Muere el padre de la robótica

Engelberger

Joseph F. Engelberger, un ingeniero visionario y emprendedor, considerado el padre de la robótica, ha fallecido esta semana en Newtown, Connecticut (Estados Unidos), a los 90 años de edad.

Engelberger creó en 1959 a Unimate, un brazo robótico que revolucionaría la industria del automóvil en el mundo. A partir de los trabajos sobre automatismo del inventor George Devol, dicho brazo extraía de los moldes piezas enteras sin que el proceso revistiera la peligrosidad que suponía para los trabajadores humanos.

Unimate fue instalado primero en una planta de General Motors, en 1961, y luego en la Ford y la Chrysler. Desde entonces, más tres millones de robots industriales se han instalado en fábricas de todo el mundo, pese a las reticencias de los sindicatos y de los directivos de la industria automovilística. Según ellos, la robótica eliminaría millones de puestos de trabajo y su extensión a otros sectores productivos condenaría a una parte de la Humanidad al paro y la miseria.

«Este temor no tiene ningún fundamento moral», respondió Engelberger, «ya que estos robots han sido diseñados para evitar las tareas infrahumanas asignadas a los empleados fabriles, especialmente en el proceso de etiquetado con adhesivos y de pintura micronizada con químicos tóxicos para la salud.

Tras la venta de Unimation a Westinghouse, en 1980, Engelberger abandonó la robótica industrial para diseñar máquinas móviles aplicadas a los servicios humanos. Desarrolló, por ejemplo, un asistente que se utiliza actualmente en todo los hospitales del mundo. También colaboró con la NASA en la fabricación de los dispositivos no tripulados por control remoto actualmente utilizados en la exploración espacial. Algunos constructores de robots japoneses solicitaron sus diseños. Y abordó la fabricación de un robot móvil para el hogar que incorporaba GPS, cámaras de vídeo, instrumentos médicos y alarmas de seguridad para las personas mayores. Adelantado a su tiempo, Engelberger basaba sus investigaciones en insectos y aves, con los que soñaba diseñar un robot doméstico capaz de volar. Décadas después vio con satisfacción cómo sus drones se vendían hasta en tiendas de juguetes.

Hasta hace poco, el ingeniero trabajaba en el uso de software de reconocimiento de voz para identificar a los intrusos en viviendas particulares con un spray de gas pimienta capaz de detenerlos y ahuyentarlos. Sugirió, así mismo, que los robots podrían asumir en el futuro ciertas cualidades humanas como la conversación y la detección de emociones. Siri no había aún nacido.

Por su contribución a la ciencia y tecnología, Engelberger ingresó como miembro de honor a la Academia Nacional de Ingeniería de los Estados Unidos. Publicó dos libros: Robotics in Practice (1980) y Robotics in Service (1989). El diario londinense Sunday Times lo incluyó, en 1992, en la lista de los 1.000 creadores del siglo XX. En 1997, recibió el Premio Japón por su liderazgo mundial en robótica.

Con toda probabilidad, los trabajos pioneros de Engelberger inspirarán a generaciones enteras en la transformación de la industria turística, cada vez más decidida a aplicar la robótica en procesos rutinarios para liberar al trabajador humano de su condición esencial de ser humano, creativo y emocional, capaz de practicar liturgias no mecánicas en la consecución de la felicidad de los viajeros.

Después de todo, reiteramos una vez más, la hospitalidad es la industria de la felicidad. Un vehículo de paz y colaboración entre los seres humanos que contribuye a despejar las incógnitas formuladas por el propio Joseph Engerberger acerca de la utilización de la robótica en conflictos bélicos.

Los robots podrían operar inocentemente como socorristas para terminar recogiendo a los soldados heridos, advirtió el ilustre científico.

Fernando Gallardo |

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