La vivienda colaborativa de la princesa

Dar Seven

La explosión de los riads en Marrakech y otras ciudades magrebíes en los últimos años no ha sido casual. Su belleza arquitectónica apunta a una corriente estética que todo viajero lleva consigo o intenta aprehender. Pero no solamente eso. El reclamo doméstico de esta modalidad de alojamiento quizá fue el preludio de lo que observamos en diversas ciudades de Europa y América. Las viviendas particulares poseen un indudable atractivo para el huésped culto, que las prefiere al hotel bajo ciertas condiciones de viaje. Especialmente, el viajero millennial, cada día más renuente a ser turista y consumir productos turísticos. La experiencia diferenciada del alojamiento se opone consecuentemente a la normalización turística, a la regulación de los estándares turísticos y al encorsetamiento de la oferta turística.

Dar Seven, el último riad inaugurado en Marrakech, define como ninguno la experiencia personalizada de una vivienda propia. Su propietaria, la princesa Letizia Ruspoli, pasa en él largas temporadas, al tiempo que pone a disposición de ese viajero culto las cuatro únicas habitaciones del riad, al igual que hace con las tres habitaciones de su Residenza Napoleone, en Roma. Fátima, el ama de llaves, se ocupa de todo cuando ella no está.

La economía colaborativa del turismo no ha hecho más que empezar.

Fernando Gallardo |

Qué se vende y qué se compra en un hotel

Hoy me he entretenido en un largo almuerzo con el director general del hotel La Mamounia, Didier Picquot, y nuestra coincidencia fue total a la hora de abordar varios temas de futuro en la hotelería mundial. Sin haber leído este Foro, ni haber participado en ninguna de las Jornadas de Innovación Hotelera que celebramos años pasados, Picquot intuía que uno de los grandes retos de su hotel para los próximos años era la adaptación de los espacios a los requerimientos de los nuevos viajeros, mucho más interesados que sus predecesores en la arquitectura de los sentidos. Los promotores hoteleros se equivocan al separar en su proyecto de inversión el trabajo del arquitecto y el del decorador, me precisó. Ambos forman parte de un mismo proyecto, realizan la misma actividad y deben coincidir en los mismos detalles para afinar el acabado de cualquier obra. Lo ideal, apostilló, es que arquitecto e interiorista sean la misma persona, el mismo pensamiento, las dos caras de un mismo arte.

Así es. O así debería ser. Roto el academicismo de la vieja escuela, la eficiente especialización de estas dos perspectivas del ars architectonica casi siempre me parece un empeño… ineficiente. Ambos, sin conocernos, nos habíamos preguntado en innumerables ocasiones para qué demonios sirve un decorador, un «vestidor» de interiores. Como si un fabricante de Sigue leyendo