
Tienes hoy una cena en casa y quieres quedar bien con tus amigos ofreciéndoles un gran vino. Aquel que recibió 99 puntos en la última lista Parker podría ser una buena opción. El problema es que no te queda mucho tiempo para emprender el viaje en su busca hasta la bodega y regresar antes de ponerte el mandil para cocinar lo que tenías pensado. Además, el coste de la gasolina, los peajes y el piscolabis a mitad de camino superaría al de la propia botella de vino. ¡Quiá, es una mala idea!
Por suerte tienes cerca de casa una tienda de vinos. Sí, un intermediario. Alguien que se va a quedar con una parte de tu dinero por tenerte la botella a punto, conservada a la temperatura ideal, sin los costes de almacenaje y transporte inasequibles para ti, a no ser que invites a mil amigos esta noche y les escancies 300 botellas de una tacada. La economía humana ha inventado para tu confort y utilidad la transacción al por mayor, Sigue leyendo

— ¡Socorro, ayuda, estoy en peligro!
En la misma semana en que se produjo el revuelo por la noticia de que Gmail no aseguraba la privacidad del correo electrónico de sus usuarios, yo andaba buscando una mesa de escritorio en distintos centros comerciales de Nueva York. Con paciencia y perseverancia, dado que uno a veces se convierte insoportablemente exigente con las cosas del escribir. Que, al fin y al cabo, son también las cosas del comer… Llevaba tres semanas recorriendo calles, avenidas, distritos y alguna que otra página web sin ver satisfechos mis anhelos cuando, de golpe y porrazo, un anuncio a todo color y en varios faldones de la página distraían mi atención con llamativos titulares sobre el mobiliario de oficina que yo necesitaba. Ahí, ahí estaba mi escritorio soñado en secreto. Las mismas líneas, el mismo tablero, el mismo porte. Incluso en las gamas de colores que a mí más me gustan.