La ruina deja de ser arquitectura y pasa a ser naturaleza, decía el Pritzker portugués Eduardo Souto de Moura durante los trabajos de restauración del monasterio cisterciense que terminaría convirtiéndose en la pousada de Santa María de Bouro. Este ‘acto mental’ amasa el espacio ideológico de lo ya construido para intuir una relación mucho más poderosa entre la ruina y el paisaje. El lugar es simplemente un pretexto para modelar vida, arte, fluido creativo. El sujeto se diluye en la lógica formal del objeto. Y el conocimiento intuitivo, el vector que permite trascender la apariencia de lo real.
Realmente estos portugueses entienden de arquitectura, como Távora, Siza Vieira o el propio Souto de Moura. Como Pedro Ressano Garcia, a quien se confió la reconstrucción de una arruinada casa rural para transmutarla en un hotel con encanto, la Companhia das Culturas, en San Bartolomeu, cerca de la frontera con Huelva.
Hay algo en común entre la arquitectura portuguesa de las ideas, el racionalismo y la sencillez sin falsa modestia y el minimalismo nórdico o japonés. La imagen arriba expuesta constituye un alegato a favor wabi sabi, esa disciplina budista que santifica objetos o ambientes en función de su cualidad rústica. Belleza imperfecta, impermanente e incompleta, como la que encierran esos dinteles deformados y las excrecencias de los muros reencalados. Desconsuelo o soledad por su contenido profundamente humano, silente. Óxido del tiempo por la tecnología ausente, invisible. Abrupta factura por la imperfección de la mano del hombre. Anhelo espiritual por el tiempo detenido.
Y donde la técnica aflora, aflora el error. ¿Qué motivo nos parece que sobra en la imagen?, hemos preguntado estos días en las redes sociales. Digámoslo en voz baja de respeto por la religiosidad arquitectónica comentada. Esa serenidad de las formas, las texturas, las tonalidades y la axonometría interior de la casa se ve sobresaltada por unas bisagras que delatan la apertura hacia el exterior de la puerta, a la derecha de nuestro campo visual. En esta geometría limpia del tiempo y el objeto no hay lugar para las bisagras, pues aunque la estanqueidad se resintiera, nos parece que una puerta de quicio redondearía la sutil intervención que se percibe en la imagen. O, al menos, una bisagra oculta. Como una liberación del mundo material y la trascendencia hacia una existencia sencilla, mínima, soluble.
Fernando Gallardo |
Muy trascendente, Fernando…, magnífica foto y un montón de filosofía deconstruida sobre el país hermano, siempre con ese halo de haber pasado todas las modas y estar pendiente de un nuevo siglo.