
Esta tarde, mientras sonaban en mis oídos los compases renacentistas de Angelo Branduardi, me han asaltado por casualidad en LinkedIn las palabras del consultor en marketing y formador turístico italiano Federico Belloni. Acompañado el texto con una fotografía de una reserva hecha a través de Booking, mi curiosidad innata ha recaído sobre el contenido de su anotación y la exclamación con mayúsculas que ha enfatizado su inicio:
SONO ESTEREFATTO!!! Una amica albergatrice di Jesolo mi ha detto che ieri un cliente ha prenotato una stanza da Booking…fino a qui ovviamente nulla di strano…ma ha fatto la prenotazione fuori dalla porta dell’albergo, prima di entrare…!!! Si vede che ci sono ancora persone che pensano che con una prenotazione diretta in bassa stagione non risparmiano… Ma è così difficile aprire la porta e chiedere? Ed eventualmente trattare direttamente con l’albergatore il prezzo, che ha tutta la convenienza a venire in contro al cliente per guadagnare qualcosa in più… Come è possibile risolvere questo problema?
Traduzco al español este comentario para proceder a continuación a contestarlo:
¡ATÓNITO ESTOY! Una amiga hotelera en Jesolo [localidad italiana próxima a Venecia] me dijo que ayer un cliente reservó una habitación a través de Booking… Hasta ahora, obviamente, nada extraño… ¡Pero lo que hizo fue esa reserva frente a la puerta del hotel, Sigue leyendo


Llegué muy tarde por la noche. Desde el exterior, el hotel parecía cerrado, inhóspito. Las luces, apagadas. El sereno, acostado sobre un sofá. Abiertas las puertas correderas de cristal, atisbé al fondo la figura monolítica de una persona uniformada tras una expendeduría de formica oscura. No alzó la mirada. Apenas gesticuló en la comodidad de su apoyadero habitual. Si acaso barruntó un saludo formal al aproximarme a él, con las maletas a cuestas. Sus ojos permanecían escondidos detrás de unas lentes gruesas, al abrigo de la penumbra. Su respiración, aún más gruesa que sus gafas, delataba nocturnidad. Cumplió meritoriamente con su tarea desde el primer momento, cuando me pidió el pasaporte, las tres firmas de rigor y una tarjeta de crédito… «como garantía de que no se irá sin pagar», añadió con la cortesía que le venía aprendida de la escuela de hostelería. Era el recepcionista.