Qué sentido puede tener la polémica urbana entre residentes y turistas cuando hoy todos los turistas son residentes y todos los residentes, turistas. La última demostración científica de este hecho viene subrayada por la fiebre del Pokémon Go desatada en muchos países de nuestro orbe digital. Miles de personas, si no cientos de miles, caminan estos días por Manhattan con su móvil en la mano en persecución de los famosos pokemones de Nintendo, cuyas acciones se han disparado en Bolsa. En las calles, en las oficinas, en los hoteles y en los mentiremos públicos no se habla de otra cosa.
Como afirmé ayer en un tuit, las capitales turísticas del futuro serán ciudades Pokemon Go. La reedición de este popular juego inventado hace dos décadas ha estimulado el descubrimiento geográfico de las ciudades entre su población residente que, sin el coste del viaje, vive la experiencia de ser turista en su propia urbe. De una manera muy similar, por cierto, que la experiencia de sentirse local vivida por los usuarios de plataformas de economía colaborativa como Airbnb.
En menos de una semana desde su lanzamiento, el juego está instalado en el 5 por ciento de los dispositivos Android y se han publicado más de 40.000 comentarios en la tienda Google Play. Este éxito inesperado del Pokémon Go encuentra su explicación en su sociabilidad digital —aprovecha la cultura desarrollada por las redes sociales—, en la realidad aumentada ofrecida por las aplicaciones digitales —mediante la tecnología actual de geolocalización en los dispositivos móviles— y en las enormes posibilidades que ofrece de cara al futuro la práctica del compartir —cuyo motor remoto es la economía colaborativa del turismo— por encima de la propiedad de lo compartido.
Los estudiosos de los destinos turísticos deberían iniciar ya mismo sus investigaciones y el desarrollo de aplicaciones hosteleras sobre el juego del Pokémon Go.
Ayer mismo, una conocida firma de Wall Street encomendaba a sus brokers un sondeo de mercado entre las principales marcas estadounidenses para el patrocinio directo de pokemones en aquellos lugares o establecimientos de Nueva York que mejor sintonizaran con los valores de la marca. Las tiendas de moda Zara no podían prescindir de tener a su pokemon en los escaparates o en algún probador incógnito. Qué decir de Nike, de Tesla, de Whole Foods o del icono neoyorquino del momento, pokemon Trump.
Los ludópatas digitales no necesitan ya el desarrollo de complejos escenarios virtuales en los que moverse y disfrutar de sus juegos favoritos. Gracias a la realidad aumentada, los nuevos escenarios lúdicos pueden ser reales, vívidos, articulados en torno al propio usuario. Un sistema de capas superpuestas logra la quimera tecnológica de la gamificación: jugar desde cada una de las capas virtuales sobre un fondo que es real y asible, con sus texturas, sus sonidos, sus aromas, su morfología y sus propios gustos.
Ya sabemos que Google ha estado detrás de esta operación de resurrección del juego y que el entramado Alphabet tiene un interés económico meridiano en el entendimiento de cómo los seres humanos interactúan con el espacio físico. Las fracasadas gafas de realidad aumentada supusieron el punto de partida, junto a la adquisición de otras utilidades tecnológicas, como el servidor domótico Nest y otros proyectos secretos de Google X. Pero la guinda de esta apuesta ergonómica es la industria turística. O cómo las personas vamos a viajar y a entender el turismo en los próximos años.
Quienes piensan en esta actividad como una manera de conocer un país o tostarse en una playa al sol se equivocan. El turismo será real y a la vez virtual. Porque nunca hemos sabido dónde está la raya, la frontera entre estos dos mundos. Nunca hemos podido desligar la experiencia de la preparación del viaje con su realización. ¿Cuánto de real o de irreal tiene el imaginarse un selfie en la cúspide de la Torre Eiffel cuando aún no hemos cogido el avión a París? Más que eso, ¿y si el Celler de Can Roca fuera un PokeStop en nuestro viaje a la Costa Brava?, ¿y si una cena en DiverXo, Madrid, mereciera el premio de otro pokemon que se acumularía a otros en la buchaca con los que disfrutar de una noche en Dubai?
Sí, esto nos recuerda demasiado a Foursquare. Lo que la app de las cuatro esquinas no logró en varios años, Pokémon Go lo ha logrado en horas gracias a su experiencia en el campo de la gamificación. Por supuesto, muchos millones de usuarios digitales no juegan. El pokemon no va con ellos. Pero otros muchos millones de ludópatas digitales sí adoptarán el Pokemon Go como su compañero ideal de viajes.
Yo, que no juego a nada, me lo acabo de descargar y salgo ahora mismo a ver si me encuentro con algún pokemon amigo en el Meatpacking District. Si me aburre siempre me quedará la virtualidad de recorrer el Chelsea Market desde otra óptica, al encuentro de otra perspectiva curiosa, que es el hilo esencial de la madeja turística.
¿Vivimos en la realidad o en una fantasía?, se preguntaron los sabios clásicos.
Fernando Gallardo |