La fiesta del alquiler turístico en Córdoba

patio cordobés

Los patios constituyen el mayor atractivo turístico internacional de Córdoba. Especialmente durante el mes de mayo, cuando el festival y concurso que premia su embellecimiento floral atiborra las calles de visitantes y se originan colas interminables frente a los portales de todos los concurrentes.

Habrá quien considere esta aseveración algo exagerada, habida cuenta de que la ciudad califal concentra su importante herencia musulmana en la mezquita aljama, uno de los monumentos más valiosos del mundo. Casi dos millones de personas la visitan cada año en un ritmo de crecimiento ininterrumpido desde hace 25 años, aunque los patios tampoco se quedan cortos en visitas. Solo durante las dos semanas en que se celebra la Fiesta de los Patios de Córdoba, la ciudad recibe en conjunto más de millón de visitantes en cifras que acaba de publicar el Ayuntamiento cordobés. Ambos atractivos han sido declarados Patrimonio de la Humanidad.

Así pues, la razón de afirmar que los patios y su fiesta constituyen para Córdoba un recurso con más futuro que la Mezquita no radica en su valor histórico y monumental, ni en la actual estadística de visitas, sino en la progresión de su atractivo turístico y en su singularidad universal. Mientras que la mezquita cordobesa compite con otros monumentos religiosos de gran valor, mezquitas incluidas como la Azul de Estambul, la Shah de Isfahán o la de Djenné, en Mali, no existe un parangón a la altura de los patios cordobeses. Su existencia es única. Y refleja más que cualquier otro monumento el desarrollo vital de los habitantes del lugar.

¿Qué es un patio cordobés? A diferencia del ajadinamiento o espacio de solaz con que cabría definir el término patio, el cordobés es un espacio al descubierto de la vivienda que sirve como iluminación y ventilación del resto de las dependencias. Funciona como centro de la vida familiar desde mucho antes de la España musulmana, pues adquiere carta de identidad y hereda su morfología de la época romana. Como bien argumenta la Asociación de Amigos de los Patios Cordobeses, además de presentar la fachada, el patio cordobés se distingue por engalanarse con una multitud de flores plantadas en arriates y macetas, que se cuelgan en las paredes o se colocan sobre el típico pavimento de chino (guijo) local. Junto a la ornamentación floral embellecen el recinto los pozos y las fuentes en una imagen que fusiona el agua, la luz y la vegetación. Algunos incluyen muebles antiguos, enseres de cocina de hierro, fustes, capiteles u otros restos arqueológicos.

El concurso de los patios tiene su origen en 1918, cuando los cordobeses comenzaron a abrir sus corralas al vecindario en una exhibición competitiva por ver quién los decoraba mejor. En 1921, el entonces alcalde Francisco Fernández de Mesa convocó la primera edición del denominado Concurso de Patios, Balcones y Escaparates, en el que establecieron tres premios de 100, 75 y 50 pesetas, que tuvieron sin embargo escasa respuesta. La edición siguiente no fue convocada hasta 12 años más tarde, se interrumpió durante los años de la Guerra Civil española y no se recuperó hasta 1944 bajo el mandato del edil Antonio Luna Fernández.

No fue hasta 1988 cuando se determinaron las bases actuales del concurso y los criterios que debían valorar el jurado: la variedad floral, el cuidado de macetas y arriates y la iluminación natural de los patios. Una década después se dividieron los premios en función de la arquitectura «antigua» y «moderna” de los patios, que en lapresente edición de 2018 se los han llevado los patios de la calle Marroquíes 6, en su versión histórica, y el de Parras 5, en su versión contemporánea.

Desde hace cuatro décadas vengo asistiendo a este Festival en todas las ocasiones que puedo. Es uno de los eventos más polivalentes que hoy pueden disfrutarse en el mundo, pues aúna la estética popular, el arte culto, la música en la calle, diversos certámenes de poesía, cante y baile, en fin, la fiesta de todos los sentidos en uno: el alma expresiva del cordobesismo. Me entusiasma recorrer los patios, conversar con el paisanaje en ellos, tomarme una copita de Moriles a la sombra de sus arriates, cruzar miradas con neoyorquinos, coreanos, franceses, italianos y otras 200 culturas de mi entorno universal. Me excita tomar fotografías de los patios, no como museos de la flora peninsular, sino como momentos hedonistas de mi viaje particular. Y me recreo, camino, me restauro, me aposento y me encuentro con los fundamentos básicos de la felicidad humana.

Pero este año he participado de un hecho extraordinario, que recomiendo a todo el mundo. Este año no me he hospedado en un hotel de los muchos y muy excelentes que siembran la geografía urbana de Córdoba. Este año me he aposentado en el alma misma de la fiesta, en uno de los patios que dan fama al barrio del Alcázar Viejo y, más concretamente, a la calle de San Basilio, acreedora de numerosos premios en el concurso aludido. He vivido la fiesta por dentro, desde adentro. He conocido la verdadera generosidad de sus vecinos al abrir sus casas al visitante sin pedir nada a cambio, durante más de 14 horas al día, sin pausa ni desidia. He aprendido cómo se riegan con pértiga sus macetas más altas, cómo se miman pacientemente sus flores, algunos de ellos durante seis horas al día. He adquirido conciencia del orgullo más noble de sus propietarios al explicar el origen de su patio y los tesoros artísticos que cada uno esconde a desconocidos que nunca volverán a ver en su vida. He saboreado una inmensa variedad de finos, de amontillados, de palos que conviene libar sin apuros, a trago lento. He escuchado cien historias de viejos y algunas de mil y una noches.

Sí, he alquilado un patio cordobés anunciado como vivienda turística en Airbnb.

Nada se puede comparar con la experiencia de vivir en un patio durante la fiesta de los patios. Mi recuerdo de otras participaciones se limitaba a un paseo televisivo por esos recintos y a una desconexión crepuscular de regresar a mi hotel, donde la única evocación de los patios era el recuerdo Instagram, sin el eco siquiera de los almuédanos como sucede en Marrakech.

Por ello creo que, como en la capital merinida, cuyos riads se han podido conservar gracias a su transformación en alojamientos turísticos, el destino viable de los patios cordobeses será inexorablemente su uso turístico. Nada se mantiene indefinidamente por amor al arte. Ni siquiera los patios de Córdoba tienen su futuro asegurado gracias al altruismo de sus propietarios. Tras vivir en uno de ellos la experiencia cordobesa de mi vida, estoy convencido de que el futuro de estos patios será, pese a quien pese, el alquiler turístico. Y lo que deben promover los ediles municipales y las autoridades turísticas cordobesas, con la alcaldesa Isabel Ambrosio al frente, no es solamente la difusión de esta genuina modalidad de alojamiento local, sino la liberación de todo obstáculo al libre emprendimiento turístico de sus tenedores como adalides de una economía más colaborativa, más participativa, más inclusiva, más social y más culta.

El turismo de calidad en Córdoba —sin desdén por sus establecimientos hoteleros, cada vez más lujosos, cada vez mejores— estará asegurado cuando todas esas casas-patios abandonadas a su ruina vuelvan a la vida como viviendas turísticas. Porque visitantes de todos los continentes experimentarán, como yo estos días, la emoción única de habitar, más que de visitar, un patio engalanado de flores como siempre los hubo en la capital califal.

Fernando Gallardo |

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