— ¡Socorro, ayuda, estoy en peligro!
— Copiado. ¿Dónde se encuentra usted ahora? Enviaremos de inmediato un equipo de rescate.
— ¡No quiero decirlo! No vaya a ser que el equipo de rescate trafique luego con mis datos. ¡Ayuda, socorro!
Este supuesto no es una broma. Se podría plantear en un futuro si el derecho a la privacidad acaba prevaleciendo sobre el derecho a la información y la libertad de expresión suscitados por la utilización de las nuevas tecnologías digitales.
Claro ejemplo de ello es Uber, que continúa sufriendo el acoso de diversos grupos de presión renuentes a los cambios hoy impuestos por la nueva economía digital. Esta vez no son los taxistas, sino un grupo organizado de ciudadanos norteamericanos que aboga por el derecho a la privacidad y pleitea ante la Federal Trade Comission (la agencia federal encargada de la promoción de la competencia y la protección de los consumidores) con el fin de que se prohiban las actividades de esta plataforma por el uso publicitario de los datos de sus suscriptores. En una misiva dirigida esta semana a la citada agencia, el Electronic Privacy Information Center (EPIC) acusa a Uber de abuso manifiesto en los datos de ubicación de sus clientes.
Marc Rotenberg, director ejecutivo de EPIC, cree que el conocimiento del lugar exacto en que se encuentra el solicitante de los servicios de Uber pone en riesgo a dicho solicitante, por lo que se debería prohibir la aplicación o, al menos, la supresión del mapa de situación de cada vehículo y el demandante de su transporte. El senador demócrata de Minnesota, Al Franken, advirtió recientemente en un correo enviado al presidente de Uber, Travis Kalanick, de los efectos perversos que podría acarrear una tecnología de geolocalización actualmente tan precisa y de dominio público.
La respuesta de Uber a estas insensatas protestas no se ha hecho esperar. Su responsable de Privacidad de Datos, Katherine Tassi, alega en el blog de la compañía que a nadie se le obliga a declarar el punto geográfico en que se encuentra. Basta con que extraiga la aplicación de su dispositivo móvil para que ningún conductor pueda saber exactamente dónde está. Respecto a la utilización de su correo electrónico para el envío de publicidad, el usuario disconforme puede desactivar esa opción en la propia aplicación, con lo que no se está infringiendo ninguna normativa al respecto. «El usuario tienen en todo momento el control de su aplicación», señala Tassi, «de modo que si Uber tiene sus datos es porque el usuario ha querido que Uber conozca sus datos.»
Pero los representantes de EPIC, algo duros de mollera, insisten en que los usuarios no son responsables de sus actos cuando utilizan la aplicación, pues la tecnología permite hoy detectar la ubicación de una persona por el rastro que deja la dirección IP de su dispositivo móvil. Inconsecuentemente, no recomienda la prohibición de llevar móvil, ni recomienda que el usuario se lo deje en casa. Tampoco sugiere que la tecnología móvil no lleve IP, quizá porque entonces no funcionaría el acceso a Internet.
Precisamente lo que pone de manifiesto Internet y la nueva era digital es el déficit racional de quienes siguen pensando y actuando en clave analógica. El derecho a la intimidad es un derecho constitucional que deberá ser revisado o incluso suprimido conforme se presenten nuevas circunstancias derivadas del desarrollo tecnológico, como la robótica, el hombre biónico y el Internet de las Cosas. Este derecho, llevado a su extremo, obligaría por ejemplo a que camináramos por las calles con una venda en los ojos, ante la prohibición de mirar a los viandantes. Pues si hoy no rige tal impedimento es porque nuestra mirada es corta y nuestra memoria, débil. ¿Qué sucedería en el caso de que nuestros ojos nos permitieran ver a cinco kilómetros de distancia y nuestro cerebro fuera capaz de identificar y recordar a los mil rostros con los que nos tropezamos todos los días en la calle?
El derecho a la privacidad de sus datos no existe para quien renuncia a la privacidad de dichos datos. La intimidad no existe, ni es razonable que exista, para quien se expone públicamente en la calle y en las pasarelas sociales de la era digital. Tampoco el derecho al olvido, cuando se tiene la capacidad del recuerdo. Seamos sensatos en nuestras prédicas y en nuestras acciones.
Si no quieres que te vean, no salgas.
Si no quieres que se sepa, no lo hagas.
Si no quieres que te transporte Uber, descárgate otra aplicación competidora y úsala.
Fernando Gallardo |