
“Tan grande es el Cafarnaúm en que se transforma el Tour, caos, desorden, libertad, ciclismo antiguo, cada uno con lo suyo hasta donde pueda. Lucha de voluntades y de inteligencias”. Así relata Carlos Arribas en EL PAÍS la épica jornada ciclista del Col de la Loze en este Tour 2020 aplazado por la pandemia.
Col de la Loze. Méribel. Les Trois Vallées. Para quienes hemos esquiado allí durante varias décadas, el perfil acerado de estas cumbres alpinas merecía una ojeada por televisión a esta 17ª jornada de la ronda francesa, como lo hizo también en directo, a bordo del coche oficial del director de la carrera, el presidente francés Emmanuel Macron.
Aprendí enseguida la lección. Mira lo mismo que un presidente de Francia y verás el horizonte que tiene ante sus ojos. Así que miré, pensé y busqué la lección que Macron aprendió probablemente de este Tour.
Los ciclistas del equipo Bahréin, con Mikel Landa de gran capo, persiguen a los fugados a buen ritmo, conscientes de que esta escapada es solo una exhibición antes las cámaras. Todos en fila circulan a piñón fijo, unos con la mirada estrábica, otros sufriendo y jadeando, y Landa, quizá nostálgico, fatigado. Por detrás aprieta el equipo Jumbo del líder de la ronda, el esloveno Primoz Roglic.
Falta poco para que una pancarta alzada sobre el asfalto anuncie los cinco últimos kilómetros de la jornada. Una eternidad para todos. La pendiente no baja del 12%, pero algunas rampas superan el 23%, como si intentaran la escalada al Mont Blanc. A ver quién ataca, quién es el valiente que da los primeros coletazos, quién lleva el título de ganador escrito en la frente.
Ninguno, a lo que parece. El pelotón de los líderes ataca más o menos compacto estos primeros repechos. Nadie se mueve. ¿Tímidos? ¿Audaces? ¿Estrategas? Nadie sabe. Ni los propios corredores.
Se descuelga el holandés Tom Dumoulin. ¡Pobre!, está desfondado. Ley de la competición. La cámara vuelve a las primeras posiciones de carrera, mientras los comentarios de Perico Delgado nos recuerda a algunos su gran gesta en el Alpe d’Huez. ¿Qué se ve por ahí a la cola? Otro que se descuelga poco a poco, el colombiano Rigoberto Urán.
Y ahí seguimos observando la cabeza de la serpiente multicolor, perdida en las primeras rampas del Col. El también colombiano Miguel Ángel López toma el mando con autoridad. A ver… Sí, eso parece.
Casi al mismo tiempo se descuelga el británico Adam Yates. Y, poco más tarde, la gran esperanza española, el líder de las papayas, Mikel Landa. Pero la máxima expectación está del lado de Roglic, maillot amarillo, y su compatriota Pogacar, maillot de lunares como campeón de la montaña. ¿Quién de ellos vencerá?
Detrás de Landa se cae otro español, Enric Mas. No está solo. Por delante suyo va reculando también el australiano Richie Porte. Nadie ataca. Nadie se la juega. Todos se desgastan, aunque no por igual. Primero se va abajo uno. Después le sigue el otro. Y el siguiente más arriba. La serpiente va perdiendo escamas por la cola.
Tras un desfallecimiento repentino del maillot amarillo, desciende en su auxilio su lugarteniente Sepp Kuss, norteamericano bravío, que no pinta nada en este Tour, salvo pedalear al paso que le marca el líder para eso, para que logre conservar el liderato. Hasta que no puede más y lo deja. También él abajo.
Sí, parecía que el esloveno Tadej Pogacar podía atacar a su compatriota Roglic, pero no era más que una ilusión de espectador cómodamente sentado en su sillón de sobremesa. Una ilusión insatisfecha porque, ¡ay, ay!, que parece que puede, pero no puede. Y no puede, no. Ni plato grande, ni plato pequeño. Pogacar se va cayendo paulatinamente falda abajo de la Loze.
Y no. Roglic tampoco está para muchos trotes. Se queda, se queda… Miguel Ángel López gana la etapa.
Lo visto en la pantalla me hizo pensar enseguida que así será el Tour del Coronavirus. Después de lo vivido este verano, para bien de unos pocos y mal de muchos, las empresas, los ciudadanos, tienen prisa por volver a la normalidad. Eran unas palabras bonitas las que prometían la Nueva Normalidad. Pero, en el fondo de todos los corazones, el imperativo emocional no era otro que retornar a la vieja normalidad. A la normalidad de siempre.
La pendiente de este Tour se nos está haciendo a todos muy cansinas. Algunos intentan acelerar con la ingenuidad del ciclista agresivo, obligado a ganar. Quienes hemos asistido a muchas etapas como ésta de otros Tours anteriores sabemos que un puerto de montaña de categoría especial se vence muchas veces por descarte, no por ataque.
Ahora vislumbro, una detrás de otra, la ristra de empresas turísticas que se irán descolgando conforme las rampas de la crisis económica eleven su porcentaje de desnivel. Acelerar hoy es suicida. Solo cabe resistir con inteligencia y capacidad de adaptación para llegar al collado con menos agujetas de las irremediables, con más moral que la exhibida por Roglic, aquí no más que un segundón. Esta crisis nos deparará un rosario de bajas en la industria del turismo y los viajes. El primero que intente atacar será el primero que se quede fuera de carrera. Hay que pedalear a ritmo, a machamartillo, sin mirar atrás.
Un grueso del pelotón turístico llegará a la cima descolgado, cabizbajo, con espasmos en las pantorrillas y la mirada descompuesta, con mucho tiempo de descuento sobre la cabeza. Pero atravesará la línea de meta abrigado por la toalla del masajista. Tendrá horas, y luego días, para recuperarse. Ese es su triunfo mañana. El resto del pelotón habrá abandonado la carrera en quiebra técnica. Con prisas en las piernas, pero sin ningún futuro en la cabeza.
“Cuando vives cultivando esperanzas imposibles, ya eres un perdedor”, advierte un optimista Umberto Eco.
Fernando Gallardo |