Este artículo publicado en EL PAÍS me ha hecho reflexionar sobre los grandes cambios que convulsionan nuestra sociedad a la misma velocidad que la de la luz. O de Internet, que tanto monta, monta tanto. “Google incluye a España en la lista de países censores de Internet”, titula el diario más influyente del país una noticia que merece ser leída desde distintas ópticas, todas enormemente aleccionadoras. Porque muchos de mis contertulios en este Foro se preguntarán: ¿y quién es Google para poseer listas negras y, más aún, reprender al Gobierno de una nación?
Ayer mismo tuve una larga perorata con una joven chilena extrañada de cómo vislumbraba el futuro político de su país, de mi país y de todos los países del mundo al comentarle que Facebook era ya la tercera nación más poblada del mundo. ¿Cómo que Facebook es una nación?, me espetó. Pues sí, Facebook mantiene comunicados en la actualidad a 400 millones de personas, repuse, y eso sitúa a todos estos ciudadanos conectados digitalmente en un escalón demográfico solo por debajo de China y la India. Habría que entrar en otras profundidades para discernir qué entendemos por nación y cómo nos sentimos país, pero si nos ceñimos al ámbito jurídico e histórico podemos convenir que el concepto de nación surge a fines del siglo XVIII, coincidiendo con el fin del Antiguo Régimen y el acaecimiento de la Revolución Francesa, cuando se elaboran las primeras formulaciones teóricas del hecho diferencial con sus movimientos políticos adyacentes. Convengamos, y ya es mucho convenir, que la nación agrupa las voluntades identitarias de individuos que comparten un sistema político y social vertebrado, una historia común, un mercado único, un mismo gobierno y… un territorio.
Pues bien, Facebook encaja perfectamente en esta definición jurídico política de nación. Es una red de voluntades identitarias, la de pertenencia a un sistema de comunicación. Es una
red con una historia común, aunque su inicio haya sido muy reciente, como cuando las repúblicas americanas proclamaron su soberanía al día siguiente de obtener la independencia. Es una red con un mercado único, incipiente todavía, al igual que intenta armar el postsoviético Vietnam o las repúblicas africanas de Camerún y Uganda. Ya tiene un gobierno, cuyas normas fueron cambiadas hace unos meses por presión democrática, aunque en este mundo permanecen muchas naciones con gobiernos totalitarios sin que a nadie se le ocurra negarles su status de nación. Es también una red vertebrada y, desde luego, mejor interconectada que ningún otro Estado en el mundo. Y queda la sempiterna y espinosa cuestión territorial…
El territorio Facebook, como concepto, es esa página en la que todos los días leemos y escribimos cosas, en la que colgamos nuestras fotos, nuestros vídeos o nuestros eventos públicos. Es, por tanto, el espacio en que desarrollamos nuestra identidad social. Pero en la país Facebook no existe el espacio físico, me corrigió la joven chilena a la que he aludido al principio. En efecto, argumenté, el espacio físico era una condición necesaria de la nacionalidad cuando la tierra, el suelo, era la matriz de cualquier actividad económica y social. El agro desde el que germinaba el sistema de alimentación comunitario cuando toda la actividad económica descansaba en el sector primario… O el suelo sobre el que se edificaba la industria cuando la potencialidad nacional residía en el sector secundario… Incluso la geometría planetaria cuando la nación crecía sobre el sector terciario y los servicios exigían aire -la atmósfera- para volar de Londres a Nueva York o los raíles que hoy permiten desplazarse de Madrid a Sevilla en escasas dos horas y media.
Pero de qué territorio estamos hablando cuando nos referimos al sector cuaternario, esto es, a la sociedad del conocimiento en la que ahora entramos por la puerta de Internet. Sin duda, ese territorio es un espacio virtual que, sin apenas darnos cuenta, se está convirtiendo en la dimensión más avanzada de nuestro ser social. A través de la Red nos comunicamos, compartimos un sistema inteligente de expresión, creación de valor, talento, economía y política. Y no es ya muy futurista pensar que las naciones mañana no existirán, como tampoco existieron antes del siglo XVIII. En su lugar nos identificaremos, compartiremos lengua, pensamiento, economía, cultura y un gobierno a través de Facebook o de la red social que esté por llegar. Votaremos a nuestros representantes a través del teclado e incluso decidiremos muchas de nuestras leyes sin intermediarios políticos, a golpe de clics.
Por eso cuando Google amonesta al Gobierno de España y a otros muchos por practicar la censura en Internet, Zapatero y sus ministros deberían plegar velas inteligentemente y entender que quien les está reprendiendo no es una corporación privada sino los ciudadanos del tercer país más poblado del mundo. Democráticamente, pues a nadie se le obliga suscribirse a Facebook o buscar en Google como sí se nos obliga a ser españoles o chilenos por el ius sanguine o el ius soli. Leyes de otras épocas que no tendrán cabida en el futuro ordenamiento jurídico de Internet.
Fernando Gallardo |