Abraza la belleza

NautilusHace unos días tuve el gusto de departir con Enrique Loewe acerca de la belleza y la fealdad, referida al turismo y a la vida en general. Compartimos la presentación de los Másters ESCO en Málaga, los mismos que me había tocado impartir en enero de este año sobre innovación turística, en Granada. Alumnos y cuerpo docente, reunidos en el patio solemne del nuevo museo Thyssen de la capital malagueña, esperaban quizá una disertación sobre el lujo en tiempos de recesión económica. Especialmente cuando mi alocución había discurrido por los bandullos del modelo turístico low-cost en España. Pero no fue así.

«Abrazad la belleza», reclamó Loewe desde el estrado. «Estudiéis lo que estudiéis, hagáis lo que hagáis, sed sensibles al ideal de belleza que convertirá vuestras profesiones en un ejercicio gozoso y creativo. Sed exigentes con vuestro entorno, pregonad el gusto por las cosas bien hechas, agarraos a lo hermoso», concluyó quien en palabras propias «lo ha dado todo por el afán de belleza en el diseño».

Acabado el acto, informé a quien había sido mi vecino de banquillo que no podía estar más de acuerdo con su aserto, si bien llevado al extremo podía sonar en su perspectiva turística como un alegato postmoderno, si no una proclama terrorista contra el muro de hormigón levantado a lo largo de la costa española. ¿No le parece que para volver a sembrar la belleza en el litoral habría primero que reducir a cenizas su manifiesta fealdad?, le pregunté en plan provocador. Yo no querría utilizar la goma 2, pero su reivindicación estética no deja demasiadas opciones, creo. Por supuesto que no llegamos más lejos en analizar la cuestión.

Ciertamente, no todo se arregla destruyendo lo anterior. Quién sabe si la mezquita de Córdoba hubiese resistido este milenio si el Cabildo no hubiera plantado en medio la catedral. Quién sabe qué adefesios no habríamos heredado si sobre las ermitas visigóticas no se hubieran edificado iglesias románicas, luego góticas, luego renacentistas, luego barrocas, etc. ¿Qué hacer, pues, con tanto ladrillo en la Costa del Sol?

Me vino enseguida la reflexión que practicamos el arquitecto Jesús Castillo Oli y quien esto escribe a tenor de qué hacer con aquella ruina que pretendíamos eliminar para construir una casa en el norte de Palencia. No hallábamos acomodo desde una mirada canónica sobre la belleza de un bosque, una pradera y una heredad más bien fea, detrás nuestro. Pero, como ya escribí en otra ocasión, fue un darse la vuelta 180 grados y cambiar enseguida de opinión. ¿Por qué no adaptar la ruina en su aparente fealdad y convertirla en un espacio habitable, innovador, hermoso? Tal vez el turismo en España requiera la misma medicina: un cambio de mirada.

El canon estético ha experimentado una evolución constante en la Historia. Si las mujeres del Renacimiento lucían anchas caderas y prominentes curvas, las del siglo XVIII buscaban al contrario acentuar una fragilidad tenida por romántica a costa de ingerir vinagre y limón. O qué decir de esa estética incomprensible para nosotros de los cuellos jirafa en la tribu Karen, en Tailandia. O de los dientes ennegrecidos mediante la técnica del ohaguro, en Japón. Mientras el culteranismo japonés exige rostros pálidos y lechosos, las clases medias europeas han acabado imponiendo el lustre broncíneo conquistado tras muchas horas de exposición al sol en las playas mediterráneas. Desde los tiempos clásicos, el concepto de belleza ha sido asociado al descubrimiento de la proporción divina, el número phi, enunciado por Pitágoras y otros matemáticos helénicos. La simetría no radica en la igualdad, sino en la evolución en espiral de las formas en base 1,618. Por cada unidad se suma a la línea poco más de una unidad y media. Esa sucesión de Fibonacci se recoge en tanto en las obras de la naturaleza como en la de los genios artísticos: Praxíteles, Da Vincci, Palladio, Le Corbusier.

No cabe entender la evolución histórica del canon de belleza sin referirla a la lógica social y los valores de cada civilización. La construcción aspiracional de la riqueza, motor del boom inmobiliario en clases medias durante estas últimas décadas, ha intentado conducir el canon hacia la megalomanía del espectáculo arquitectónico, el efectismo visual de sus decoraciones y la subvención redentora de lo artificioso, cuando no la banalización de todo lo culto o la exaltación impúdica del feísmo. Desde la exposición en latas de la Merda d’Artista (Piero Manzoni, 1961) hasta los exabruptos calavéricos con diamantes de For the Love of God (Damien Hirst, 2007), uno ya no sabe adónde apunta el nuevo ideal estético de la civilización actual. ¿Quizá a la simetría cuántica que nos proporcione la biónica?

Probablemente sea exagerado referirse a la goma 2 como la única receta válida para la regeneración arquitectónica de la costa española. No interesa por prudencia y en razón a los múltiples intereses económicos entreverados en las poblaciones que hoy viven del turismo, pese al crujir de dientes que verano tras verano se percibe entre sus protagonistas. Tampoco por respeto a las generaciones pretéritas que encabezaron su desarrollo, ni como cirugía de la expansión futura de toda seña de mediocridad. La regeneración que hoy pide el feísmo supone todo un desafío creativo que debería animar a los españoles en masa a resucitar, no ya de esta recesión que asfixia a las clases medias, sino de la incultura padecida y fomentada durante siglos, probablemente desde que la hidalguía era valorada como una hija de algo frente a los hijos de la nada.

Reconstruyamos el país con una nueva moral de trabajo, una nueva cultura del ahorro y una nueva idea de comunidad. Pero reconstruyámoslo también con un nuevo ideal estético para que el turismo deje de ser el commodity lampante que hoy es. Días después de haber departido con Enrique Loewe me hospedé en el hotel Auditorium de Madrid. Un alojamiento no feo, sino feísimo… Inesperadamente, fui interceptado por su director general, Pablo Vila, quien me enseñó en privado los planos en fase beta de un reacondicionamiento integral del hotel valorado en 29 millones de euros. El proyecto, firmado por Requena y Plaza, tiene como objetivo principal reenfocar el establecimiento hacia los gustos de una clientela de negocios hoy menos inclinada al consumo hortera y de precio elevado. El futuro de las clases medias será low cost, desde luego; pero con mucho diseño.

Quizá valga la pena inspirarse en la madrileña calle de Serrano y recibir, al menos una vez en la vida, el abrazo de Enrique Loewe.

Fernando Gallardo |

Un comentario en “Abraza la belleza

  1. Turista de la belleza

    …por estar en cualquier parte salvo aquí, fui un turista de la belleza,
    las cosas que uno hace por vivir y no perder la cabeza…

    “las consecuencias”. Bunbury

    En alguna medida todos somos turistas de la belleza; el viaje es la evasión, la ruptura con lo cotiniano, la búsqueda de lo desconocido, de la sorpresa y, por supuesto… de la belleza. La belleza como bálsamo frente a la peor realidad y a sus innumerables muestras de feismo. Estoy plenamente de acuerdo con vuestras apreciaciones, sobre todo cuando se plantea la búsqueda de la belleza como actitud. Aunque sin duda, eso exige una actitud proactiva y pasa por la ruptura de ciertos prejuicios que nos oscurecen la mirada y la decisión a innovar y a cambiar.

    Quizás, en contra de lo que dice Bunbury, para ello, precisamente debamos vivir y buscar ocasiones para perder la cabeza… con mesura, claro

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