
Estamos muy preocupados por nuestros datos. Y no solamente en la industria turística, donde la gestión de datos forma parte del ecosistema profesional y empresarial construido para ofrecer al usuario el mejor servicio posible.
Lo hemos afirmado muchas veces. El valor de la experiencia turística es el gradiente emocional entre lo esperado y lo recibido.
Dicho de otro modo, el usuario de un servicio turístico aprecia su valor cuando recibe una atención por encima de las expectativas, y no necesariamente a sus deseos o necesidades. Es el ‘factor wow’ lo que mueve a las nuevas generaciones a viajar y contar lo vivido. De tal modo que, como subrayan los responsables de Beautiful Destinations (un perfil con 20,7 millones de seguidores en Instagram), ninguna otra red social es la expresión tan fehaciente de dicho ‘factor wow’.
Y para generar el factor comentado no hay otra alternativa que conocer bien al usuario, apoyarse en sus convicciones y en su conocimiento personal para alcanzar el mayor grado posible de emocionalidad en su experiencia de viaje.
Esta década del turismo que ahora iniciamos será la década del conocimiento del viajero. Ya se intuyen numerosos proyectos, cuantiosas inversiones, en dar forma a esta tecnología que proporcionará una valiosa calidad de datos por sobre la cantidad que en la década pasada alumbró el aluvión Big Data. Uno de estos proyectos está tomando forma estos días en el laboratorio de la consultora PwC por encargo de la Alianza de Cadenas Hoteleras propiciada desde el cluster EuroFintech.
En consecuencia debemos reflexionar todos acerca de esta obsesión por la protección de datos que la era digital ha sembrado en no pocos ciudadanos de la era analógica. Es verdad que el concepto de privacidad, de intimidad personal, se encuentra más asentado en las culturas occidentales que en otras culturas. Pero también es verdad que nosotros mismos, usuarios de las redes sociales, nos desvirgamos en público manifestando nuestras opiniones, estados de ánimo, gustos y deseos, inclinaciones psicológicas, sociológicas y culturales.
El celo por la protección de datos chocará en el futuro con determinadas tecnologías instrumentadas para hacernos la vida más fácil a las personas. Y, por ende, a los viajeros. Para qué descolgar el teléfono, hacer clic en una app o descender al bar del hotel cuando se está en pijama si la ‘nube de inteligencia artificial’ detecta nuestra sed y sabe cómo saciarla. No siempre como pensamos que ésta debe saciarse, sino con alguna bebida que incluso nos provoque mayor satisfacción.
Facebook, Neuralink y otras compañías tecnológicas están desarrollando unas interfaces mediante implantes cerebrales o por simple contacto, como ya se ve hoy en personas con daños neurológicos, que permiten escribir simplemente pensando en palabras. Manos libres 100%. Unas interfaces sensoriales y cerebrales que permitirían al huésped conectarse con el sistema de distribución de bebidas del hotel sin distracciones externas, sin restricciones geográficas, sin ninguna limitación física que le impida obtener la satisfacción deseada al momento.
Un artículo publicado en la revista Nature Communications cita el experimento y los resultados obtenidos con monitores de electrocorticografía de alta densidad, que han arrojado una tasa de precisión del 61%, más elevada de lo inicialmente previsto por los investigadores. Su objetivo era descodificar en tiempo real una velocidad de 100 palabras por minuto con un vocabulario de 1.000 palabras y una tasa de error que fuera inferior al 17%.
La técnica puede mejorar mucho si en lugar de un incómodo gorro de electrodos se utiliza un haz de infrarrojos capaz de medir los niveles de oxigenación en sangre, que podría leer literalmente los pensamientos de cualquier persona. Nita Farahany, profesora de la Universidad de Duke especializada en neuroética, ha puesto ya el grito en el cielo al advertir la injerencia de un sistema de inteligencia artificial en los pensamientos de las personas. Aunque sea para detectar su necesidad de hidratación antes de que el huésped manifieste los primeros signos de sed en la habitación del hotel.
El cerebro es el único lugar seguro para la libertad de pensamiento. Pero estamos a punto de cruzar la última frontera de nuestra privacidad.
Fernando Gallardo |