Imagínate diseñar una ciudad compartida por todos. Una ciudad de microemprendedores como Host Caitlin, que recibe unos ingresos extras alquilando un par de habitaciones en su casa de Denver y es capaz de invitarte a unos huevos revueltos cada noche para financiar, ejem, la cena de su gato. O de pequeños negocios como el Radius Café, de Jon Whitehead, al que bajar después para tomarse un carajillo que devuelven al barrio su rostro más humano.
Imagina una ciudad que promueva un cierto sentido de comunidad con fiestas de barrio o picnics en los parques. Una vía peatonal donde sentarse a charlar en las escaleras o apoyarse en las barandas a ver la gente pasar. Un mercadillo alegre o un puesto callejero como el de Marco Giammatteo, en Roma.
Porque las ciudades han sido siempre una plataforma de intercambio, de relación humana, de ahorro compartido y de consumo eficiente. El abastecimiento de agua, el saneamiento público, los hospitales, las escuelas, el transporte colectivo, cada metro de asfalto o acera. Todo depende de todos. Nada es de nadie. Vivir en piña, apiñados, avecindados, solidarios. Mucho más, en las ciudades compactas.
Claro que, con el tiempo, ese apiñamiento comenzó a hacerse tráfago. La ciudadanía se vio metida en un molesto y permanente atasco. El tráfico de bienes y servicios sufrió una oclusión de intereses enfrentados. El aire se volvió irrespirable. El espacio, inviable. Y el desencuentro condujo progresivamente a la soledad personal. Juntos, cada vez más apretados, pero también más separados. Convecinos y enemigos. Casados y solteros. Almas solitarias.
Hasta que llegó Airbnb con su proclama buenista —y su plataforma tecnológica— de recuperar ese espacio de convivencia perdido y ayudar al diseño de un nuevo futuro. Así lo acaba de manifestar su promotor, Brian Chesky, en una respuesta contundente al sector hotelero de todo el mundo, cuyos lobbies apelan a parlamentos y ayuntamientos para frenar su actividad por competencia desleal. Toda una declaración de principios que no va a dejar indiferente a nadie, especialmente cuando las principales críticas vertidas hacia Airbnb se han referido a las relaciones con los vecinos, los temas relativos a la seguridad de personas y edificios y a las molestias que el alquiler temporal de apartamentos podría ocasionar al vecindario. Éstos son los principios de su economía colaborativa:
We are committed to helping make cities stronger socially, economically, and environmentally. Estamos comprometidos a ayudar a que las ciudades se hagan más consistentes en lo social, lo económico y lo ambiental.
We are committed to enriching the neighborhoods we serve. Estamos comprometidos a hacer prosperar los barrios a los que servimos.
We celebrate the cultural heritage of cities. Celebramos el legado cultural de las ciudades.
We are committed to being good neighbors. Nos comprometemos a ser buenos vecinos.
We are committed to supporting local small businesses. Nos comprometemos a apoyar a las pequeñas empresas locales.
We are committed to working with cities to share with those in need. Nos comprometemos a trabajar con las ciudades para compartir nuestros recursos con los más necesitados.
We are committed to fostering and strengthening community. Estamos comprometidos con el fomento y fortalecimiento del sentido de comunidad.
We believe in bringing back the idea of cities as villages. Creemos en volver a vivir las ciudades como pueblos.
We are committed to illuminating the diversity, arts, and character of cities. Estamos comprometidos con la diversidad, las artes y el carácter de las ciudades.
We believe cities thrive best with micro-entrepreneurs. Creemos que las ciudades prosperan mejor con los microempresarios.
We are committed to the safety of neighborhoods and their homes. Estamos comprometidos con la seguridad de los barrios y sus casas.
Y para que estos postulados no queden en una mera exposición de buenos deseos, Airbnb acaba de poner en marcha el programa comunitario Shared City (la Ciudad Participativa), cuyo primer proyecto se está desarrollando hoy en Portland (Oregon, Estados Unidos). Aquí los hoteleros protestones lo tienen crudo. Brian Chesky se ha ido a ver al alcalde hasta implicarlo, junto a una gran mayoría de residentes, en la aplicación de estos principios filosóficos con un porcentaje del beneficio que en esta ciudad está obteniendo Airbnb. Además, ha financiado la compra de detectores de humos para su implantación en todas las viviendas. Nadie permanecerá sin pagar sus impuestos, pero Airbnb está ayudando al Ayuntamiento a reducir su burocracia y facilitando a los propietarios una aplicación informática que les sirva para declarar y abonar sus impuestos con un solo clic. Si la prueba funciona bien, replicarán este modelo en otras ciudades de Estados Unidos.
