El turismo en España sigue fuera de foco

He aquí el cuarto tema que se abordó en la entrevista que el Conde Nast Traveler publicó hace unas semanas con motivo de la campaña #ministeriodeturimoya en las redes sociales. Una campaña que, a la vista de las elecciones generales en España (20 de noviembre), adquiere una especial relevancia en la actualidad turística.

Lo que cuesta crear un ministerio

Pregunta 4:
¿Cuáles crees que son los puntos débiles de la situación turística y qué habría que hacer para blindarlos?

Respuesta:
Es una asignatura pendiente desde hace casi tres décadas en España. Nos salvamos porque el sol cae a plomo cuando hace frío en Europa. Nos salvamos porque la desintegración de la antigua Yugoslavia hizo insegura esa orilla del Mediterráneo, que estaba en fuerte crecimiento como destino turístico. Nos salvamos porque la oleada de atentados de Al Qaeda y de los Hermanos Musulmanes hizo inseguros a destinos florecientes como Egipto y Turquía. Nos salvamos porque la primavera árabe ha hecho ahora insegura esta nueva orilla del Mediterráneo. Nos hemos salvado de chiripa en unos y otros conflictos, pero no hemos sabido aprovechar las oportunidades que todas las crisis nos han venido ofreciendo.

El turismo en España padece un cúmulo de problemas al mismo tiempo que pueden resumirse en uno. Y es que está completamente fuera de foco de los movimientos que dibujan los viajeros en el mundo. No es que su oferta turística haya quedado obsoleta, sino desenfocada con respecto a las aspiraciones de quienes viajan. Hemos construido un destino de masas muy dependiente de la ecuación sun-sea-sex y ahora nos toca competir con otros destinos no diferenciados que ofrecen lo mismo por menos precio. Hemos reproducido en el turismo de interior las mismas condiciones de estacionalidad y masificación que en los destinos vacacionales, y los hemos estado comercializando con aires de suficiencia en los mercados locales. Hemos especulado con el ladrillo hasta la saciedad en una locura colectiva que ha multiplicado por ciento los hoteles precisos y por mil los apartamentos en décima línea de playa. Ofrecíamos un país pintoresco, ideal para los viajeros británicos del siglo XIX, y ahora somos el súmmum de la modernidad (no digo que nos hayamos equivocado con el AVE a todas partes, sino que vendemos un territorio rústico y singular cuando en realidad lo hemos llenado de urbanizaciones, fábricas y aerogeneradores eléctricos). Ofrecíamos el sol y la playa como escenario californiano de unas vacaciones europeas, y ahora vendemos la penumbra de un litoral hormigonado en lo que ya se considera la mayor calle de Europa y un mar que ni siquiera se deja contemplar con prismáticos de lo lejos que está: las últimas torres construidas nos lo tapan. Ofrecíamos un país amable y alegre con una cultura innovadora y desinhibida por las calles, y ahora damos lástima por el estado catatónico de crisis que vivimos, molestamos por lo que gritones que somos, vamos y venimos siempre estresados (no por lo mucho que trabajamos, sino por lo desorganizados que somos en el trabajo). Ofrecíamos vacas y sembraduras a todo lo largo y ancho de la geografía nacional, y hora nos conocen por otros prados menos idílicos de invernaderos plásticos y esqueletos cementíferos con la firma del Pocero.

No quiero contribuir con esta descripción al desánimo colectivo. Porque, junto a todo ello, hemos ganado un país moderno, bien comunicado, con una ciudadanía más democrática, más culta, o mejor preparada, con unos sectores punteros en el mundo, con una vertebración territorial que ya quisieran para sí muchos países más desarrollados. Solo nos falta que Internet llegue a todas partes y que corra la wifi por las casas y las montañas como el agua potable.

Entonces, ¿por qué persistimos en esa oferta desenfocada de los «destinos maduros» que nos traen los lodos de Lloret de Mar, Playa de Palma, Torrevieja, Torremolinos…? Son ganas de darse contra la pared una y otra vez, esperando quizá que el muro sea el de Kosovo o la primavera árabe. Hay que reconvertir destinos, hoteles, discotecas, locales comerciales, casas rurales y hasta las ventanillas de algún ministerio. Hay que reconvertirlos y, si no quieren sus protagonistas porque cuesta mucho dinero, como parece que ocurre en la Playa de Palma, que se pudran y se mueran en ciudades fantasmas antes que seguir aflojando nuestros bolsillos para subvencionarles su propio enredo. Después de todo, y quien suscribe puede decirlo en voz alta, la ruina es hermosa…

A mi entender, no hace falta ningún ministerio para liderar esta reconversión. Está programado por las leyes de la economía que la tercera parte de la oferta hotelera de España, y probablemente más en el caso del turismo rural, tiene plazo de caducidad y no tardará en echar el cerrojo. Permitamos, así, que los malos empresarios se vayan al garete para que en el esponjamiento generado prosperen los empresarios buenos sin la incómoda competencia de aquellos cuya única idea luminosa es la de tirar los precios y ordeñar más la vaca antes de que claudique. De otro modo, y si finalmente algunos destinos se avienen a este esponjamiento que significa la reordenación de la oferta turística, el remedio en román paladino se llama Goma 2. Restituir el paisaje original en estos destinos para volver a empezar… con el paso cambiado. Es decir, devolver a la oferta turística los argumentos que la hicieron posible y viable. Sé que suena muy brutal, pero que nadie se atemorice ni lleve a engaño. Este esponjamiento ya tuvo un plan fallido en la época del ministro Gómez Navarro (el POOT) y ahora vuelve a manifestarse con la misma urgencia explosiva en la Playa de Palma.

No quiero ser terrorista, pero España no resiste una crisis como ésta. Y sé que las estadísticas indican un repunte del turismo en 2011, pero ya veremos cuando se apacigüe el Mediterráneo en qué queda este repunte y cuántos Llorets siguen dando guerra a bajo precio. Ya veremos en qué queda la teoría del low cost cuando se retiren las subvenciones a las compañías que pisan nuestra megalómana red de aeropuertos.

¿Qué propongo?, dice la pregunta. Lo resumo con estas palabras de buen entendedor: España entrará tarde o temprano, con o sin consorcio, en un nueva dimensión turística que no será de masas, ni de lujo, ni playero, ni rural…, sino experiencial, culta, refinada, alegre y sostenible para todos.

Fernando Gallardo |

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