Metrópoli de los mares

Oasis of the Seas

Ni con tragedias náuticas como la del Costa Concordia el turismo de cruceros deja de crecer año tras año. Su alta demanda propicia la construcción de buques cada vez más grandes y costosos en un número tan relevante en los últimos años como 400 cruceros de lujo que cubren ya los siete mares. Sí, la Antártida igualmente se está llenando de grandes barcos acorazados contra el invierno.

Desde la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros (CLIA en sus siglas inglesas) se estima en 23 millones de pasajeros lo que va a mover esta industria durante 2015, lo que representa un incremento del 4 por ciento sobre el ejercicio anterior. La contribución económica global fue de unos 120.000 millones de dólares (109.000 millones de euros) y un millón de empleos relacionados.

Internet, los medios tradicionales y las principales compañías de cruceros vomitan ofertas cada día para disfrutar de la mar en un contexto diferente al playero. O quizá no tan previsible ni barato, pero mucho más sugerente y glamuroso. Las comidas, el casino, la piscina, las excursiones terrestres, incluso actividades deportivas como el swing de golf o la lancha motora constituyen la mejor postal de unas vacaciones en el mar.

Un paquebote turístico es lo más parecido a una ciudad. Y los últimos ejemplares salidos de los astilleros de Singapur, Papenburg o Trieste funcionan en esencia como una gran metrópoli. Pero, ¿cómo son las tripas de un cacharro así, se preguntan todos cuantos alguna vez en su vida han realizado un crucero?

El New York Times publicaba hace poco un reportaje vivido fulgurantemente a bordo del mayor crucero del mundo en estos momentos: el Oasis of the Seas, perteneciente a la naviera Royal Caribbean International, con sede en Miami. Su viaje inaugural fue el 1 de noviembre de 2009.

Para hacernos una idea de qué barco estamos hablando sepamos que su eslora, 361 metros, albergaría tres estadios de fútbol. La manga, 47 metros, apenas cabría en una piscina olímpica. Su calado aéreo, 72 metros, alcanzaría a las torres de la catedral de Santiago de Compostela. Lo cual da nada menos que para 16 cubiertas de pasajeros, hasta el punto de que muy pocos edificios en Madrid alcanzan esa altura. Con 5.235 camarotes repartidos en 69 tipologías diferentes, alberga un total de 6.400 pasajeros. A ellos se añade una población de 1.600 tripulantes.

Este oasis de los mares posee un helipuerto en proa, un Aquatheater de 5,4 metros de profundidad —la piscina de agua dulce más grande instalada jamás en un barco— apta para cursos de buceo, así como un teatro de espectáculos acuáticos y láser, situado al aire libre, en popa, con capacidad para 1.380 espectadores. Por supuesto, cuenta con varios restaurantes de lujo, 21 piscinas exteriores, un spa, gimnasio, teatros de tres o más cubiertas, biblioteca, parque acuático, pista de patinaje en hielo, paredes de escalar, galería de arte y dos grandes promenades o paseos interiores con cafés, bares y escenarios muy próximos a lo que denominaríamos bulevares en nuestras grandes capitales.

Jad Mouawad, que hizo un crucero de siete días a las Bahamas para firmar su reportaje, nos cuenta que el Oasis of the Seas necesita para abastecerse 24.000 botellas de cerveza y 1.400 botellas de champagne francés. Rara vez se recoge ninguna disposición durante el crucero, sólo llenaban sus tanques de combustible durante su visita a los puertos. El pan se hornea a bordo, y unas 2.000 toneladas de agua dulce se producen cada día a través de un sistema de desalinización por ósmosis inversa que procesa 1.200 toneladas de aguas residuales con bacterias descompositoras de los residuos y luz ultravioleta para desinfectar. El agua al final es lo suficientemente limpia para beber, pero el Oasis la echa al mar para evitar susceptibilidades en el pasaje.

