Una vez más intercambiamos impresiones a través de Facebook sobre qué lecciones cabe extraer de esta imagen.
Los hoteles persiguen en teoría colmar las aspiraciones de sus huéspedes y, en la práctica, ejercitar la doctrina de la hospitalidad. Cualquier detalle, cualquier muestra de agasajo, son pocos. Pero, a veces, el exceso impide que se cumplan las expectativas. ¿Qué crees tú que sobra en esta habitación?, nos preguntamos.
Las respuestas han sido muy diversas y desde diferentes ópticas todos los comentaristas han pretendido aportar su visión sobre la imagen de un hotel cuyo nombre omitiremos por ser intrascendente en este caso. Numerosos establecimientos grandes y pequeños de la costa española encajarían en el perfil reflejado aquí.
«Sobra el televisor, el teléfono, la mesa de billar, los palos de golf, la colcha, la botella de ginebra y el CD de Abba, entre otras cosas», escribe con sorna nuestro primer comunicante, José Luis González Castillejo. «Sobran las tumbonas y faltan las sillas, del split de aire acondicionado mejor no hablar», subraya en tono entusiástico Emilio Folgar. «Preferible más sitio, una mesita para poder trabajar o tomar algo y dos sillas hubieran bastado», apunta Adolfo Santo-Tomás. «A mi personalmente siempre me estorban las teles, pero ahora que aquí, en Extremadura, por ley, nos están obligando a ponerlas en cualquier alojamiento de turismo, según me dijo el último inspector que nos visitó hace poco…», rubrica con certeza Alfonso de la Fuente. Esta última imposición, por disparatada, daría para otro artículo. Incluso para una constelación de artículos sobre la salud mental de los reguladores y su mono inquisitorial en contra de la libertad de consumo.
La mayoría de las opiniones reflejan gustos personales. «Sobra la colcha, el mobiliario en general sin personalidad… Sobra todo. Es antigua y no tiene gusto… Las baldosas, las cortinas… Demasiada lámpara los cinco puntos de luz… Nos es que sobre, es que falta todo… Falta eliminar barreras arquitectónicas, falta ambientación, orden estético, iluminación indirecta, técnología, falta ver que es una habitación de hotel y por supuesto crear sensaciones que inviten a volver». Seguramente muchos estamos de acuerdo con estas críticas, aunque sorprendería saber cuántos de sus huéspedes habituales se muestran realmente encantados con las cortinas, las baldosas, la colcha y, por supuesto, la caja oscura de televisión.
Inmaculada Adeba Vallina, como otras veces, ha puesto el dedo sobre la llaga a la que yo me estaba refiriendo. Porque gustos hay muchos, ciertamente. Los buenos gustos y los malos gustos. Pero más allá de una estética, más allá de una utilidad o de un servicio, he querido llamar la atención sobre el propio concepto de hotel, esa fábrica de experiencias a la que me he referido en múltiples ocasiones. Dice Inmaculada que la habitación de marras «parece que tiene vistas… escondidas, no se pueden ver desde esas tumbonas, ni desde la habitación, pero para hablarnos de ellas tenemos la cama».
En efecto, de eso se trata. Lo que a nuestro juicio sobra en la habitación de este hotel veraniego son los obstáculos que impiden gozar del mar, tocar el azul desde el interior, abrazar el agua, sentir el oleaje en el rostro, zambullirse en el verano, que justifica unas vacaciones en la playa. Sobra todo lo que regula la categoría oficial de un hotel y falta la arquitectura que modula su categoría emocional.
Seguramente la clientela objetivo de este establecimiento en la costa almeriense aprecia los programas de televisión a los que se ha conectado el hotel, la infraestructura wifi de banda ancha, las cortinas que frenan el martillo del sol al amanecer, el apósito del aire acondicionado en la pared, la estética remordimiento español de la colcha, los cojines y los escalones de acero a la terraza, el ambiente oscuro interior en contraste con la luminosidad exterior. Pero muy probablemente esa misma clientela se sentiría feliz si su dormitorio abrazara el horizonte, si sintiera de verdad el vapor salado del mar, si el azul pintara su retina desde cualquier ángulo y posición, si pudiera asir con sus manos la delicuescencia mediterránea y con sus oídos los anarmónicos elásticos del sur.
Aquí sobran razones y falta emoción.
Fernando Gallardo |