La explosión de los riads en Marrakech y otras ciudades magrebíes en los últimos años no ha sido casual. Su belleza arquitectónica apunta a una corriente estética que todo viajero lleva consigo o intenta aprehender. Pero no solamente eso. El reclamo doméstico de esta modalidad de alojamiento quizá fue el preludio de lo que observamos en diversas ciudades de Europa y América. Las viviendas particulares poseen un indudable atractivo para el huésped culto, que las prefiere al hotel bajo ciertas condiciones de viaje. Especialmente, el viajero millennial, cada día más renuente a ser turista y consumir productos turísticos. La experiencia diferenciada del alojamiento se opone consecuentemente a la normalización turística, a la regulación de los estándares turísticos y al encorsetamiento de la oferta turística.
Dar Seven, el último riad inaugurado en Marrakech, define como ninguno la experiencia personalizada de una vivienda propia. Su propietaria, la princesa Letizia Ruspoli, pasa en él largas temporadas, al tiempo que pone a disposición de ese viajero culto las cuatro únicas habitaciones del riad, al igual que hace con las tres habitaciones de su Residenza Napoleone, en Roma. Fátima, el ama de llaves, se ocupa de todo cuando ella no está.
La economía colaborativa del turismo no ha hecho más que empezar.
Fernando Gallardo |