¡Ya tenemos plan! Me refiero al Plan Nacional e Integral del Turismo (PNIT), que si no fuera porque lo suscribe el Partido Popular muy bien podría sonarnos a los Planes Quinquenales de la extinta URSS. Su finalidad es elevar el rango político del turismo, sustraído por la crisis financiera y la renuencia a crear un ministerio ad hoc de la más alta jerarquía. No hay mayor empeño que el desempeño de quienes se disputan el mando a distancia y la programación del turismo en España.
Ya tenemos Plan. Y los empresarios turísticos apenas se han demorado unas horas en manifestar su satisfacción por las 28 medidas y más de 100 acciones adoptadas por el Ejecutivo en su Consejo de Ministros celebrado el pasado 22 de junio de 2012. Si acaso se quejan, como pedigüeños que son, de su poca monta presupuestaria. Quizá porque necesitan, o esperaban, algo más de los 1.800 millones de euros aprobados.
Que el turismo en España genera el 10,2 por ciento del PIB y el 11,39 por ciento del empleo nadie debería soslayarlo, así como que el fin del ciclo económico iniciado en los años 50 aconseja hoy una redefinición de este sector crucial para la economía española. Que el turismo reciba menos dotación presupuestaria que la minería, generadora de solo 4.000 empleos frente a los 2,5 millones de la actividad turística, clama al cielo por mucho barrenazo que se oiga desde el subsuelo. Que la subida de las tasas aeroportuarias retraerá la demanda de vuelos tiene su lógica, aunque se exagere un poco sobre los efectos que provocará en el consumo turístico. Que la paralización del 30 por ciento de los viajes del Imserso dejará a muchos alojamientos vacíos fuera de temporada escocerá sin duda en aquellos destinos tan necesitados como los hoteles de ayudas públicas para sobrevivir. Pero de ahí a aceptar que el turismo sea una actividad estratégica -y, por tanto, estatalizada- para la economía española hay un buen trecho.
Celebremos que el Plan de marras haya sido consensuado por el sector turístico y que haya atendido las reclamaciones formuladas por sus representantes durante los últimos años. Una de ellas, la mayor representatividad y participación de los empresarios y trabajadores en la política turística, rendirá seguros dividendos en el futuro. Siempre que esta contribución ideológica se vea acompañada, naturalmente, de la financiación privada que exigen los programas acordados, lo cual está aún por ver. Otra, la promoción de la marca España, exige un trabajo lento y perseverante para que dé al final sus frutos. Y no necesita presupuesto. El buen nombre de España no se paga con talonario, sino con la responsabilidad y el trabajo bien hecho de todos los españoles, que en turismo se traduce por nuevos productos experienciales, una probada sostenibilidad territorial, mejor paisaje, atención más hospitalaria, mayor simpatía colectiva, destinos más limpios, gente más culta y castigos ejemplares para quienes, con sus prácticas especulativas, monopolísticas o sicarias de la subvención, mancillan el buen nombre del país. A esta mácula contribuyen aquellos que se descuelgan con exabruptos, como los vertidos contra los españoles por el presidente de la Comisión de Turismo de la CEOE, Joan Gaspart, o los que aplauden la campaña «España, sin ir más lejos» en contra de las agencias de viajes emisoras. Su continuidad al frente de estas instituciones son un lastre para la marca España.
La armonización de la legislación turística entre las distintas Comunidades Autónomas es deseable. Pero no en el sentido que todos nos imaginamos, sino por la igualación de un objetivo primordial: el que desaparezcan las leyes específicas del Turismo, cuya promulgación es tan innecesaria como las específicas del gremio zapatero o verdulero. ¿Para qué un registro de empresas turísticas si ya existe un Registro Mercantil?
El diseño de políticas transversales para la toma de decisiones y el establecimiento de estrategias entre las distintas administraciones han sido, éstos sí, los desafíos siempre pendientes y negados en la historia del turismo español. Porque clamar por la relevancia económica, social y laboral de la actividad turística mientras se apantalla el litoral de hormigón, se gastan ingentes partidas en aeropuertos inviables, se destruye el paisaje, se deja incendiar bosques o se ningunea la ciencia y la innovación es una actitud farisaica y falsamente progresista. Aquí siempre ha fallado el ponerse de acuerdo por el bien de todos. Con tan malos empresarios no es extraño que hayan proliferado los malos políticos. Y así no hemos llegado a ninguna parte.
