Innovación, innovación, innovación…! Nos hemos cansado de pregonarlo por todo el mundo. Lo hemos vociferado, cantado, poetizado, declamado, razonado y aun nos entregamos a la causa común de celebrar unos #microdebates en las ferias turísticas españolas y en la universal calle Twitter. Si después de esto no interiorizamos que, sí o sí, debemos innovar para sobrevivir es que estamos sordos o no queremos seguir viviendo.
Esto es lo que viene a decir el profesor del INSEAD, Soumitra Dutta: «la innovación es un elemento clave en el crecimiento económico, tanto en los países desarrollados como en las economías emergentes, ya que ha sido ésta la razón por la que vivimos en los niveles de prosperidad sin precedentes. Pero la innovación no se consigue sin inversión de tiempo, esfuerzo y recursos humanos y financieros». Ello, en la presentación del denominado Índice Global de Innovación que propone la escuela de negocio INSEAD.
Los datos son esclarecedores y ayudan a dibujar el mapa del futuro. Suiza, con 63,82 puntos sobre 100, encabeza la lista de las 125 naciones más innovadoras del mundo, seguida por Suecia y Singapur. El ránking de los 10 países más innovadores lo completan, por este orden, Hong Kong, Finlandia, Dinamarca, Estados Unidos, Canadá, Holanda y Reino Unido. España se halla en el puesto 32 y su nivel de innovación es de 43,81. Es decir, ¡suspenso! O… no progresa adecuadamente. De poco sirve argumentar que nuestro país encabeza la lista de naciones iberoamericanas, en quienes encontramos nuestros espejo. Portugal ocupa el lugar inmediatamente inferior en el escalafón, o sea, el 33. Luego vienen Chile, en el 38; Costa Rica, en el 45; Brasil, en el 47; Argentina, en el 58; Uruguay, en el 64, Colombia, en el 71; Panamá, en el 77; México, en el 81; Perú, en el 83; Guatemala, en el 86; El Salvador, en el 90; y Venezuela, en el 102. Lo que evidencia que el índice de innovación corre paralelo al índice de desarrollo.
Malos tiempos para una economía como la española, tan necesitada de una vuelta de tuerca, que ocupaba en 2010 el puesto 30 en el Índice Global de Innovación y, en 2009, el 28. La innovación española, en lugar de ser incentivada como motor de recuperación económica, ha ido claramente de dos en dos cuesta abajo. Y, por consiguiente, el lugar que le corresponderá al final del camino a esta nuestra décima potencia mundial, de seguir en sus trece de «que inventen ellos», será el de una economía al borde del subdesarrollo, representada por ese puesto 32 en innovación.
Nos la jugamos. Frente a un mundo cada vez más universal y globalizado, con 2.500 millones de personas que emergen del infradesarrollo y compiten duramente por una vida más próspera y asequible, necesitamos cambiar de paradigma. Innovar es una cultura que exige un modo diferente de hacer las cosas, una disrupción en el sistema de producir bienes o servicios. Sin esa voluntad de darle una vuelta a todo es cartesianamente imposible que este todo se renueve. No es hacerlo mejor, sino hacerlo diferente. Su icono utilitario se remonta al personaje de Henry Ford y su época: «si hubiera querido responder mejor a las necesidades de los consumidores les habría vendido caballos más rápidos, pero preferí atender a sus deseos subliminales y me puse a fabricar automóviles».
Y esta enseñanza es la que ahora debemos interiorizar en el orden turístico, donde los modelos que nos han permitido vivir como sociedades acomodadas en Occidente ya están gastados o pertenecen a estas nuevas sociedades que reclaman su derecho igualitario a la prosperidad. Pongámonos ya a innovar en los negocios turísticos porque si no seguiremos vendiendo caballos, aunque corran más y coman menos. Démosle una vuelta a todo: al urbanismo litoral, a la sobreoferta hotelera, a la masificación de los destinos turísticos, a la obsesiva práctica del reglamentismo, a la rigidez del mercado laboral, a la asfixia crediticia que sufren los proyectos arriesgados, a la burocracia, al conservadurismo, al politiqueo, al emprendimiento sin ética y a la inversión cortoplacista. Giremos 180 grados el compás de nuestros negocios.
Porque en la nueva economía, las empresas no competirán por ser las mejores, sino por ser distintas.
Fernando Gallardo |
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