Ian Schrager, no cabe duda, ha sido un innovador en el mundo hotelero internacional. No solo porque hizo buen negocio con su discoteca Studio 54, en Nueva York, durante sus años mozos. También porque llegó a imponer un genérico en la hotelería urbana cuando, en 1984, abrió el Morgans, su primer hotel… boutique. Había diseño a raudales, por obra y gracia de Andrée Putman, un vestíbulo convertido en escenario teatral y sus salones estaban decorados con provocadoras fotografías de Robert Mapplethorpe. Eso… un hotel boutique.
Claro que para esa fecha ya teníamos en marcha el diseño del hotel La Rectoral, en Taramundi (Asturias), y contemplábamos un futuro prometedor con una saga de hoteles pequeños y diferebnciados al que añadimos la etiqueta (hoy, otro genérico de la causa) de Hotel con Encanto. Así, salvo en España, los hoteles con encanto en el mundo han acabado identificándose bajo la etiqueta de hoteles boutique.
La bouticomanía ha trascendido las fronteras de los Estados Unidos y también del negocio hotelero tradicional. Aquello que despreciaron durante décadas las grandes cadenas internacionales es hoy pieza esencial de su estrategia de crecimiento. No hay gigante de la hospitalidad que no Sigue leyendo