Las Kellys unidas creen que jamás serán vencidas

banksy-maid

«Wuenas fgallardo Hay chupimendi! La rentabilidad esta en machacar a las kellys». Este mensaje misterioso me puso esta mañana sobre la pista de una cuenta de Twitter que opera bajo el nombre de Las Kellys del Facebook. Como muchos, no acostumbro a tomarme en serio los trolls de las redes sociales, ni tampoco a quienes apenas acreditan 79 seguidores, como es el caso en el momento de escribir este comentario. Menos si una de las firmantes referidas en el tuit subraya en su perfil: «Por mi coño y el de todas». Pero una inveterada complicidad profesional con el colectivo de camareras de piso que me ha hecho la cama durante los casi 40 años que llevo escribiendo sobre hoteles me hizo interesarme sin pensarlo en estas susodichas kellys.

El tuit de Twitter me llevó al grupo de Facebook. Y allí existe un colectivo organizado de camareras con la muy estimable cifra de 8.290 miembros (y ninguna miembra) en actitud de protesta por la creciente devaluación de sus puestos de trabajo en la hotelería española. Efectivamente son las Kellys del Facebook, agrupadas desde 2014 por Laly Corralero, camarera en un hotel de Lloret de Mar, y asistidas por la socióloga de esta misma localidad, Isabel Cruz. Administran a diario un blog anónimo en WordPress, Las Kellys. Y han sido lectoras obligadas del libro Las que limpian los hoteles, de Ernest Cañada.

En este manual de combate se enumeran los múltiples agravios que sufre este colectivo de trabajadores, enteramente femenino, que al cabo de los años acusa en sus espaldas problemas de tendinitis, desgastes de cartílago, dolores musculares, estrés, y, con frecuencia, una sobremedicación para aliviar sus rutinarias existencias, con una intensidad de trabajo y unos cupos de habitaciones en ocasiones imposibles de cumplir en una jornada laboral normal. Corralero, que lleva desde los 16 años como camarera de piso, considera que son las grandes olvidadas del sector hotelero.

Se calcula que en España trabajan más de 400.000 camareras de piso, la mitad fuera de convenio y otras directamente no están dadas de alta o lo están bajo otras categorías laborales. En muchas ocasiones no se les reconoce la categoría, perciben sueldos más bajos, gozan de menos vacaciones al año y generalmente se las contrata en función del volumen de ocupación, circunstancia que se ha agravado tras la Gran Recesión y sacralización de una economía low cost en muchas de sus costuras.

En función de la categoría del hotel, las camareras de piso emplean entre 20 minutos y media hora en arreglar por completo una habitación. A algunas amas de casa les parecerá poco tiempo, pero la experiencia aquí es un grado. Como consecuencia de la edad —las mayores son más quejumbrosas— sus cotidianeidad incluye visitas al médico por tendinitis, inflamaciones, lumbalgias y cartílagos desgastados. Al cumplir los 50 años es necesario recurrir de vez en cuando a los antiinflamatorios. No es extraño que en ciertas ocasiones sus sueldos no rebasen los 700 euros al mes. Entre sus peticiones figura su adscripción al convenio colectivo de hostelería, que fija un suelo de 1.200 euros.

Como muchos nos imaginamos, ser kelly no es plato de buen gusto. Se es kelly porque no se ha podido o no se ha querido ser otra cosa. Es raro encontrar en el mencionado grupo de Facebook una camarera de piso que confiese sentir placer con la práctica de la limpieza de habitaciones, incluso realización personal. Cualquier trabajo rutinario acaba aburriendo, fatigando, lesionando y, lo peor, alienando la mente. En su teoría de la alienación, Karl Marx efectúa una interpretación ideológica de dicho concepto psicológico y sociológico que considera al trabajador no como una persona en sí misma, sino pura mano de obra caracterizada por las contradicciones sociales cuando la sociedad alcanza determinado nivel de desarrollo. El filósofo alemán relaciona la alienación con la existencia de la propiedad privada y de la división antagónica del trabajo. Es una característica definitoria del sistema de producción capitalista, en el que los trabajadores sobreviven alienados de su actividad productiva.

Marx distingue entre los trabajadores a destajo—autónomos—, que trabajan para sí mismos, y los asalariados, que no trabajan para satisfacer sus propias necesidades, sino para unos capitalistas que, a cambio de un salario de subsistencia, pueden utilizar su mano de obra para el fin concreto de su empresa. En este caso, dado que la actividad productiva pertenece al capitalista, el operario se siente alienado respecto a su actividad. También el trabajador siente alienación cuando no tiene percepción de lo que produce, aunque esta idea se comprende más en una cadena de producción fabril que en un establecimiento hotelero, donde el trabajador debería para ello pasar la noche junto a los huéspedes, en su misma cama. La alienación se agrava con el sistema competitivo entre los trabajadores, dado que el capitalista los enfrenta para recompensar a quien produce más y castigar al más perezoso o al más inútil. Y, finalmente, los trabajadores están alienados de su propio potencial humano, pues quedan relegados a la función de bestia de carga o a tareas significativamente inhumanas.

