El iPhone de la electricidad

tesla powerwall

Elon Musk es el próximo Steve Jobs de nuestras vidas y él lo sabe. Ambos lo sabían hace unos años, cuando Jobs declaró públicamente su admiración por este joven emprendedor surafricano, fundador de PayPal, entre otras compañías tecnológicas. Lo que muy pocos imaginaban esta semana pasada era que el genio se comiera el ego en la presentación de su nuevo producto estrella: una simple batería doméstica que, muy probablemente, cambiará la manera que tenemos de utilizar la energía de ahora en adelante. Sin artificios escénicos, lejos de una convocatoria mayoritaria de medios de comunicación, Musk presentó el iPhone de la electricidad.

Si retrocedemos 10 años, no más, veremos al CEO de Apple con una especie de galleta en la mano anunciando cómo el mundo dejaría de comunicarse por teléfono fijo para hacerlo de otra manera más inteligente y móvil. Cuántos no pensaron aquel día que cambiar un hábito consolidado después de un siglo no iba a ser una tarea fácil. Y, sin embargo, apenas una década ha bastado para producir un revolcón total a nuestro sistema de comunicación personal. La revolución de Steve Jobs no consistió en fabricar un teléfono mejor, sino en proponernos a todos un nuevo modo de usar el teléfono.

Qué nos impide pensar, por consiguiente, que el invento de Elon Musk no consiste en producir electricidad más barata y menos contaminante, sino en cambiar nuestra manera de utilizar la energía. Antes de Jobs ya existían los teléfonos móviles, como antes de Musk han existido los paneles solares y las baterías. Pues bien, esta nueva batería-galleta Tesla Powerwall nos recuerda mucho por su simpleza técnica, su estética, su facilidad de uso y su conexión con el deseo de los ciudadanos a aquella otra galleta-smartphone de Apple. ¿Quién niega ahora la mayor de lo que puede ocurrir en los próximos 10 años con la susodicha batería?

Porque hasta hoy nuestras dudas sobre las fuentes energéticas, nuestros temores acerca de la contaminación y el cambio climático, nuestros denuedos en la búsqueda de una energía alternativa a la proveniente de los combustibles fósiles o de la fisión nuclear nos han distraído de un objetivo esencial a nuestra condición humana y civilización: la eficiencia racional en el uso de los recursos disponibles, ya sean naturales o artificiales.

En materia energética, y la industria turística es una de las mayores consumidoras de recursos, nuestra forma tradicional de abastecimiento ha sido el aluvión. Tanto el agua como la electricidad han fluido a nuestros hogares, hoteles o fábricas, desde la planta de producción. Los ríos en el caso del líquido elemento, la central térmica, nuclear o hidroeléctrica en la toma de corriente. Cuando el agua, o la electricidad, dejaban de fluir, teníamos sequía o apagón. Por lo que construimos presas y embalses para retener el flujo hídrico y asegurarnos, aun en los meses de estiaje, el agua que nos asegura la vida.

¿Por qué no hacer lo mismo con la electricidad, se preguntaba Elon Musk? Producir energía a través de fuentes no contaminantes es una tarea en marcha asumida ya por una mayoría de la población, con las limitaciones impuestas hasta ahora por la tecnología y la logística operativa. ¿Qué es eso de que no se produce energía de noche? El sol no se apaga nunca. Basta con ir a buscarlo allá donde nos llegue su radiación y luego transportarlo adonde se necesite por medio de una malla de nodos inteligentes. Los avances tecnológicos permiten intuir lo que será esta malla mundial dentro de unas décadas.

Lo que no habíamos incorporado en nuestros hábitos de consumo era la acumulación energética, la racionalidad del gasto, como quien guarda en el frigorífico la comida de la semana, que se abre y se cierra en función de sus necesidades alimenticias. Esto es lo que aporta la batería Tesla como concepto. Una práctica de almacenamiento privado, haya sido o no producida la electricidad en casa, accesible bajo demanda. Y que esa reserva energética pueda ser comercializada por particulares a través de redes privadas, como ya empiezan a hacerlo con su propia vivienda a efectos turísticos o su propio automóvil al servicio del transporte privado. Todo cuanto estamos aprendiendo de la nueva cultura del acceso o del uso, frente a la de la propiedad del bien y pese a las obsoletas regulaciones estatales y a los numerosos lobbies opositores.

La economía colaborativa tiene mucho más calado de lo que algunos se imaginan. Mucha más trascendencia de la que defienden, a partir de ideas filantrópicas sobre el reparto de la riqueza, el buenismo social y otros postulados neocomunistas, sus paladines más representativos. La economía colaborativa será, ante todo, una economía de la libertad. Un sistema más eficiente de gestionar los recursos no ya en función de su propiedad o titulación, sino de su abundancia productiva digital, su coste marginal de valor próximo a cero y su libre acceso por parte de todos los ciudadanos de este planeta.

Elon Musk, como en su día Steve Jobs, nos invita ahora a diseñar esta nueva revolución social.

Fernando Gallardo |

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