
Cada día que pasa presentimos que las grandes entidades financieras de las próximas décadas —quién sabe si los gobiernos también— acabarán siendo los Google, Apple, Facebook o Amazon que llenan nuestras vidas. Al menos, en los meridianos occidentales de nuestro planeta. Porque en los orientales hay otras marcas, otros nombres, que centran toda la doméstica de su existencia, como Baidu, Alibaba, Alipay o Wechat, quizá más incisivos que los occidentales en configurar entornos de relación económica, social, cultural y emocional de los que es difícil, por innecesario, salir.
He omitido la organización política porque tanto Oriente como Occidente coinciden en su obsolescencia. Mientras nosotros, los ciudadanos, vamos avanzando —no sin dificultades, pero avanzamos— en la digitalización de todo lo que somos, los gobiernos se empiezan a poner nerviosos dando palos de ciego a diestro y siniestro incapaces de entender qué sucede a su alrededor con unos bits que el establishment sigue interpretando como átomos. De ahí que espectáculos electorales como los que nos ha deparado la todavía primera potencia del mundo estos días no hacen sino certificar la distancia astral entre un mundo digitalmente acelerado y un mundo de papel torpemente retrasado.
Si el sistema electoral estadounidense renquea hasta la exasperación paquidérmica, qué óxidos no cabrían lijar en el monolítico sistema comunista chino heredado de una dialéctica formulada en el siglo XIX (en honor a la verdad, un gran avance éste con respecto al mandarinazgo medieval de la China imperial). Mucho 5G, mucha inteligencia artificial, pero en el fondo de su conciencia gerontocrática nada prometedor en el horizonte de lo cotidiano para 1.400 millones de ciudadanos.
¿Qué hará Joe Biden si un día los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) deciden utilizar su formidable red clientelar para conceder préstamos al consumo, ofrecer hipotecas o fondos de inversión, facilitar el comercio electrónico con sus propios medios de pago o hacerse cargo, directamente, de la seguridad social de los ciudadanos? Con Trump ya lo hemos comprobado: negativa radical a todo lo que huela FinTech, nuevas tecnologías financieras. Por oponerse, se opuso hasta a las criptomonedas, ya fueras las descentralizadas, ya al dólar digital.
La reacción china tampoco se ha hecho esperar. Como señalamos en el blog Turismo Futuro bajo el título Menos lloriqueos y más acción, el grupo Ant (matriz de Alipay y otras FinTech) del magnate Jack Ma (fundador de Alibaba) tenía previsto realizar la mayor oferta pública de acciones de la historia. Lo cual situaría la valoración de la compañía en unos 300.000 millones de dólares, por encima de la propia Alibaba. Pues bien, dos días antes de la fecha prevista para la salida de sus títulos a las Bolsas de Shanghai y Hong Kong, las autoridades chinas decidieron parar en seco la operación con el argumento de reconsiderar las regulaciones existentes y “tratar de mantener un mercado estable y sano en el largo plazo”.
Millones de ciudadanos chinos se dieron de bruces con la realidad. El gobierno chino no tiene intención de perder su autoridad, de ahí que su llamada a la regulación sea interpretada como una llamada a la prohibición. Pero no será tan fácil, ya que la demanda de acciones fue tan elevada que los sistemas informáticos para su tramitación llegaron a colgarse, lo que da cuenta del enorme éxito de la OPV. Alipay, medio de pagos del grupo financiero Ant, posee hoy más de 700 millones de suscriptores. Y más de mil millones de ciudadanos chinos se relacionan de algún modo con sus marcas, el 40% de ellos debido a sus ventajosos préstamos online. No es casualidad que, antes tamañas cifras, los reguladores chinos reflexionen sobre su propia utilidad como autoridad financiera en un país donde la competencia entre empresas es encarnizada, como apunta Kai-Fu Lee en su libro Superpotencias de la Inteligencia Artificial.
Uno de los aspectos más espinosos con los que tendrá que lidiar el gobierno chino será el de la financiación de las pymes, que el grupo Ant había resuelto con un modelo predictivo de riesgos por medio de la inteligencia artificial, frente al anquilosado sistema bancario de los departamentos al uso que imponen a los particulares y a las pequeñas empresas no pocas trabas para obtener financiación de la banca pública china.
“Los grandes bancos son como los grandes ríos”, explicó Jack Ma ante los financieros que le escucharon en la presentación de su OPV en Shanghai. «Se crean con los estanques, arroyos y pequeños canales que afluyen hacia ellos para conformar el sistema hidrográfico. Sin éstos en un ecosistema, las inundaciones y las sequías siempre ocurrirán aquí y allá». Es imprescindible que el sistema financiero tradicional se transforme en un ecosistema FinTech del mismo modo que los negocios discográfico o periodístico han terminado por convertirse en aplicaciones móviles desde los que escuchar música sin fin o noticias en red social.
Decíamos que en el futuro las decisiones de préstamo serían decididas por el Big Data, la inteligencia artificial y un sistema inclusivo, sostenible y ecológico basado en Blockchain. Me temo que esta reacción a la defensiva de las autoridades chinas nos informa de que el futuro ya es hoy, de que lo incierto de las nuevas tecnologías financieras se han presentado en el umbral de nuestra vida económica, social, cultural e ideológica. Y este adelanto de una década que nos ha impuesto la pandemia debe obligar a los gobiernos a transformar su marco regulatorio so pena de ser sobrepasados por la ola de la digitalización y las corporaciones FinTech.
Hablar de democracia con estas naciones pequeñas que formamos y sus sistemas electorales vetustos produce sonrojo cuando los nuevos países se organizan en torno a grandes redes humanas como Facebook, que reúne ya a 1.800 millones de ciudadanos, con un sistema electoral como el de Amazon, basado en el One Click.
Toca renovarse o esculpir el epitafio con la punta de sílex.
Fernando Gallardo |
[Al mismo tiempo que lo expuesto debemos felicitarnos de que el Gobierno de España haya aprobado este año la creación de un sandbox (banco de pruebas regulatorio y supervisor) concebido a priori como un instrumento para abrir vías a la transformación digital de las finanzas en este país]