Una de las mayores debilidades de la hotelería tradicional es su dificultosa integración con el entorno. En la ciudad, en la playa, en la montaña, los hoteles parecen islas en medio del mar, cuando no náufragos de cariño y reconocimiento por parte del vecindario. Resorts turísticos vallados en paraísos recónditos, debidamente protegidos de la población local (a veces harapienta, otras pedigüeña). Hoteles urbanos cuyo glamour traza una frontera invisible entre la población residente y la pasajera. Centros de negocios especializados en impedir a sus clientes toda distracción local, diseñados con los más refinados instrumentos de inescapabilidad.
El ideal de cualquier anfitrión es, no obstante, ejercer de eso mismo: el arte de la bienvenida, la acogida y la zambullida local. Tanto marketing de destino y tanta estrategia discursiva sobre las actividades complementarias, eso que los anglosajones denominan ancillaries, para que llegue un neófito y consiga por arte de magia el ensamblaje perfecto entre lo de afuera y lo de adentro, la diferenciación exigida en toda economía del desplazamiento que hemos reconocido como industria turística. Tal ha sido desde sus principios el ideario Airbnb: espíritu de barrio, esencia local.
Fiel a esta doctrina, la compañía está probando extender su plataforma tecnológica a otros sectores de la economía colaborativa vinculados con el turismo. Desde comidas elaboradas por chefs personales y servidas en casa, visitas a museos y galerías de arte guiadas por expertos locales, alquiler de bicicletas propiedad de vecinos o de los Ayuntamientos asociados, como Portland. Los usuarios de Airbnb, estimulados por el fuerte sentido de pertenencia que suscita este conector tecnológico, podrán de ahora en adelante reservar estas experiencias locales al mismo tiempo que efectúan su reserva de una vivienda de alquiler. Un proyecto que, según rumores citados por Bloomberg Televisión, se bautizará con el apelativo de «viajes mágicos», en alusión a la iconografía Disney que hizo huella de niño en el CEO de Airbnb, Brian Chesky.
Mágicos o terrenales, profesionales o amateurs, la experiencia de todo viaje trasciende el hotel y la vivienda particular. Sumergirse en la geografía, sentir el perfume de sus calles u orillas y vivir como vive la comunidad local es una vieja aspiración de quienes se llaman viajeros antes que turistas. Y una condición sine qua non de las nuevas generaciones viajeras, cosmopolitas y colaborativas.
Por ello, hoy me siento más millennial que nunca.
Fernando Gallardo |
Yes ,we feel Millennials