Ser portado en andas es una gozada. Servidor lo sabe por experiencia propia vivida en alguno de sus añorados viajes de juventud por Asia. Tiempo atrás, los rickshaws conformaban el paisaje humano del Extremo Oriente, retratado por Rudyard Kipling en su novela El rickshaw fantasma, publicada en 1885. Este peculiar modo de transporte con propulsión humana garabateaba el polvo de las calles sin que nadie se cuestionara quién tiraba del carro y quién era arrastrado sobre sus dos ruedas. Durante siglos, los campesinos inmigrantes de las principales ciudades asiáticas se empleaban a su llegada como corredores de rickshaws. Tanto que durante el siglo XIX, uno de cada cinco habitantes de Beijing se ganaba la vida así. Hasta que los efectos de la Revolución Industrial en Europa se hicieron sentir más allá de sus fronteras con la aparición de los caballos de vapor y el ferrocarril.
Entonces empezaron a surgir voces que exigían la prohibición de este modo de transporte por su carácter degradante para el ser humano. Tras la constitución de la Sigue leyendo