[Nueva York en 3D para ser visto con gafas de realidad virtual]
La tendencia de los intermediarios digitales, ya sean agencias de viajes, centrales de reservas, meta buscadores o las propias cadenas hoteleras, apunta a la venta de experiencias y no de camas hoteleras. Desde la óptica viajera, el foco de interés será cada vez más una habitación en particular y no el hotel en general. La industria hotelera tienen mucho que aprender todavía de Airbnb, que no anuncia viviendas turísticas así sin más, sino tal o cual vivienda en particular. Un dormitorio en particular. A ello apunta la tecnología VR/AR de realidad virtual y realidad aumentada, donde Facebook se está haciendo fuerte con el estándar de visionado de sus gafas Oculus.
En el futuro, antes de entrar en su habitación, el viajero habrá vivido la experiencia de ‘estar’ en la habitación. Esto, que parece una obviedad cinética, posee unas connotaciones psicológicas y tecnológicas relevantes para la industria turística. Porque la paradoja surgente en toda experiencia de viaje es la emoción que produce lo tangible. Pisar el suelo, abrir las ventanas, olfatear el dormitorio, percibir la textura del colchón al acostarse, sentir el agua de la ducha en la espalda, libar el zumo del desayuno. La experiencia de la pernoctación no es solo saber de la existencia de una cama en la habitación, sino la percepción de su textura. No es solo conocer la composición del aire, sino que la pituitaria reciba su aroma para que nuestro cerebro interprete si es agradable o fétido. Lo que define nuestra experiencia sensorial es la equidistancia entre lo existente y lo percibido de eso que existe. O parece que. Sigue leyendo