Valerie Valdez tenía 58 años cuando su marido, Ted, murió de un ataque al corazón en 2014 dejándole solo un garaje transformado en apartamento en Santa Cruz, California. La casa que tenían en Noe Valley, un barrio exclusivo de San Francisco, estaba alquilaba con un contrato a largo plazo. Como consecuencia del súbito fallecimiento, el poder adquisitivo de Valerie se resintió tanto que optó por rescindir el contrato con su inquilino y reformarla, invitando al amigo de un amigo como huésped de fortuna a razón de 60 dólares la noche, tras lo cual se animó a anunciarla en Airbnb. Inmediatamente recibió dos reservas, lo que la hizo reafirmarse en su propósito de obtener unos ingresos suplementarios a su pensión con esta práctica de hospedaje turístico.
Valdez alquila ahora las tres habitaciones restantes de la casa (ella vive en una) a través de Airbnb, aunque no pierde ocasión de colocar sus anuncios también en HomeAway, Vacation Home Rentals y VRBO. Por cada una de ellas ingresa entre 105 y 155 dólares la noche en Airbnb. En las otras plataformas ofrece la casa en alquiler completo. El año pasado recibió alrededor de 400 viajeros procedentes de 100 ciudades.
Ser propietario de un hotel con encanto o trabajador autónomo en un acogedor establecimiento de cama y desayuno (B&B) en un lugar idílico ha sido durante una época el sueño de muchos asalariados. Pese a la dureza de un trabajo que no tiene horas, un número importante de jubilados o de trabajadores desahuciados por razones de edad han encontrado en la vivienda turística una manera de seguir siendo útiles a la sociedad.
En un estudio publicado en 2015, Airbnb identifica a las personas mayores de 60 años como el segmento de más rápido crecimiento entre sus anfitriones, que registró un aumento del 102 por ciento al cabo de ese ejercicio. A nivel mundial, la compañía estima que alrededor de 260.000 de sus cerca de dos millones de anuncios son ofrecidos por anfitriones de 60 años de edad en adelante. De ellos, el 64 por ciento son mujeres.
Otras plataformas de viviendas turísticas también registran datos parecidos, como el club Evergreen B&B, que exige una cuota anual de 75 dólares por miembro inscrito y ofrece cama y desayuno a personas mayores de 50 años que solo deben pagar 20 dólares más por los gastos del desayuno.
Si bien algunos mayores anclados en la cultura de privacidad consolidada por la sociedad analógica muestras ciertas reticencias a compartir sus vacaciones con extraños, la mayoría confiesa vivir una experiencia enriquecedoras para sus vidas.
Divorciada en 2012, Jacque Schultz, de 66 años, se enteró del funcionamiento de Airbnb en una fiesta y desde entonces no ha dejado de alquilar con éxito su dúplex con entrada independiente en Nashville. Entre sus clientes figuran muchos turistas europeos, artistas que acuden a un concierto en esta ciudad amante de la música country y graduados universitarios en busca de empleo. La vivienda se arrienda a 110 dólares la noche durante unos 15 a 20 días al mes.
Airbnb manifiesta que sus anfitriones perciben de media alrededor de 6.000 dólares al año por unos 60 días de trabajo. A cambio, cobra una comisión por reserva del 3 por ciento.
La señora Schultz no ha tenido, por ahora, ninguna experiencia negativa por el alquiler de su vivienda. El secreto, en su opinión, consiste en conocer previamente a sus clientes a través de los comentarios que se publican sobre ellos en Airbnb y así se eliminan los riesgos indeseables. Evitó una vez a unos clientes que querían eludir el proceso de registro. Pero nada más. La compañía, por su parte, excluye de la plataforma a toda persona que aparezca señalada por la justicia o vierta en las redes sociales comentarios descalificadores sobre la condición sexual de las personas o referidas a delitos, relaciones con el terrorismo y drogadicción.
Los anfitriones inscritos en Airbnb pueden obligar a sus clientes a identificarse con el carné de conducir o el pasaporte. Existe una lista blanca de huéspedes, Verified ID, desde la cual se puede conocer la fiabilidad de los usuarios de esta plataforma. La compañía sostiene que la publicación de comentarios y su retroalimentación constante ayudan a crear una atmósfera de confianza entre sus usuarios.
La apertura de una vivienda al hospedaje puede significar casi siempre estar al tanto de lo que pasa en el mundo, como le ocurrió a Elle La Forge, de 65 años, cuando descubrió que podía alquilar la planta baja de su casa adosada en el barrio de St. George, en Staten Island, a un corto paseo en ferry desde Manhattan. Invirtió 5.000 dólares en pintarla y pavimentarla, además de añadir unos electrodomésticos que faltaban y el necesario menaje de hogar. Cobra 80 dólares la noche por tres camas y otros 10 dólares por persona adicional.
La Forge toma las reservas directamente desde su dispositivo móvil. En cierta ocasión, uno de sus huéspedes la llamó por teléfono después de salir de la casa para que le informara sobre los peajes a tomar en la autopista de Nueva Jersey. También suele atender a las solicitudes de qué ver en la ciudad y otras informaciones relacionadas con la estancia. Así, tiene colgado el cartel de completo hasta septiembre.
Según Airbnb, las mujeres mayores de 60 años aparecen como las anfitrionas mejor valoradas por los usuarios de la plataforma.
Edward LeMay, profesor retirado de 73 años es otro anfitrión popular. Ha incrementado su pensión de jubilación gracias al alquiler de habitaciones en su casa del sur de Boston. Ello le ha permitido tomar lecciones de piano y voz, y viajar a Israel y Turquía con el Boston Gay Men’s Chorus. Sus clientes alaban en la plataforma su cálida bienvenida y su interesante conversación. Aún así, su hospitalidad tiene límites. Accedió a abandonar su propia habitación para que se pudieran instalar en la casa dos parejas que querían permanecer juntas durante la maratón de Boston, pero recibió una carta de queja de cuatro páginas por parte de la plataforma en la que se informaba de algunas reparaciones menores causadas por una de las parejas allí hospedadas. Aunque no rechazó la reserva, al bueno de Edward aquella experiencia le dejó un sabor de boca amargo. Una persona agradable no tiene por qué ser necesariamente un buen huésped.
Hay quienes prefieren en el alquiler colaborativo una relación de reciprocidad como la que ofrece el antes citado Evergreen B&B Club. Nancy Kennedy, una tejedora de 78 años con residencia en Eureka, California, exhibe sus alfombras hechas a mano durante los viajes que realiza con otros miembros del club. Es una manera de reducir los costos y hacer nuevos amigos, explica.
Valerie Valdez se ha convertido también en una fiel promotora de Airbnb entre sus familiares y amigos, a los que anima a alquilar sus viviendas y sentir, como ella siente, que dando acogida a turistas alemanes, franceses y chinos, uno parece que está viajando por todo el mundo.
(Este artículo es el resultado de la transcripción de un texto publicado hoy por Amy Zipkin en el New York Times.
Fernando Gallardo |