Ese Trump que llevamos dentro

Trump dentro

Malas noticias para Donald Trump y sus millones de simpatizantes extendidos por todo el mundo. El movimiento anti globalización, que incluye al constructor de muros y a los nuevos populistas europeos, conduce al empobrecimiento inexorable de aquellos a quienes supuestamente defienden. Así lo corrobora un reciente estudio del US Bureau of Labor Statistics norteamericano que, sobre una muestra de 40 países, revela que si el comercio internacional se viera entorpecido con la introducción de aranceles defensivos —uno de los argumentos claves de la campaña Trump por la presidencia de los Estados Unidos— las diez naciones más ricas perderían el 28 por ciento de su poder adquisitivo, mientras que las diez naciones menos ricas de las 40 mencionadas, expuestas como están a la importación de productos básicos, perderían hasta el 63 por ciento de su capacidad adquisitiva. Los puestos de trabajo deslocalizados regresarían a sus países de origen, pero a un coste ciertamente inasumible para las empresas.

Este cuadro informa de la enorme desproporción en los costes laborales vigentes entre las 40 naciones objeto de este estudio:

costes-laborales

Los precios en dólares americanos indican el coste de la mano de obra manufacturera para las empresas, sumados los salarios, cotizaciones sociales, pagas extras y otros beneficios laborales. Como puede verse, la contratación de un trabajador en Alemania equivaldría a la contratación de 10 trabajadores chinos o 27 trabajadores indios. Hay que ser muy malvado para pensar que la productividad natural de un trabajador norteamericano es seis veces superior a la de un trabajador mexicano, aunque muchos trumpistas se crean el cuento de que los mexicanos son fundamentalmente vagos.

La razón de estas enormes diferencias hay que encontrarlas en el regulacionismo obsoleto que rige hoy en el mundo, en los diferentes estadios de desarrollo entre países y, por supuesto, en las atróficas culturas nacionales que obstaculizan el libre comercio y la competitividad empresarial. Entre ellas, la inercia proteccionista del débil frente al fuerte, del lento frente al rápido, junto al credo igualitario que pretende medir la felicidad del individuo por su riqueza material y el grado de desarrollo económico alcanzado. Mientras el empleado brasileño disfruta de los placeres terrenales o acuáticos a la salida de su trabajo en el hotel, el neoyorquino solo vive para trabajar porque habita solo y no tiene que rendir cuentas a nadie. Es su opción individual frente a un mundo que, empero, lo quiere colectivizar.

Los credos políticos, la curiosidad personal y la permeabilidad cultural, eso que llaman la apertura de mente, determinan por tanto el horizonte del ser humano en un contexto aceleradamente mutante que muchos quieren ignorar. No enterarse de lo que ocurre hoy en el umbral del postcapitalismo lleva a votar a Trump, al Brexit, a Norbert Hofer, a Viktor Orban y, probablemente, a Marine Le Pen el año que viene en Francia. El populismo triunfa hoy en los países avanzados porque la mayoría de sus ciudadanos tiene dificultades para asumir el nuevo contexto de una sociedad cada día más globalizada y digital. La inmigración laboral y la sustitución robótica se han convertido ya en los dos principales enemigos de las clases medias y bajas. De ahí que el conservadurismo en contra de esta doble sustitución tecnológica e internacional haya encontrado una cabeza visible con millones de adeptos en todo el mundo: Donald Trump.

Que nadie se engañe y revise su fuero interno para desenmascarar al Trump que lleva dentro. Los votantes de Trump son anti Airbnb, anti Uber, anti TripAdvisor, anti colaborativos, anti globales, anti TTIP (tratado de libre comercio Europa-Estados Unidos) y prefieren a un trabajador norteamericano por 37,71 dólares la hora a uno mexicano a 5,90 dólares la hora…, pagado con cargo a una deuda pública que ya se encargarán de saldar las generaciones futuras o los ahorradores privados a los que se confiscará una parte de lo ahorrado en aras del interés público.

Probablemente ignoren estos simpatizantes que ninguna de estas alternativas serán factibles en la sociedad digital que estamos empezando a edificar, donde el dinero será un código encriptado en la nube y no habrá fronteras terrestres ni legales para impedir su libre circulación. Posiblemente ignoren que otro sistema ajeno a la territorialidad de los actuales sistemas político económicos nace de las personas transnacionales, relacionadas entre sí mediante las redes sociales digitales. Porque, entre otros muchos posibles, el futuro no será nada parecido al presente, como hoy el presente es escasamente parecido al ayer.

Acerca de estos pensamientos y otras cuestiones turísticas discutimos el pasado 26 de noviembre en la Cidade da Cultura de Galicia, Santiago de Compostela, con ocasión de la clausura del plan formativo sobre dirección y gestión de empresas turísticas a cargo del Cluster de Turismo de Galicia.

En breve publicaremos un resumen sobre el impacto de la militancia y la simpatizancia Trump en el turismo.

Fernando Gallardo |

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