Viajar mucho para vivir sano

Sabemos hoy que la mayor inversión en I+D+i de esta próxima década se realizará en el campo de la biotecnología, más que en el de la automatización, la conectividad digital o la computación cuántica. Y tras la pandemia de coronavirus, que ha repercutido mayoritariamente en la población de más edad, las inversiones en este capítulo se anticipan aún mayores. Las investigaciones sobre la longevidad humana no habrían podido tener un mejor aliado que este virus.

Independientemente de lo que sueñan los transhumanistas acerca de prolongar la vida hasta sus límites y alcanzar algún día futuro la inmortalidad —creencia hoy por hoy más cercana a la religión que a la ciencia—, es factible pensar que tras la merma poblacional de la pandemia asistiremos a un incremento de la existencia humana, como se ha visto tras otras calamidades semejantes en la historia y ello tendrá un impacto formidable en las estadísticas demográficas y, por ende, turísticas. Nos tendremos que hacer a la idea, difícil en este año de turismo cero, de que el planeta verá en tres o cuatro décadas un movimiento de viajeros cercano a los 4.000 millones, casi el triple que el habido durante 2019.

Cuando se habla de investigación en el campo de la longevidad a todos nos saltan enseguida a la memoria las quimeras científicas del gerontólogo británico Aubrey de Grey, capaz de vaticinar que la primera persona en alcanzar los 1.000 años de edad ya ha nacido. O el español Juan Carlos Izpisúa, que estudia la expresión genética de los órganos animales para reproducirlos en humanos con el consiguiente ahorro de traumáticos trasplantes. Sin llegar tan lejos, una de las investigadoras más tenaces en el desarrollo biotecnológico de la longevidad es la norteamericana Judith Campisi, cuyo estudio del cáncer en humanos le llevó a concluir que las células en fase de senescencia frenan el desarrollo de esta enfermedad tan cruenta. Más propiamente, las células senescentes entran en un estado crepuscular en el que ya no se dividen aunque permanezcan activas.

Campisi, profesora de biogerontología en el Instituto Buck para la Investigación sobre el Envejecimiento y miembro, al igual que Aubrey de Grey, de la Junta Asesora de la Fundación de Investigación SENS, ha promovido a través de Unity Biotechnology, empresa de la que es cofundadora, una nueva clase de medicamentos conocidos como senolíticos que eliminan las células senescentes e incluso, en experimentos con animales, restauran las características más juveniles de los seres vivos.

En su opinión, la senescencia es un acto de equilibrio evolutivo. Actualmente, el 80% de los pacientes que reciben atención médica aguda en los hospitales son mayores de 65 años.

Los senolíticos serían un arma que los geriatras tendrían en su arsenal médico para tratar el envejecimiento de modo holístico y no mediante una terapia determinada para intervenir en una enfermedad diferente cada la vez. Es cierto que todavía no poseemos el conocimiento suficiente para determinar el máximo hasta dónde podríamos extender la vida humana. Sabemos que el promedio de vida aumenta, pero no cuál sería la vida útil máxima de una persona.

Las investigaciones en gerontología han logrado estirar la vida máxima del gusano C. elegans hasta 10 veces más de lo normal, por lo que si fuera posible aplicar este mismo procedimiento a los humanos su vida se alargaría hasta los 1.000 años, que es lo que sostiene Aubrey de Grey.

Si situamos la longevidad humana un poco por encima en la escala evolutiva, hasta la mosca de la fruta Drosophila, por ejemplo, se podrían alcanzar fácilmente los 200 años. Y los 300 años si lo comparáramos con un ratón, un 97% genéticamente idéntico al ser humano. Pero es poco probable que esto suceda hoy a través de un senolítico porque ese otro 3% diferencial ha costado evolutivamente la modificación de cientos, si no miles, de genes.

A juicio de Campisi, lo que aterroriza a la gente no es la longevidad, sino la pérdida de funciones cognitivas mientras se estiran los años de existencia, como le ocurre actualmente a su madre. Tiene más de 90 años, no camina bien, pierde lucidez, pero se mantiene en muy buena forma física.

La Humanidad está aumentando significativamente su esperanza de vida media, pero no la esperanza de vida máxima. El objetivo, por tanto, debería ser prolongar los años de vida sana. Y eso es lo que se está consiguiendo ya con las perspectiva de ingeniería genética en las personas de más edad. Éste es el tipo de intervención deseable que los países, los inversores privados, están hoy propiciando y no tanto si vamos a vivir hasta los 200 o 300 años o más, porque eso no es realista en este momento.

Vivir más no es, pues, el objetivo que impactará en el crecimiento turístico. Vivir mejor es lo que verdaderamente queremos, no solamente para sentirnos vivos, sino sobre todo para aprovechar los días de más sobre la tierra. Y viajar mucho. Viajar mejor.

Hoy más que nunca.

Fernando Gallardo |

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