¿De verdad alguien se cree, lejos de la estrechez nacionalista, que hay un «Destino España» en la mente de quienes toman la decisión de viajar a Madrid para cerrar un acuerdo empresarial, a Barcelona para visitar la Sagrada Familia, a Marbella para ver y ser visto en la playa, a San Sebastián para cenar en casa de Juan Mari Arzak? Pues eso es lo que propone entrecomillado y en negrita el PNIT. Mientras este país se siga vendiendo como destino y no como una bolsa de productos turísticos, más planes quinquenales se van a necesitar a largo plazo. Basta observar el gráfico de la página 13 del Plan para creer en la llamada subliminal a la unidad de destino en lo universal que representa ese sol en el horizonte…
Ya veremos si esta propuesta gubernamental no se queda en el limbo del buenismo político, como muchas de las políticas arbitradas por los Gobiernos anteriores. Incrementar la actividad turística y su rentabilidad constituye un objetivo básico del PNIT mediante los indicadores de ingresos, excedente bruto de explotación por ocupado y gasto medio diario de los turistas. ¿Resistirá el actual Gobierno la inveterada tentación de cuantificar únicamente los millones de turistas que visitan España, aunque sean clientes prestados de los múltiples avatares mediterráneos como la guerra de Yugoslavia, la amenaza turca o la primavera árabe?
Generar empleo de calidad, otro de los objetivos prioritarios del Plan, atiende a la remuneración salarial por hora y al carácter indefinido de los contratos frente a su temporalidad. ¿Sabe el Gobierno que no habrá empleo de calidad mientras no haya formación de calidad en los empleados, que no habrá alta remuneración en el empleo mientras España sea un destino turístico masivo y barato, que no habrá estabilidad en los puestos de trabajo mientras no se rompa el círculo vicioso de la estacionalidad turística?
Impulsar la unidad de mercado, el tercero de los objetivos señalados en el PNIT, es una quimera cuando se lanzan campañas tipo «España, sin ir más lejos». Cuando se habla de unidad de mercado se está hablando de transparencia y de eliminación de fronteras. ¿O se está pensando en que es buena la unidad de mercado en el interior y mala en el exterior? Cualquier estudiante de economía sabe que la unidad de mercado engrandece la base de ese mercado y, consecuentemente, aboca a una concentración empresarial tendente a cubrir su crecimiento. No hay sitio para más de un puñado de grandes operadores y una «larga cola» de pequeños orientados a un nicho especializado o un segmento definido de ese mercado. De ahí que el cuarto objetivo del PNIT, la mejora del posicionamiento internacional de las empresas españolas, sí que debe ser asumido por el Gobierno, los empresarios, los trabajadores y, en general, por toda la ciudadanía interesada en los valores turísticos del país.
Potenciar la participación y colaboración entre el sector público y privado en todos los ámbitos de gestión del sector turístico es un objetivo que se ha resistido durante demasiado tiempo a la inercia estatista de España. Un factor maligno en la competitividad empresarial que ha acostumbrado al país a la promoción subvencionada, cuando no a la subrogación de las responsabilidades empresariales, laborales, sociales y culturales en el Estado. Esta nueva cultura de la corresponsabilidad bastaría por sí misma para justificar las bondades del PNIT.
Por histórica, la desestacionalización del turismo en España se contempla en este Plan como un desideratum o un análisis escéptico del problema más que como una medida inteligente para corregirlo. Es curioso que desde el ámbito hotelero se clame por la atracción de turistas extranjeros como factor único de desestacionalización. ¿No es sospechoso que el huésped solitario de un martes o miércoles en un hotel no urbano tenga que ser alemán o británico? ¿Es que no pueden hacer turismo fuera de temporada los españoles? Una de las explicaciones más coherentes se fundamentan en la flexibilidad laboral de las empresas en otras partes del mundo, así como en una mayor orientación hacia el sector terciario o cuaternario del tejido productivo, que desarraiga más a los trabajadores del lugar fisico de su empleo. Por eso entendemos el turismo como una actividad transversal. Porque sin actuaciones en otros sectores de la política y de la economía es poco menos que imposible solventar sus problemas.
Jocosa, cuando menos, es la medida que estudia el Gobierno para estimular la demanda turística nacional: eliminación del IVA reducido y su igualación al IVA general que, por designio de la UE, deberá aumentar en su cuantía dentro de este ejercicio, probablemente. ¿O piensa el Gobierno que la caída de la demanda nacional se ha debido a la aparición de nuevos y más atractivos videojuegos que retienen en el hogar a los turistas? Lo más gracioso, que no gratis, es que dicho estímulo consumidor se propone desde una campaña de publicidad con elaboración de creatividades, compra de medios y cesión de espacios. Aún parece no haberse enterado de que la publicidad ha muerto. O se está muriendo. Su reemplazo por la conversación pública no resulta muy halagüena desde una práctica política todavía muy sostenida por el titular y el decreto ley. El Gobierno debería empezar antes por dialogar con los ciudadanos a través de las redes sociales. Dialogar, que no redactar titulares de prensa.
Por el contrario, cabe valorar muy positivamente la relajación en la expedición de visados turísticos a los ciudadanos de países emergentes. Por su emergencia son ellos precisamente quienes más viajan hoy, y constituyen un mercado emisor de turismo que España haría mal en infravalorar. Los españoles deben asumir que los «sudacas» no vienen para quitarles el puesto de trabajo a los españoles…, sino para dárselo como los nuevos turistas que son, más ricos y más conocedores hoy de la geografía nacional.