«Aún faltan dos décadas para que la tecnología robótica libere a las ‘kellys’ de bajo coste alienadas por la rutina. Llegará!», fue mi sucinta respuesta al tuit de esta mañana.

Soy un firme convencido de que las tareas de una camarera de piso no son propias de una sociedad cada día más digital y mecanizada. El bajo salario percibido no compensa tanto esfuerzo, aunque las kellys españolas deben reconocer que sus actuales emolumentos están muy por encima del los que perciben los trabajadores de hostelería en más de 190 países. Tampoco merecen siempre la recompensa de los huéspedes, poco acostumbrados en España a dar propinas —en Estados Unidos suelen ser entre un 15 y un 25 por ciento de la factura final— y mucho menos a dar las gracias en forma de una nota escrita o una palabra cálida. Es lógico, dada la invisibilidad de este perfil de trabajadores. A lo largo de mi trayectoria profesional ni siquiera me habré topado en los pasillos con el uno por ciento de las camareras que me han arreglado la habitación. Una entre cien, y puede que exagere. A pesar de las veces que he sugerido una relación digital entre el huésped y el personal de servicio que lo atiende, algún tipo de desconfianza entre los directivos y la tropa impide esta natural relación de confianza. El contacto incluso ha derivado a menos desde que DSK tuviera ese desafortunado encuentro con una camarera del hotel Sofitel de Nueva York.

El futuro no proporcionará mayores salarios a los trabajadores de la limpieza, ni tampoco una tarea más experiencial. En el horizonte germinan las máquinas inteligentes que, poco a poco, van sustituyendo en todas las empresas, en todos los sectores, a las funciones mecánicas y rutinarias. Por dicha razón estoy convencido de que las kellys se liberarán, finalmente, de su yugo alienante. Directamente dejarán de existir con la satisfacción de que su deslomamiento habrá servido para que sus hijos estudien programación y sean diseñadores de los robots que las sustituirán.

Solo que ese futuro no será tan inmediato como el de otros colectivos por una limitación inesperada en los aforismos de muchos futuristas. Resulta que las características fisiológicas del ser humano son más difíciles de imitar que sus características psicológicas. En otras palabras, se están haciendo más progresos en el software robótico que en el hardware, aunque las películas de ciencia ficción nos hayan fascinado con sus replicantes de metal y cables. Es más difícil estructurar una aplicación que exija destreza de movimientos que una aplicación orientada a la potencia bruta de procesamiento de datos. Sí, aunque parezca mentira, la destreza personal en el arreglo de una cama ofrece una problemática más compleja desde el punto de vista tecnológico que la dirección de un hotel mediante un alto conocimiento en gestión de flujos o el manejo de una hoja de cálculo. En puridad, la labor de una kelly adquiere más valor que la del contable e incluso que la del director financiero. Y, sin embargo, la percepción de su valor es menor tanto para el directivo hotelero como para el propio huésped.

Las camareras de piso serán probablemente sustituidas por robots dentro de dos décadas. Pero, mientras tanto, la reivindicación de su pobre salario no puede consistir en obtener el regalo de unos euros más por habitación. En un ambiente competitivo, los salarios tenderán a disminuir, como han caído desde los días de la Gran Recesión. Argumentar que no puede haber un turismo de calidad sin un empleo decente, como hace Ernest Cañada en su libro, es un saludo al sol en un país cuyos récords turísticos se han logrado gracias a una estrategia de bajo coste en lugar de altos ingresos. Y esa dinámica no se puede cambiar de la noche a la mañana cuando la oferta se ha especializado ya en el bajo coste. ¿O sugiere quizá resucitar los viejos planes de esponjamiento turístico a base de goma-2?

No, las kellys no arrastran un empleo indecente. Su trabajo no vale lo que piden porque los huéspedes, que son los verdaderos dueños del negocio hotelero, no lo quieren pagar. Así de sencillo. Como cuando nos enfrentamos a dos productos iguales en el lineal del supermercado y nos decantamos por el precio de oferta manifestamos, según el eslogan, que no somos tontos. La reivindicación de este colectivo de trabajadoras no debe estar basado en la protesta, ni mucho menos en cargar contra la externalización (de nuevo flota en el aire la seducción ejercida por Donald Trump, acérrimo defensor de lo de dentro, frente a lo que viene de afuera) hacia las empresas de trabajo temporal. Sigue equivocándose Ernest Cañada cuando afirma que «los hoteles se han convertido en objeto de grandes fondos de inversión internacional que están buscando recuperación muy rápida y a quienes les importa poco la calidad del servicio y del empleo», precisamente en un país caracterizado por la atomización excesiva de la oferta hotelera y la alta estacionalidad del turismo.

