El brillo desvaído de una llaves doradas

Sinceramente, me encantan los conserjes que aparecen en este vídeo. Sus gestos, su expresividad, su calidez, la pulcritud de su atuendo, la alta exigencia de su formación, el apoteósico círculo experiencial de sus servicios. Me encanta tener un asistente personal que me entienda mejor, por ahora, que Alexa. (Perdóname, Siri, sé que me vas espiar este comentario y me lo harás pagar la próxima vez que te consulte cómo llegar a Saskatchewuan). Me encanta saber que en los hoteles de lujo esta figura humana aún tardará en desaparecer, aunque quizá los propios hoteles de lujo terminarán por redefinir el lujo.

Me encanta igualmente que la legendaria Asociación Internacional de Conserjes de Hotel Les Clefs d’Or tenga representantes en 40 países iniciáticos como Argentina, Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, China, República Checa, Corea del Sur, Dinamarca, Emiratos Árabes, Estados Unidos, Filipinas, Finlandia, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Grecia, Holanda, Hong-Kong, Hungría, India, Irlanda, Israel, Italia, Japón, Luxemburgo, Malasia, México, Marruecos, Nueva Zelanda, Noruega, Polonia, Portugal, Rumanía, Rusia, Singapur, Suiza, Tailandia y la propia España, potencia turística mundial menos en eso del lujo. 

Me encanta que el viajero de alto poder adquisitivo siempre vaya a requerir la asistencia de un conserje para arreglarse los zapatos en el hotel, comprar una entrada a la ópera y visitar la ciudad desde su punto de vista turístico. Me encanta y me alegra, ya que así tengo un buen referente para medir mi grado de sabiduría, pues de pequeño en mi casa me enseñaron a anudarme los cordones de los zapatos y puedo alardear de ello ante los marqueses de la habitación de al lado; un poco más de mayor aprendí a manejarme en las taquillas y en los estancos para adquirir, yo solito, un tique con el que asistir a de Ana Netrebko en Macbeth, que la estrena estos días en el Met de Nueva York, oye; y ahora me bandeo muy bien sin conserje por las ciudades que visito, a veces por ser andanzas repetidas, otras veces porque nunca visito una ciudad, sino algo propio de la ciudad, vos me entendés. En resumen, estoy mejor enseñado que la voz de su amo.

No, no es broma. El origen de la palabra conserje viene de la voz francesa concierge, según la wikipedia procedente del latín vulgar conservius, que no se sabe cuándo formaron la preposición cum (con) y el sustantivo servus (esclavo).

Me encanta, finalmente, tener un amigo que al jubilarse ha creado una empresa de conserjería fina denominada Lourdes Concierge Services, a la que he aludido ya en otro artículo anterior publicado hace pocas semanas.

Me encanta, sí. Pero, sinceramente, las imágenes exhibidas en el vídeo de Les Clefs d’Or ¿acaso no te parecen casposas? Vale que deban vestirse con libreas de volutas y marbetes dorados. Vale que sus ademanes no exijan la cuadratura del círculo porque ya de por sí el terno que esconde su físico es cuadriculado. Vale que deban exhibir relojes dorados para los huéspedes con relojes de oro les hagan caso. Pero, ¿alguien cree que el escenario en el que se desenvuelven estos conserjes, con esas alfombras ciclópeas, esas arañas protuberantes, esas plumas estilográficas (y estenográficas), esos llaveros reticulares que siguen llamándose rack y no Excel, digo, van a atraer a los unicornios millennials que están desplazando a los marqueses en la Lista Forbes y en los 40 Principales de Wall Street?

Pero en qué cabeza cabe que cuando más se habla del acelerado proceso de sustitución robótica de muchos de los actuales empleos humanos en un hotel se lleve a vídeo promocional ese look decimonónico de Les Clefs d’Or. Si hasta a las conserjas las hacen vestirse, en un arranque de feminidad, como capitanes de la marina mercante.

Ora di morte e di vendetta, Tuona,
rimbomba per l’orbe intero…

Fernando Gallardo |

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