Privacidad, ¿a qué fin? Salvo por la exigencia mercadotécnica de firmar autógrafos cada vez que uno sale al balcón, el anonimato no otorga demasiados privilegios al ciudadano, resignado entre otras cosas a sufrir un bombardeo publicitario incrementado desde el advenimiento de la sociedad digital. El spam en el correo electrónico no cesa de aumentar, así como llueven torrencialmente los anuncios indeseados por parte de distintas webs y aplicaciones a las que uno jamás se ha suscrito en la vida. Hay quien protesta frente a esta invasión con el argumento de que se trafica con datos personales, fruto del incumplimiento que muchas empresas hacen de la Ley de Protección de Datos. Pero yo sostengo lo contrario. No se trafica con datos personales, sino con mercancía impersonal, escasamente documentada, basura al por mayor.
Confieso que esta lluvia negra me está expulsando, como a muchos de mis conciudadanos, de la lectura cotidiana de cualquier periódico en papel y en formato digital. No soporto la violencia de los banners, ni mucho menos la de esos layers que se quedan colgando a mitad de página con el argumento de la gratuidad. También nos salía Sigue leyendo