. La conciliación necesaria entre la regulación institucional democrática y la autorregulación tecnológica en las redes sociales exige comprender y asumir las claves políticas, filosóficas, sociológicas y culturales del cambio. Los estados democráticos, tal y como hoy los conocemos, deberán evolucionar hacia los estados de las redes sociales, cada una con su propia idiosincrasia y regulación interna, mientras se conformaría al final del ciclo un imperio planetario capaz de aunar voluntades, creencias, culturas y estilos de vida individuales.

El futuro de la especie humana se vislumbra más individual y, al mismo tiempo, más social. Y, lo mejor de todo, el buen gobierno planetario no residirá en un antojo político, ya sea de izquierdas o derechas, ya nacional reduccionista o global expansivo. La responsabilidad del buen gobierno corresponderá al mejor gestor de todos y cada uno de los individuos. A quien conozca, uno a uno, a todos los ciudadanos, sin las torres de cristal que han identificado a los gobiernos históricos en cualquier fecha. A quien se preocupe y ocupe del bienestar de todos y de cada cual. A quien optimice los recursos, no para redistribuirlos como hasta ahora acontecía en un sistema primitivo, sino para dar luz verde o roja alternativamente a fin de lograr la fluidez necesaria en el tráfico de transacciones. A quien sea capaz de establecer un sistema de gestión política más eficiente, más sólido y duradero, más racional, más justo, más avanzado, más tecnológico, más matemático y… desprovisto de la emocionalidad que históricamente ha beneficiado a unos y perjudicado a otros.

El gobierno del futuro global será un algoritmo.

Su investidura no es inminente. Transcurrirán probablemente varias décadas, si no siglos, hasta que lo veamos. Pero conviene que, a diferencia de lo ocurrido con la economía colaborativa, no pille a muchos gobernantes y ciudadanos desprevenidos. La adopción del bitcoin por parte de las empresas, con las cautelas debidas, ayudaría mucho a la comprensión del cambio que se anuncia en el sistema financiero internacional.

El turismo, que en sí mismo es una actividad donde las transacciones se producen mayoritariamente en el ámbito internacional, debería ser pionero en la utilización de las criptomonedas actuales como vanguardia tecnológica de las monedas digitales venideras. Consecuentemente, los hoteles más innovadores deberían ofrecer ya a sus huéspedes la opción de pago con bitcoins.

Algunos alojamientos en España ya aceptan bitcoins. Pronto los daremos a conocer.

Fernando Gallardo |

Un comentario en “La suerte del bitcoin

  1. Reblogueó esto en manodehotely comentado:
    Sr. Gallardo:
    Me ha gustado mucho su articulo, una vez más. Gracias por ello.

    Dos aspectos, desde mi perspectiva pesimista y personal:
    1. Los comportamientos humanos tienden al feed-back el conocido efecto pendulo. De hecho no pocos gobiernos muestran politicas individualistas pero poco globalizadoras.
    2. Este texto no acoje (ni tiene por qué) la frase «Todo cambia para que nada cambie» pero que explica mucho de los comportamientos politicos actuales. Y preveo que tambien en los futuros.

    Aporto que no corrijo. Gracias de nuevo por su blog, lo seguimos leyendo.

    Un saludo.

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