
Piers Dutton impartiendo sus conocimientos en las primeras Jornadas de la Ruina Habitada
Que lo que no me des y no te pida será para la muerte, que no deja ni sombra por la carne estremecida (Federico García Lorca).
Al británico Piers Dutton lo conocí en 1995, justo cuando acababa de abrir su hotel en la comarca turolense del Matarraña. Era una noche fría y tormentosa de primavera, si mal no recuerdo. La masía, su Torre del Visco, apenas se columbraba desde la pista forestal. Los seis kilómetros de piedras, sombras y abismos impedían distraerse al volante. Así es que me percaté de su existencia cuando ya la tenía encima, mejor dicho, bajo el nivel en que se hallaba el aparcamiento. Había que salvar unas escaleras bajo el diluvio, y luego franquear los arriates de un jardincito que le daba entrada. Dentro, ¡bendición!, ardía la leña en la chimenea. Abrigaba el aroma de los platos que Jemma Markham, su esposa, me iba sirviendo sobre la mesa. Enardecían la cama y los detalles florales que decoraban mi cuarto, el que me tocó en suerte.
Solo a la mañana siguiente apareció Piers en todo su británico esplendor. Flemático, afanoso, hospitalario. Al mando de la cocina, tras invitarme a conocerla y en donde ya me quedé a desayunar. Yo, sentado. Él, de pie. Yo, de huésped. Él, de perfecto anfitrión. Yo, cuchara y tenedor sobre los platos. Él, cuchillo en ristre, troceando los tomates de la huerta y tajando un fuet artesano de la comarca. La liturgia duró casi dos horas. Y, agasajado como nunca jamás, comprendí la grandeza del oficio practicado por aquel caballero inglés tan políticamente correcto, sensorialmente correcto, culturalmente correcto, espiritualmente correcto… ¡Piersosamente correcto!
Piers y Jemma, Jemma y Piers, regentaban años atrás una editorial y librería que hizo historia en Madrid: Turner. Viento fresco en la España almidonada de la época. Ahí se leían los clásicos de la literatura inglesa. Y algún poeta español proscrito por el régimen. Tres calles más abajo de mi casa. Primaveral, incluso en invierno. Su escaparate otorgaba a diario un carácter culto a esa tranquila acera por donde paseaban las señoras de avanzada edad y correteaban los niños rumbo al Colegio Alemán. Madrid era entonces más asfixiante que ahora. Por lo que la pareja decidió mudarse a otra parte donde los libros fueran, no su negocio, sino su ocio.
Muy cerca de Fuentespalda firmaron la compra de una masía del siglo XIX adosada a una torre del siglo XV, junto al río Tastavins. El sitio idóneo para huir del estrés madrileño. Entre olivos centenarios, nubes evasivas, ornitología diversa, sin arrebatos. La minuciosidad de Jemma y la afición culinaria de Piers les hizo enseguida acreedores al título de Relais & Châteaux, que el hotel continúa estampando en la entrada. Aunque el espacio menos conocido en el interior fuera su nutrida biblioteca. Ahí, embutidos en sendos sillones orejeros, al amor de un fuego siempre crepitante, desgranaban sus horas otoñales prisioneros de su propia voracidad lectora. Una vez los fotografié de espaldas, amarrados a las solapas de una novela, mientras el sol fenecía tras los montes. En la placidez de aquel instante aprendí que el sutil nexo entre dos personas de edad madura, más allá del recuerdo a almendras amargas, es la complicidad urdida a través de las páginas de un libro.
La hospitalidad en su grado sumo pierde hoy un paladín. Tras una larga enfermedad, Piers se ha despedido de este mundo como vivió en él, sentimentalmente correcto. Al saber que se iba, me ha confesado esta mañana Jemma, nos invitó a quienes le conocíamos a levantar una copa de vino en su memoria. Extinto, su esposa lo puso a descansar indefinidamente bajo un olivo de su masía. Sin ésta, qué iba a ser de su vida, me susurraba al oído, mientras elevaba gradualmente el tono de su coraje, a lo Scarlett O’Hara, y se juramentaba para que la Torre del Visco siguiera pareciendo a sus huéspedes el Relais & Châteaux que tanto esfuerzo les costó levantar a ella y su difunto marido.
He prometido regresar pronto a la masía y alzar como responso la copa de tinto que Piers Dutton me ha regalado en su inextinguible memoria.
Fernando Gallardo |
Descansará en paz…»…bajo un olivo de su masía»
Precioso y sentido homenaje a ese buen Señor inglés. Has conseguido que lo admire profundamente aún sin haberlo conocido jamás. Y no solo eso, has conseguido despertar en mí de nuevo la esencia de la liturgia para con el huésped. Enhorabuena, Sr. Gallardo, por su sensibilidad, de un alumno del Master en Innovación turística de Granada.
Iba a escribir unas líneas en nuestro blog para Piers pero, después de leer esto, me da apuro… Grande Piers y grande Jemma. Enormes…
Que tristeza leer esta noticia, pero gracias Fernando por difundirla. Tuve la gran suerte de conocer a Piers y Gemma en Madrid en los 80, cuando llevaban la libreria Turner, y luego me dio mucho placer volver a verles en la magnífica Torre del Visco. Vaya aventura para aquel entonces, y vaya hotel más maravilloso crearon allí, en el Matarranya.
Sentidas palabras de mi tocayo. Me hubiera gustado conocer a Piers, pero no tuve la oportunidad. Hoy, después de leer tu sentido homenaje, me vienen a la memoria unos versos de mi paisano Pepe Hierro, siempre atento a todo lo que le rodeaba:
Después de todo, todo ha sido nada/
A pesar de que un día lo fue todo/
No queda nada de lo que fue nada/
Era ilusión lo que creía todo,/
Que en definitiva era la nada.
Mi más sentido pésame a Jemma.
Gracias Fernando como siempre por recordarnos día a día el buen hacer obligatorio de la liturgia del anfitrión, que sin duda debió serlo Piers aunque no tuviese el gusto de conocerle.
Y gracias a tu tocayo por el sentido y profundo verso de Pepe Hierro, que me ha dejado toda la mañana pensativo… y melancólico de nuestro efímero paso por este mundo.
Dep y mis condolencias para Jemma.
A lovely life-like tribute to Piers a quien vamos a echar todos de menos. No nos conocemos personalmente, pero Jemma y Piers siempre hablaban mucho de tí durante nuestros múltiples peregrinajes gastronómicos desde el cercano Belmonte de San José.
Mary Carmen (aragonesa) y yo acabamos de volver a Madrid después 35 años de andanzas europeas. Esperamos concocerte en carne y hueso un día para levantar unas copas de vino y compartir anécdotas sobre Piers… Gracias de nuevo por estos recuerdos que todos compartimos de una manera siempre muy especial y personal.