Vaticinios para la hotelería española después del verano

Fotografía: Enrique Navarro

La situación turística de este verano 2012 en España no se presenta nada fácil. Como es habitual, los líderes políticos y empresariales de este país difundirán cifras extraordinarias para no comprometer su responsabilidad y sus votos. Que si primaveras árabes, que si grecias infaustas, que viva el turismo y sus ministerios porque son el verdadero motor de la economía patria.

Pero todos saben, todos sabemos, que la realidad es muy otra. Superar el récord en entrada de turistas no se traduce siempre por algo positivo. Incluso a veces produce unos efectos claramente negativos. Cualquier escolar de grado medio sabe que el aumento en el número de turistas a costa de dumping en los precios conduce a la bancarrota. Desde la patronal hotelera ya se ha advertido de este problema, aunque se haya dicho con la boca pequeña. Si un turista cuesta más de lo que paga, el negocio es redondo. Redondo como dibujar un cero con un canuto.

Este mes de junio ya hemos visto un anticipo de lo que se viene encima en algunos lugares del litoral mediterráneo. Algún hotel de entidad menor anuncia para este verano en la Costa Brava, que no es precisamente lo más barato de la costa, la pensión completa a 28 euros por persona y día. El turoperador TUI ya está anunciando tarifas de hasta 25 euros en pensión completa en hoteles de relativa calidad. Con estos precios cabe intuir que únicamente será soportable el negocio del alojamiento con una rebaja importante en los costes laborales o una optimización mágica en la gestión hotelera. Pero más vale temerse lo peor: bajo nivel de contratación laboral y escamoteo de las amortizaciones. O lo que es igual: servicio bajo mínimos y deterioro creciente de la planta hotelera.

Pese a ello, la degradación del turismo abocará necesariamente al cierre de muchos establecimientos. Negocios así son insostenibles, todos lo sabemos. Y aquellos que hacen bien sus deberes padecen, sin culpa, la contaminación de la sobreoferta hotelera, el contagio de los malos productos, la devaluación del valor marca, la agonía de la supervivencia.

Como consecuencia de lo cual descubriremos muy pronto la verdadera terapia. Sin pretensiones científicas, ni académicas, hemos encuestado desde este Foro a diversos empresarios turísticos -que han preferido quedar en el anonimato- sobre el libro de ruta que indefectiblemente tendrá que abordar el empresariado turístico español en los próximos meses. El resultado es muy revelador de lo que venimos anunciando y estos vaticinios genéricos tienen altas probabilidades de cumplirse. Repito que estos someros datos que a continuación traspongo carecen de rigor científico y deben entenderse en su justo contexto.

  • Al final del verano, el 30 por ciento de los establecimientos hoteleros de sol y playa cerrarán o dejarán de existir como tales. Su modelo de negocio está agotado y ni siquiera los salvará el hacer su agosto, su último agosto.
  • El 70 por ciento de los establecimientos hoteleros de sol y playa supervivientes, o tal vez más, adaptará su estructura a la temporada alta. Habrá despidos y, la mayoría, anunciará su apertura solo en las temporadas medias y altas, de abril a octubre.
  • La cuarta parte de los hoteles de cuatro estrellas, urbanos, vacacionales o rurales, cerrará indefinidamente. La estadística es tozuda. El 25 por ciento de toda la planta hotelera española clasificada con cuatro estrellas no sobrevivirá.
  • Al menos la tercera parte de los establecimientos hoteleros de cualquier tipo o categoría está obligado a renegociar sus costes laborales. La incidencia de estos costes en la hotelería vacacional es del 30 por ciento de media, y en la hotelería urbana asciende en muchos casos al 50 por ciento. Frente a estos números, la hotelería de otros países en el entorno competitivo de España soporta unos costas laborales del 22 al 25 por ciento, lo que anima a muchos a pensar que se puede competir bajo estos términos.
  • Aun contra natura es previsible que, en el ínterin, se acelere el proceso de concentración empresarial bajo muy diversas formas. Las grandes cadenas nacionales se tendrán que poner de acuerdo para constituir un campeón mundial capaz de competir en las grandes ligas, hasta ahora dominadas por norteamericanos, franceses y, cada vez más, asiáticos. Si España es una potencia turística en movimiento de viajeros e ingresos económicos, tambien lo deberá demostrar en la palestra empresarial. Los grandes hoteles independientes deberán agruparse o acogerse a una marca en régimen de gestión, comercialización y franquicia indistintamente. Será imposible resistir de otro modo a la competencia de las grandes cadenas internacionales que, esta vez sí, aterrizarán en España con todo el poder que les otorga el nuevo escenario digital. Y los hoteles pequeños tendrán que sacrificar una parte de su modelo de gestión y comercialización y ‘ceder soberanía’ a las redes 2.0 que están todavía por constituirse tras el horizonte de esta crisis.

Podremos seguir debatiendo sobre si es necesaria más promoción turística, el liderazgo de un ministerio, la búsqueda de nuevas vías de comercialización, la oportunidad del IVA reducido, la flexibilidad laboral, las tasas aeroportuarias o una recentralización de las competencias turísticas. Pero nada debería distraernos del embrollo y su solución: España tiene un producto turístico cada día más obsoleto y fuera de mercado. O se sueña con aquellos dos millones de turistas chinos que todavía no han aparecido o toca reinventarse para seguir siendo atractivos en nuestros mercados tradicionales. Atractivos, naturalmente, a los hijos de aquel turista un millón novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve que hizo de este país la potencia turística que fue y hoy parece declinar.

Fernando Gallardo |

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