Airbnb advierte a los que infrinjan las normas elementales de convivencia o evadan las responsabilidades a que les obliga este programa piloto la suspensión inmediata de sus cuentas y la expulsión de sus propiedades de la plataforma. Como signo de que este ideario va en serio, el propio Chesky responderá a quienes lo compartan y ofrezcan sus ciudades para el experimento. «Si usted quiere vivir en una Shared City», se ofrece el CEO de Airbnb, «envíeme un email con sus ideas sobre cómo podemos trabajar juntos»: brian.chesky@airbnb.com.
Lo anticipamos hace unos días: ¿Será Airbnb el próximo Booking? Porque no se ve una implicación similar del sector hotelero con su ciudad en ninguna parte del mundo. No se ve ciertamente ese espíritu de colaboración con la ciudadanía, esa cercanía personal de barrio, esa complicidad con los vecinos, ni mucho menos las acciones concretas que aquí se han expuesto y que sintonizan muy bien con los millennials, la generación que irá sustituyendo progresivamente a los actuales consumidores de la industria turística, por pura ley de vida. No se ve en las ciudades, pero mucho menos en la franja litoral, donde numerosos resorts se encierran y desarrollan al margen de la comunidad local. No digamos en el ámbito rural, donde los hotelitos han crecido frecuentemente en contra de los agricultores y expresan su incompatibilidad con las actividades que originalmente motivaron el turismo de interior. Excepciones las hay, como en todo, y de muy reconocida virtud, pero no son la generalidad.
Bajo mi prisma, Airbnb no irrumpe en la actividad turística como competencia desleal, sino como la nueva visión de la sociedad digital, cuyas reglas empiezan a ser incluso divergentes a las de la sociedad industrial. No es cosa de responsabilidad social corporativa. No es cosa de ecologismo y sostenibilidad ambiental. No es cosa de buenismo juvenil inspirado en el hippismo de la generación anterior. Es el anuncio implacable de que la tecnología democratiza las relaciones sociales y económicas como terminará democratizando, muy a pesar de algunos, las relaciones políticas y culturales.
Por eso Airbnb asoma por la puerta con un rostro más humano y solidario que el de otros intermediarios turísticos. Aparece y se consolida en esta nueva calle que son las redes sociales, en las nuevas ciudades que son las culturas de Internet. Su marca nos pertenece a todos, le compromete a Chesky y nos compromete a todos, propietarios, usuarios y vecinos. Esto no lo habíamos visto antes en un hotel.
Asoma Airbnb y asoman otros nuevos actores de la llamada economía colaborativa: Uber, Taskrabbit, Fiverr, Mealmeats, Blablacar… Qué poca intuición de futuro la demostrada por algunos empresarios como el presidente de Fenebús, José Luis Pertierra, incapaces ante la adversidad. Recordemos que hace solo tres años, los hoteleros despotricaban contra Tripadvisor. Hoy, todos matan (y pagan) por figurar en los primeros puestos de este portal de opiniones. Y, dentro de tres años, veremos seguramente a estos mismos hoteleros abrazarse sin remilgos a la plataforma Airbnb.
Es tiempo aún de tomar conciencia y adaptarse a las nuevas reglas de juego. El sector turístico va a sufrir un revolcón, tengámoslo claro. Innovación, diferenciación, cooperación… Éste es el nuevo catecismo Millennium.
Fernando Gallardo |
Felicidades por tu post. Menos mal que hay algunos que lo ven claro. La economía colaborativa es imparable porque le devuelve a gente lo que le pertenece, su vida y la toma de decisiones de lo que quieren, cómo lo quieren y cuándo lo quieren. Y, además, compartido, creando comunidad.
Ok. Lo que acabas de exponer me parece moralmente irrefutable. Pero creo que hay varios inconvenientes, por llamarlos de una forma políticamente correcta, para poder pensar en la convivencia del sistema Airbnb y el tradicional aquí en Españistán.