La reivindicación natural de las kellys debe consistir en recuperar la dignidad del trabajo, si es que alguna vez la tuvo, y la superación de ese obstáculo alienante que impide su satisfacción laboral. Mientras no se produzca la sustitución robótica, sería deseable que tendieran puentes hacia los huéspedes, se hicieran ver ante ellos, los conocieran por sus nombres, apellidos y necesidades personales, indagaran en sus deseos para adelantarse a ellos, los despidieran con toda cordialidad y dejaran en ellos un recuerdo de su experiencia que pudieran compartir en sus redes sociales. ¿Quiénes han mencionado alguna vez en Facebook la tersura del dobladillo en las sábanas o el saludo impreso en el espejo del cuarto de baño? Porque estos detalles dejan un recuerdo inolvidable. Estos recuerdos alientan a repetir o atraen a nuevos clientes. Estos clientes repetidores o nuevos producen más ingresos en el negocio. Y esos nuevos ingresos deben revertir en parte en Laly Corralero y la nueva presidente de la Asociación Las Kellys, Myriam Barroso, que probablemente tersó las sábanas del cliente prescriptor e imprimió sus méritos en el espejo.

Dentro de unos años no se pagará más la destreza de las kellys, cuyas labores serán ejecutadas por una máquina inteligente. Pero siempre, siempre, se pagará por una experiencia que deje un recuerdo viralizable en las redes sociales y viajeras. Éste es el verdadero valor del trabajo en un hotel.

Fernando Gallardo |

6 comentarios en “Las Kellys unidas creen que jamás serán vencidas

  1. Dos pensamientos:

    1. Entrar en una habitación y que esté PERFECTAMENTE limpia, ordenada, y con buen olor es parte esencial de esa anhelada experiencia que deja memorias viralizables.

    2. Siempre hago labor pedagógica con mis clientes no estadounidenses, haciéndoles ver que es importante dejar una pequeña propina cada mañana (también me toca hacer labor pedagógica con mis colegas estadounidenses, haciéndoles ver que el que los españoles no dejemos propina no se debe a tacañería, sino a falta de cultura).

    • Que los emolumentos básicos de una camarera de piso se vean ostensiblemente incrementados con las propinas es práctica común en muchos destinos turísticos fuera de España. Y ello se debe, efectivamente, a una falta de cultura. O, más que una falta de cultura, a una pérdida de aquella cultura de la propina que existía antaño. Existen diversos factores que explican esta decadencia en la utilidad del sobresueldo. Uno de ellos, crucial, es la imposición de otra cultura opuesta que pretende igualar a los trabajadores en todas las facetas y actitudes de su trabajo. Esta idea de igualdad ha ido impregnando a la sociedad española, desde las kellys hasta los propios empresarios turísticos. Es como si diera igual hacer bien o mal el trabajo, se haga con alegría o con pesadumbre, rápido o lento, esmerado o mediocre, eficiente o inútil. Todo el mundo tiene derecho a unas percepciones solo por pertenecer a la categoría (y no solo al hecho) del ser humano.

      Así, cuando alguien hace muy bien su trabajo, la respuesta esperada por parte del usuario o huésped es que ha trabajado como correspondía. Y los resultados impulsan a pensar que eran los debidos. Mientras que, por otro lado, cuando el trabajo es deficiente o nulo, el escudo protector de sus escasas habilidades, su deficiente capacitación o su excepcionalidad militante justifica la siguiente expresión: «por este sueldo de m… qué se puede esperar de este trabajador».

  2. Me gustaría aclarar que quien le escribe es la presidenta de la asociación las kellys y que nuestra asociación no tiene absolutamente nada que ver con esa cuenta de Twitter que usted menciona.
    Hace meses que Eulalia Corralero fue expulsada de la asociación presisamente por esos comportamientos inadecuados y por saltarse en repetidas veces los estatutos de esta asociación.
    Lamentamos tremendamente lo ocurrido pero no hemos sido nosotras.

    • Que lamentas? Que le dije a este señor que nos machacan a trabajar en los hoteles.
      Claro Miryan Barros, a la cúpula directiva de la asociación que me hecho con mentiras, a esas personas no las machacan . Son una sociologa, un periodista, una gobernanta y tú, que no llevas dos temporadas a media jornada. Ah!! Señor , toitos iguales .

  3. Ahí…. las kellys !!!!

    Es curioso, cuando como usuarios de un hotel hacemos una reserva, las dos primeras cosas q pedimos, es que esté limpio, y que tenga wifi….! Curioso, que sean las dos cosas que más valoramos, y que no estemos dispuestos a pagar por ninguna de ellas…🤔.

    Durante años, al frente de mi propio establecimiento de turismo rural, he hecho de kelly, de directora, camarera… En fin, de todo. Y es por ello, que puedo decir que la labor de la kelly, está íntimamente relacionada con la experiencia y levitación del huésped, a pesar de no ser «conocedor de la kelly», el huesped no es un desconocido para ella, al contrario, conoce al huésped más íntimamente que el resto de empleados del hotel, a pesar de lo que pueda parecer… Una pena que algunos empresarios se empeñen en pensar que es un trabajo poco cualificado y que lo puede hacer cualquiera…

    Llegar y encontrar una habitación en la que está todo impecable…, ¡es esencial! Y está estrechamente relacionado con la satisfacción del huésped. O no llamarías tu a recepción para que te cambiaran de habitación si llegas y te la encuentras sucia del huésped anterior?

  4. Pingback: Mano De Hotel – cariciasdechef

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