Casi toda la basura se recicla a bordo o reutilizados. Botellas, latas y compost se trituran y congelados en cámaras frigoríficas de temperatura para prevenir la propagación de bacterias. El calor del motor y el generado posteriormente por los aparatos de aire acondicionado se utilizan para calentar el agua de las duchas. Una vez a la semana, una miríada de camiones, montacargas y carretillas introducen en las bodegas 7.000 kilos de patatas, 4.500 kilos de tomates y otras muchas toneladas de verduras frescas y alimentos enlatados.

Royal Caribbean ha construido la mayor terminal de cruceros del mundo en Florida, concretamente en Port Everglades, desde la que se gestionan los flujos de pasajeros del Oasis of the Seas y su gemelo, el Allure of the Seas. En un destello organizativo sin par se entrega a los pasajeros unas etiquetas con códigos de colores para su equipaje. Este depurado procedimiento de embarque merece encendidos elogios en las redes sociales y la máxima calificación en CruiseCritics.com por la celeridad con que habitualmente se embarca a los 6.400 pasajeros en temporada alta.

Cada día más alejada del todo incluido, Royal Caribbean privilegia su posición dominante en el mercado de los grandes cruceros con servicios e instalaciones suplementarios al precio medio del pasaje. Alrededor de un tercio de sus ingresos totales proviene hoy de la venta a bordo, como el cine en casa (en el camarote) o la realización de llamadas a través de Skype en ruta.

Por lo que respecta al servicio, general a todos los cruceros es la emulación de técnicas precisas utilizadas en la fabricación de automóviles. La eficiencia se logra monitorizando previamente el movimiento de los trabajadores en la limpieza de habitaciones, por ejemplo, y en el estudio a fondo del tiempo necesario para acrecentar la eficiencia en los procesos. Los encargados de limpieza son responsables de 15 camarotes cada uno. En el Oasis of the Seas extraen la ropa sucia y las toallas de cada camarote y los distribuyen en bolsas verdes y rojas a lo largo de los pasillos antes de ser enviados a la lavandería. Luego se limpia el polvo, se barre, se hace la cama y finalmente se atienden los pequeños detalles. Todo ello con el cronómetro en mano hasta completar los cinco minutos que tienen asignados como máximo. Los 189 asistentes consiguen así tener listas más de 2.700 habitaciones antes del mediodía. Al final de cada jornada se lavan unas 47 toneladas de lencería y 29.000 toallas… dobladas a mano.

Los empleados en los servicios hoteleros suelen pasar a bordo cuatro meses trabajando siete días a la semana y tomándose durante el día descansos cortos. Pero disfrutan después de dos meses largos de vacaciones pagadas. Y, de nuevo, a navegar.

Gracias a su manga de 47 metros, el Oasis navega con unos estabilizadores que incluso con mal tiempo evitan casi totalmente el balanceo de su estructura en alta mar. El buque está propulsado por seis gigantescos motores —cada uno del tamaño de un autobús escolar— capaces de enfrentarse tanto al fuerte oleaje de una tormenta como a fuertes vientos de costado, causa de una deriva consumidora de mucha energía. La producción de estos motores, 100 megavatios, alimentarían a una ciudad de 105.000 viviendas. Una garantía de seguridad adicional es que los motores pueden funcionar de forma independiente si la ocasión lo requiere, lo que haría imposible un percance como el sufrido por el Costa Concordia.

Una de las características más originales de esta nave es el atrio al aire libre diseñado en su interior, que permite la salida con balcón a un buen número de camarotes, lógicamente comercializados a un precio superior. Curiosamente, son los primeros que se reservan en cada singladura.

Royal Caribbean logra con este crucero de nueva generación unos beneficios tan extraordinarios que ya tiene en astilleros otros dos más del mismo tipo y tamaño. Los precios del crucero de siete noches se anuncian entre 1.109 dólares (1.010 euros) por persona en una habitación interior (sin ventanas) y los 2.999  dólares (2.735 euros) por una suite.

Fernando Gallardo |

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