Solo un par de observaciones. Que ya sabe usted que hablo muuuucho… 😉
«Brian Chesky se ha ido a ver al alcalde hasta implicarlo, junto a una gran mayoría de residentes, en la aplicación de estos principios filosóficos con un porcentaje del beneficio que en esta ciudad está obteniendo Airbnb» Pues mire que no veo yo a muchos caciq…, perdón, quise decir alcaldes de Teruel, «escuchando» y mucho menos «comprendiendo» o intentando asimilar la idea… Que cada cual aplique esta reflexión a su zona geográfica/política de este divertido país.
Y me gustaría tanto equivocarme…
Ya hace tiempo que me estoy planteando el paso de la hostelería tradicional (legalmente hablando) a los canales alternativos. Llámese turismo rural, bnb, looqueo…
Si lo importante es la experiencia del viajero / comensal y el destino / mesa ¿Qué mas da la definición «legal» del establecimiento?
Pero no solo es por mas o menos afinidad con los nuevos caminos y formas que elige el viajero, es por una mera cuestión monetaria. Y creo que todos aquí sabemos a que me refiero.
A lo mejor en otros países civilizados los cotizantes son ciudadanos íntegros y responsables pero es que, por suerte o por desgracia, tengo el Mediterráneo a 50km en linea recta… Para bien y para mal.
Y me gustaría tanto equivocarme de nuevo…
Y ya nos conoces, que ya sabes que por colaborar y empujar juntos no será, ojo!!!
Los caciques tienen sus días contados, pese a su actual indiferencia a un cambio de era. El fin les llegará por defunción o por defenestración electoral. La sociedad digital nos obliga a la transparencia y a la democracia. Con ello no debemos pensar que la utopía del ser inteligente y honrado está cerca, sino que las malversaciones o la indocumentación hoy son de dominio público. Suceden, pero ya se saben. Soy optimista con la mejora de las relaciones humanas en los pueblos y ciudades. Una nueva generación llama a la puerta de la historia y viene cargada de compromiso social y personal. Como desde hace cuatro millones de años, a los seres humanos nos falta tiempo para hacer madurar las cosas.
Respecto al alojamiento alternativo, ya se me conoce la opinión. No entiendo de hoteles, ni de turismo rural, ni de estrellas oficiales, sean azules o verdes. Me guío por mis visitas personales, por los comentarios fiables y por los macarrones, que parecen más terrenales que las estrellas. Nunca busco hotel en mis viajes. Yo siempre he perseguido recuerdos.
Pero comprendo que la mayoría de los hoteleros independientes necesitan un papá. Cuando salgan de su actual inmadurez empresarial se podrán emancipar de papá Estado y asumir sus propias responsabilidades, que empiezan por la de darse cuenta de qué son ellos y quiénes sus clientes. En ese momento no habrá obstáculo legal para definirlos cualquiera que sea su identidad o condición. Si tú crees que ya has alcanzado la mayoría de edad, abandona tu tipología legal y muévete en el limbo de la libertad como hoy se mueven las cafeterías, las verdulerías o las tiendas de zapatos. Porque las estrellas y exigencias de servicio se las ponen sus clientes, no las Administraciones públicas. Claro que a ellos no les subvencionan la rehabilitación ni el equipamiento de sus instalaciones, ni promocionan sus calzados en los mercados exteriores.
Reconozcamos que mientras el turismo sea un sector subvencionado, el Estado (totalitario o democrático) es el que manda. Y si tú eres un hotelero sin subvención de destino o promoción, ¿a qué fin seguir amparado por una tipología legal de establecimiento que coarta tu libertad empresarial?
Es bonito soñar, si, y lo seguimos haciendo. Pero la principal mordaza es la normativa, que ya se preocupan que no podamos escaparnos del redil…
Qué buen post, Fernando! Airbnb es imparable igual que son imparables otras cosas, porque no se pueden poner puertas al campo, ni al de toda la vida ni al tecnológico. Y los hoteleros tienen dos opciones, aceptar la realidad o no aceptarla. En cuanto al tema fiscal no entiendo el debate. ¿Cómo se puede partir de la base de que las personas que alojen con Airbnb van a defraudar? Yo lo veo difícil. Los pagos se hacen a través de la propia web y se dará una factura, supongo. Y, por otra parte, en la legislación fiscal española está prevista esta tributación como alquileres, o sea, nada excepcional.
En todo caso, a mi que me parece que esto de Airbnb es lo del «Alquilo habitación con derecho a cocina» de toda la vida?
Un placer leerte, Fernando!
Pingback: Experiencias locales de Airbnb | el Foro de la Ruina Habitada