Renovarse o morir en el fútbol y en la vida

Vicente del BosqueHace ahora cuatro años escribíamos estas líneas sobre el triunfo total de la Roja, la selección española de fútbol. Aplaudíamos, ensalzábamos, las cualidades que la llevaron al podio de los campeones: humildad, discreción, camaradería, orden, disciplina, innovación, estrategia, ingenio, competición, amor propio, entrega, denuedo, entereza, simpatía, desinhibición, sencillez, limpieza y juego bonito. Apuntábamos, además, que el empresariado turístico podía tomar buena nota de lo sucedido y ofrecer a sus huéspedes los mismos argumentos para ganárselos: mucha elegancia, camaradería entre todos los actores del sector, paciencia y ganas de trabajar, pase corto en la gestión y no pelotazo, humildad y no soberbia, esponjamiento del campo y no la edificación del bunker en que muchas veces uno se encastilla frente a los problemas sobrevenidos desde el exterior.

La catástrofe vivida por esta misma selección en el Mundial de Brasil nos debe servir ahora para añadir otra cualidad más a la lista. Una característica que no supimos prever, pero que se convertirá en la asignatura pendiente de España durante los próximos años en todos los órdenes. En el deportivo y en el cultural. En el social y en el tecnológico. En el económico y también en el orden político. Esto es, la siempre difícil transición generacional en los emprendimientos humanos. La laboriosa Holanda empezó a impartirnos esta lección. Chile la acaba de reafirmar.

Una de las imágenes más llamativas en las redes sociales, minutos más de confirmarse la derrota de la Roja ante la otra Roja, ha sido el tríptico de la victoria en que la selección española alzaba la Copa del Mundo flanqueada por las dos Copas de Europa. La alegría incontenible de los jugadores, la escenografía victoriosa de las celebraciones, el cromatismo delirante, el perfume de la gloria… Todo eso debía conducirnos a pensar que después de la victoria, y quizá de otra victoria, solo puede venir la derrota. Después de la gloria, el infierno. Después del honor, la vergüenza. Después del trabajo bien hecho, la tribulación sobre la pereza.

Lo recuerda Góngora en su conocido poema Carpe Diem:

Mientras por competir con tu cabello,
Oro bruñido, el sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio del llano
mira tu blanca frente el lirio bello;
Mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
Goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente.
No solo en plata o viola troncada
se vuelva, más tu y ello conjuntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Evitar todo esto solo puede hacerse desde la dinámica permanente del reciclaje, la innovación constante. La empresa que vende mucho tenderá a vender menos…, a menos que invente nuevos productos. El hotel de lujo será algún día un esperpento casposo…, a menos que renueve sus instalaciones y servicios. Y la familia bien ordenada tenderá a desordenarse…, a menos que se transmita la facultad de padres a hijos en la inexorable ley de vida que es la sucesión al trono.

No se hizo en el fútbol y no se hace muchas veces en el mundo empresarial. Cuántas cadenas hoteleras se han diluido por no haber sabido regenerarse, infundir savia nueva a sus recursos humanos, renovarse antes que morir. Por el contrario, grupos empresariales históricos permanecen de plena actualidad gracias a una programada y generosa transmisión del poder entre generaciones.

Porque en el fútbol, como en la empresa o la vida, las flores se marchitan para que la belleza pueda siempre renovarse.

Fernando Gallardo |

2 comentarios en “Renovarse o morir en el fútbol y en la vida

  1. Hola Fernando

    Como siempre tu post no tiene desperdicio, y esta vez, con tu venia, me gustaría agregar una reflexión que sin duda es aplicable a todos los conceptos que mencionas en tu escrito, más allá de lo futbolístico.

    España, como selección de fútbol, fue víctima de sí misma. El mundo (todas las demás selecciones) se estuvo preparando durante cuatro largos años para vencer a la vigente campeona. Holanda y Chile, (Australia no tenía opción) estudiaron al milímetro a su rival apenas supieron que España estaba en su grupo. Estudiaron cada movimiento individual y colectivo para poder reducirlo a la mínima amenaza, y el esfuerzo y la dedicación tuvieron su premio.

    España, que no había hecho otra cosa que recuperar el fútbol de antaño (aquí le llamaron tiki-taka cuando eso no es otra cosa que el antiguo «cortita y al pie») y maravilló al presente tirando paredes imposibles y posesiones interminables que mareaban al mismo carrusel. Fue el éxito que revolucionó todas las teorías de los pivotes, trivotes, rombos y demás exageraciones geométricas sencillamente jugando al fútbol, pasando la pelota cortita y al pie.

    Esta España no se olvidó de jugar al fútbol, sencillamente cometió el pecado de «acomodarse», se quedó en su zona de confort y eso fue su perdición.

    Lo mismo pasa con la sociedad, con las empresas y como tu bien dices, con la hostelería. En Ritz-Carlton me enseñaron que debemos aplicar «el salto de rana» cuando se está en la cresta de la onda, ese es el momento para mejorar, crecer y evolucionar.

    Si esperamos al «momento valle», o lo que es la parte baja de la onda, entonces estamos perdidos, porque cuando queramos mejorar solo podremos recuperar aquello que ya teníamos, y eso no es mejorar.

    • Estimado Pablo, no solamente estoy completamente de acuerdo contigo, sino también completamente agradecido porque esta aportación tiene mucho valor. En el efecto, en el mundo empresarial, como en el humano, la zona de confort nos permite viajar cómodamente por la vida, especialmente tras el éxito alcanzado. Cualquier descuido con esta actitud nos deja inermes, sorprendidos, trastornados. Como cuando nos pasan el balón y no nos percatamos de cuál es su trayectoria. Creemos que irá hacia otro. Pero no, nos viene a nuestros pies y ni nos damos cuenta que lo tenemos encima. Entonces sucede lo que sucede: perdemos la posesión del balón, perdemos la empresa.

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