Últimamente llegan noticias de establecimientos hoteleros que basan su promoción, no en el manido concepto de la sostenibilidad, sino en el más pretencioso de la autosostenibilidad. Veamos cómo lo vende La Crucesita, el nuevo emprendimiento de la familia De Ípola en Mendoza, el corazón vinatero de Argentina:
«Primero hicimos los generadores de energía y después la construcción. Hasta el momento es el primer edificio de Mendoza que está exento de usar electricidad y gas para generar luz, calefacción y calentar agua (…) Dedicado al turismo ecológico, tendrá costo cero en el gasto energético. Dispondrá de piscina climatizada, calefacción radiante de piso, cava, sala de reunión, internet, hidromasajes y restaurante para sus 14 habitaciones que estarán alimentadas de energía solar y eólica. Los paneles solares y eólicos tienen un funcionamiento alternado. Durante el día, es el sol el generador de energía. Y por la noche se aprovechará del viento para continuar con la tarea de abastecimiento (…) Confiamos en el futuro. Sabemos que en un tiempo los paneles solares serán la fuente principal de generación de energía (…) A su vez toda la construcción es de material reciclado. Un ejemplo son las puertas principales, las cuales fueron adquiridas en un remate y pertenecen a la emblemática escuela Patricias Mendocinas. Tienen más de 100 años y fueron instaladas en el lobby del petit hotel. Los techos y algunos detalles en hierros y cadenas son elementos que se reciclaron. Además, para el edificio se ocuparon las grandes piedras que hay en el lugar para las paredes. Para el piso se usaron ladrillos y cemento. Toda la carpintería es de troncos. Muchos de ellos estaban en el lugar o en el cauce de un arroyo seco.»
No comprendo entonces por qué, en un alarde de coherencia, los vidrios del hotel no los fabricaron ellos en un horno especialmente montado para ello. Tampoco entiendo cómo no hicieron unas salinas a su alrededor para proveer de sal su cocina, ni plantaron olivos junto al viñedo para ofrecer a sus clientes el aceite de oliva que tanto les reconstituiría en su viaje. O abrieran un canal para la pesca de proximidad. O montaran en sus extensos dominios una fábrica de automóviles que abasteciera las necesidades motorizadas del emprendimiento. O tantos anacronismos más.
Cuando me llegan noticias de estas iniciativas me paro a pensar si, detrás del marketing que proyectan, no estarán sucumbiendo estos y tantos otros empresarios turísticos en una ingenuidad mayúscula y costosa para sus negocios como es la de creer que hoy podemos ser autosuficientes. Atrás quedaron las eras glaciares y las sociedades tribales en su autosuficiencia del primitivismo. Varios milenios han transcurrido para que la humanidad aprendiera a ser más eficiente, más cooperativa y más ordenada de lo que antaño le procuraba su imperfecto régimen de autosuficiencia económica. Y ahora llegan los iluminados de la autosostenibilidad intentando demostrar lo indemostrable: que la especialización no es un grado y que más nos valiera a todos fabricarnos nuestros propios productos con los que satisfacer nuestras propias necesidades.
No es eso lo que debemos entender por sostenibilidad, que exige, de otra manera entendido, un compromiso mucho mayor de todos los que vivimos para construir un futuro mejor. Porque lo más sostenible suele ser, en puridad, lo más eficiente. Y si aspiramos a un modelo energético más eficiente y cuidadoso con nuestro entorno tendremos que redoblar los esfuerzos en tecnología y ordenación del territorio, que es justo lo contrario de lo que pretende la autosuficiencia energética. Porque si todos nos tuviéramos que producir la energía que consumimos, ¿quién sacaría horas para la investigación tecnológica y otros avances que nos aportó la división internacional del trabajo y el libre mercado?
Los hoteles de nuestro tiempo deben invertir, por supuesto, en sostenibilidad ambiental, social y económica. Pero no basta el recetario a la moda del triple balance. Lo sostenible para la clientela, hoy y siempre, incluye otros conceptos esenciales como el de la belleza, la empatía, la cultura, la racionalidad, la innovación, la cooperación, la personalidad y la inteligencia. Si puede ser la colectiva, mucho mejor.
Fernando Gallardo |