El PNIT apoya felizmente la reconversión de los destinos maduros con líneas de crédito para la renovación de infraestructuras turísticas, la mejora de la sostenibilidad medioambiental, la eliminación de barreras crediticias a las inversiones en mejoras tecnológicas o medioambientales, el apoyo a los municipios turísticos y el fomento de la innovación en la gestión de los destinos inteligentes, sin descuidar algunas medidas todavía sin definir como la creación de una red de agencias gestoras de experiencias turísticas en destino. Mucha farfolla y análisis timorato para lo que debería concluir como un saneamiento del litoral mediterráneo y un esponjamiento sin paliativos de la sobreoferta de alojamientos. En román paladino, demolición de la infraestructura obsoleta y sobrante. Demolición a secas, como se ha visto en otros destinos saturados. Ese debe ser el epítome más productivo de la colaboración entre el sector público y el privado en el turismo español.
En lo que sí derrapa el PNIT es en el empeño pertinaz por la clasificación y categorización de los alojamientos turísticos. Con la alevosía, ahora, de pretender su homogeneización. La diversidad actual «supone ciertos inconvenientes tanto para los turistas como para el subsector hotelero, de alojamientos rurales y establecimientos de camping», reza el texto del PNIT. ¿Por qué inconvenientes? Pensar que los turistas son incapaces de discernir el producto al que aspiran entre la diversidad de ofertas y marcas es dudar de su inteligencia. ¿Por qué entonces el Gobierno no duda también de la capacidad de los consumidores en adquirir un zapato, una camisa o un coche? Solo faltaría que anunciase pronto un PNIT para categorizar a Zara frente a Gap. O un sistema que concediese una estrella a un Clio frente al cinco estrellas Mercedes. Y siempre servirían las siete estrellas para un Ferrari o un Maseratti. ¡Qué manía en normalizar productos turísticos cuando la gente lo que buscan son experiencias únicas y distintas! No se puede estar en misa y repicando. No se puede aspirar a promover destinos inteligentes y productos experienciales al tiempo que se los normaliza. Lo mejor que podría hacer un Gobierno no soviético es quitar su zarpa del negocio hotelero, respetar la libertad empresarial y creer más en la inteligencia de los turistas.
Por último, el documento del PNIT señala que el Sistema de Calidad Turístico Español (en adelante, el Sistema) está plenamente consolidado. ¿Bromea el Gobierno? Que a estas alturas el Sistema (entiéndase sin la interpretación orweliana que cabría hacer) siga apostando por la Q puede servirle a la cadena de cafeterías Vips, pero no a un establecimiento hotelero impelido por el cambio en los hábitos turísticos a ser diferente, único, no normalizado. La calidad es un criterio siempre subjetivo: ¿tiene más calidad el Ferrari de Fernando Alonso que nuestra berlina Renault o BMW? Y nunca debe ser impuesta como fundamento de la estrategia turística de un país sin la tentación del totalitarismo.
Es encomiable el propósito de este Gobierno en plantar cara a la obsolescencia del turismo en España. El Plan anunciado significa un paso adelante en la priorización del turismo como máximo generador de crecimiento en un momento difícil para la economía española. Pero también contiene políticas que suponen un más de lo mismo, una irresistible propensión al conservadurismo. En él se sigue otorgando la potestad del turismo al departamento ministerial correspondiente, sino que se haya avanzado mucho en su transversalidad interministerial. Como hemos señalado muchas veces, el futuro del turismo reside tanto en una farola como en una señalética atractiva, en una playa desierta como en el glamour residencial de la arquitectura con mayúsculas, en una película de Woody Allen, en un cartel del Tío Pepe, en un concierto de órgano a las 12 en la catedral de Mallorca, en una salida a pescar merluza al pincho en la costa asturiana, en un mes por el Camino de Santiago, en una correría por las bodegas del Rioja o una velada sensorial en el Celler de Can Roca, a la espera de que elBulli Foundation nos depare una experiencia aún más novedosa en 2014.
En definitiva, y como siempre, mayor innovación, mayor cooperación y mayor diferenciación.
Fernando Gallardo |
Mi enhorabuena tocayo por tu análisis siempre tan certero. Entiendo que desde la lejanía se ve todo con otra perspectiva, quizás todos debiéramos salir para poder analizarnos mejor. Solo un pero, es una pena que no envíes CC para la Secretaría de Estado de Turismo.
Vuelve el debate, nuevo plan del nuevo gobierno, viejas recetas, normas para los hoteles, poco para los territorios. Creerán, por ejemplo, que uniformando alojamientos en Asturias van a solucionar el problema del medio rural y de las comarcas mineras. Menos burocracia, más inteligencia, más inventiva, más creatividad, más innovacion, mayor emprendimiento. Señores que tienen la responsabilidad de gobernar, sean originales. Ya sé que es difícil, por lo menos a mí me lo parece, pero hay muchas personas que les resulta más facil crear e innovar, seguro, que practicar la empatía.
Como casi siempre, tu análisis es muy bueno. Me gustaria que te extendieses más en como desarrollar los tres pilares, innovación, cooperación, y diferenciación. Ideas, ejemplos, lugares, personas…