[Nueva York en 3D para ser visto con gafas de realidad virtual]
La tendencia de los intermediarios digitales, ya sean agencias de viajes, centrales de reservas, meta buscadores o las propias cadenas hoteleras, apunta a la venta de experiencias y no de camas hoteleras. Desde la óptica viajera, el foco de interés será cada vez más una habitación en particular y no el hotel en general. La industria hotelera tienen mucho que aprender todavía de Airbnb, que no anuncia viviendas turísticas así sin más, sino tal o cual vivienda en particular. Un dormitorio en particular. A ello apunta la tecnología VR/AR de realidad virtual y realidad aumentada, donde Facebook se está haciendo fuerte con el estándar de visionado de sus gafas Oculus.
En el futuro, antes de entrar en su habitación, el viajero habrá vivido la experiencia de ‘estar’ en la habitación. Esto, que parece una obviedad cinética, posee unas connotaciones psicológicas y tecnológicas relevantes para la industria turística. Porque la paradoja surgente en toda experiencia de viaje es la emoción que produce lo tangible. Pisar el suelo, abrir las ventanas, olfatear el dormitorio, percibir la textura del colchón al acostarse, sentir el agua de la ducha en la espalda, libar el zumo del desayuno. La experiencia de la pernoctación no es solo saber de la existencia de una cama en la habitación, sino la percepción de su textura. No es solo conocer la composición del aire, sino que la pituitaria reciba su aroma para que nuestro cerebro interprete si es agradable o fétido. Lo que define nuestra experiencia sensorial es la equidistancia entre lo existente y lo percibido de eso que existe. O parece que. Sigue leyendo

Hace unos días tuve el gusto de departir con Enrique Loewe acerca de la belleza y la fealdad, referida al turismo y a la vida en general. Compartimos la presentación de los Másters ESCO en Málaga, los mismos que me había tocado impartir en enero de este año sobre innovación turística, en Granada. Alumnos y cuerpo docente, reunidos en el patio solemne del nuevo museo Thyssen de la capital malagueña, esperaban quizá una disertación sobre el lujo en tiempos de recesión económica. Especialmente cuando mi alocución había discurrido por los bandullos del modelo turístico low-cost en España. Pero no fue así.

Para gustos, los colores… ¿O no? A algunos les sonaría extraño el aserto si no fuera porque tal es el dicho popular. ¿Cómo el sentido del gusto puede expresarse con colores? Y los números, ¿cabe identificar el número 5 con el color amarillo? Y las letras, ¿puede la letra e expresar el color azul? Tonterías propias de alguien imaginativo, responderá alguno. Y, sin embargo, es cierto como la vida misma que muchas personas experimentan sensaciones de una modalidad sensorial a partir de la estimulación de otra distinta. En un experimento científico hubo quien identificó un piano como una neblina azul, una guitarra eléctrica con líneas anaranjadas o rojizas flotando en el aire.