La geografía de la felicidad

felicidad nacional brutaJosep Chías, consultor turístico y profesor del Esade, publicó su último libro bajo el título de «El negocio de la felicidad» (Kindle, Amazon, 2013) apenas un lustro antes de su fallecimiento. El turismo es una actividad que se consume con una sonrisa (poesía), dado que provoca una expectativa de felicidad (economía), sostenía con la pasión que le azuzaba su conocimiento del marketing. Va a hacer 30 años que coincidí con Chías en el planeamiento turístico que nos llevó al lema, feliz, de «Asturias, paraíso natural» y siempre recordaré su tenacidad en la búsqueda de motivaciones psicológicas y sociológicas que dieran sentido a la economía del turismo. Esto es, penetrar en la mente de cada viajero para conocer lo que le mueve al viaje, por qué elige el destino, qué se deja en él, qué se lleva a su casa y qué recordará años después sobre la experiencia vivida.

Durante estas tres décadas, la autoridad intelectual de Josep Chías se agigantó en mi estima, aunque no siempre coincidiéramos en la apreciación de las tendencias que regían el devenir turístico español. Su acertada visión de esta industria de la felicidad adquirió la consistencia de vaticinio cuando supimos que el rey de Bután, Jigme Singye Wangchuck, había acuñado la idea budista del Gross National Happiness (Felicidad Nacional Bruta) en contraposición a la crematística del Gross National Product (Producto Nacional Bruto) que utilizan todos los países del mundo. Este modelo de desarrollo, seguramente más sostenible para el pequeño país de los Himalayas que el del ordeño del territorio y el turismo de masas, entroncaba muy bien con los postulados de Chías acerca del necesario conocimiento de mercado que se requería a la hora de formular una política turística.

La dificultad mayor consiste aún hoy en el discernimiento de la felicidad y su manifestación en lo más profundo de las personas, no solo en la mera expresión temporal de su alegría. También en detectar a las personas felices dentro de un conjunto psicológicamente indefinido que requiere su segmentación. ¿Cómo entender las motivaciones personales si éstas son difícilmente mensurables?

Mientras la Humanidad ha avanzado mucho en la medición del universo y de los factores económicos que permiten su supervivencia, la medida de lo que somos, de quienes somos, de cómo somos y de por qué somos apenas tiene asiento en el terreno de la filosofía. ¿Cómo medir entonces la felicidad? O, antes incluso, ¿cómo medimos el grado de nuestro hedonismo, que sí alberga un valor contable en la economía doméstica?

Una vez más, la métrica de estos intangibles debería poder ser instrumentada a través de un sistema Big Data. El instrumento, concretamente, se llamaría el hedonómetro. Y no es una fantasía personal mía, sino un término acuñado por economista y filósofo irlandés Francis Edgeworth que, a principios del siglo XX, teorizó acerca de esta idea como una «máquina psicofísica capaz de registrar el grado de placer experimentado por cada individuo.» [wikipedia]

Recientemente, un equipo del Laboratorio Computacional de la Universidad de Vermont, dirigido por Peter Dodds y Chris Danforth, ha diseñado un instrumento capaz de medir la felicidad de grandes núcleos de población en tiempo real mediante el análisis de los ingentes datos que proporcionan hoy las redes sociales en Internet. Su índice de hedonismo ha sido bautizado como «el Dow Jones de la felicidad». Y, aunque el experimento puede tomarse a broma, sus autores están convencidos de que tarde o temprano será utilizado por los gobiernos para calibrar en la percepción de bienestar en la población. A nadie le extrañaría, por ejemplo, que tal percepción estuviera bajo mínimos durante los pasados años de crisis en España, sin necesidad de una métrica ad hoc.

El hedonómetro de Dodds y Danforth, que se puede seguir en la web hedonometer.org, secuencia en tiempo real las 5.000 palabras del momento (algo así como los átomos del lenguaje) expresadas a través de Twitter, Google, el New York Times y otras fuentes digitales. La base generada, de unas 10.000 palabras únicas y 100 millones de palabras al día, por ahora en inglés, se filtra con arreglo a una escala de puntuación que va del 1 (triste) al 9 (feliz). Los resultados no distan mucho de lo que hoy expresa en ese sentido Google Trends. Por tanto, acreditan un nivel aceptable de fiabilidad.

El siguiente paso conduce, lógicamente, a la determinación de una geografía de la felicidad que los autores circunscriben al ámbito territorial de los Estados Unidos. En el mapa siguiente podemos discernir al minuto las variaciones de felicidad en cada una de las poblaciones según su demografía y sus características socioeconómicas. Una verdadera topología de la red norteamericana del sentimiento de felicidad expresado desde el azul al rojo, en orden de menor a mayor.

happiest

Es clara la correlación de los datos existente entre el mercado y el destino en la cuantificación del «negocio de la felicidad». Las manchas rojas constituirían el hinterland ideal para la consolidación de destinos turísticos basados en algo más que los atractivos naturales o históricos. Recursos tan imprescindibles en la conformación de un producto turístico como la hospitalidad, el sentimiento de acogida, el ambiente de optimismo, el grado de simpatía o el nivel de servicios se verían inmediatamente reflejados en el mapa. Sin duda, a todos nos apetecería  conocer las zonas rojas antes que las azules.

Conforme avancemos en el análisis Big Data de la felicidad en los mercados y en los destinos, el mapa turístico por excelencia será el del hedonómetro. Mientras tanto, una cuenta en Twitter (@geographyofhapp) ha sido creada por la Universidad de Vermont para el seguimiento online de la ciudad más feliz y la más triste de cada día. ¿Anticipo quizá del ambiente hedonométrico del turismo?

Estoy seguro de que en un futuro próximo, más allá de las alharacas oficiales sobre la cantidad de turistas que recibimos se hablará de la calidad de nuestro turismo. Como también estoy seguro de que la medida del PIB turístico acabará transformándose en la medida de nuestra Felicidad Nacional Bruta (FNB). Josep Chías, uno de los grandes nombres del turismo español de todos los tiempos, si se me permite la hipérbole atlética, lo vio claro al referirse al turismo como el negocio de la felicidad.

Ahora nos toca a nosotros ponerle valor a una sonrisa con ayuda del hedonómetro.

Fernando Gallardo |

3 comentarios en “La geografía de la felicidad

  1. ¿Y no ha reparado usted en que «medir felicidades» choca frontalmente con el mismo concepto de la felicidad? (al menos tal y como la percibimos en nuestro entorno mediterráneo). Y que, a la postre, podría derivar en postulados falsarios e hipócritas tendentes a conseguir sonrisas más o menos impostadas con intereses económicos más o menos perceptibles como telón de fondo… nobles sentimientos y mediciones no creo que puedan ir de la mano. Otra cosa sería la percepción directa que tenga el trabajador del negocio hotelero, que debería estar siempre alerta al buen feedback con el cliente.

  2. Estimado. Parece que hay diferencia entre placer y felicidad. El primero es como felicidad corta, que dura poco y generalmente se obtiene con cosas materiales, sensoriales y emocionales. La felicidad es un registro interno de placer creciente y con sentido. Parece.

Replica a Jorge Bela Cancelar la respuesta