¡A dormir a la playa! ¡Qué bien!

hamaca en la playa

Hay quienes se aferran a un dogma como fundamento de sus convicciones y no aceptan ningún matiz que pudiera corregir o desviarse de este principio establecido por una autoridad como una verdad incuestionable. Da igual que ese fundamentalismo afirme su exclusividad en una creencia religiosa, filosófica, científica, política o cultural. La opinión fijada como acto de fe prescinde de la crítica o el análisis para comprender nuestro mundo. El dogmatismo, según Kant, expresa un conocimiento de conceptos y por conceptos cuyo propósito eleva a conocimiento transcendental lo que debería o podría ser el conocimiento de objetos en general. Más allá de la investigación, el empirimo y la crítica argumentada, todo dogma significa y se significa como una verdad imposible de debatir.

Absténganse entonces los dogmáticos a seguir leyendo esta reflexión que nace como respuesta a un par de lecturas matinales acerca de los mínimos que debe cumplir una actividad económica en la sociedad actual, más concretamente referidos a la industria turística. Dos notas halladas en las redes sociales de dos personas influyentes en el panorama turístico español cuya trayectoria al frente de sus respectivas instituciones he considerado siempre valiosa y digna de admiración.

La primera es un tuit del presidente del Instituto Tecnológico Hotelero, Álvaro Carrillo de Albornoz, referido a un atículo publicado por el diario online El Confidencial, titulado así: «Alarma en Madrid: los hoteleros ‘pinchan’ frente a Airbnb en San Isidro. Si no se pone remedio, avanzamos firmemente hacia el turismo masivo de baja calidad. ¿Es lo que queremos?» Mi respuesta, extremadamente cordial con la hotelería madrileña, no ha podido ser otra que ésta: «Yo no diría jamás que la planta hotelera de Madrid es de baja calidad, pero sin duda el remedio es modernizarla hasta que el ADR (precio medio) se sitúe en los niveles de Barcelona, ciudad con hoteles más atractivos en general que Madrid. Esperemos a la alta calidad de los Four Seasons, W, Ritz…»

La segunda es un artículo del presidente de la patronal hotelera tinerfeña Ashotel, Jorge Marichal, publicado en la revista sectorial Smart Travel News bajo el título de ¡A dormir a la playa! No me puedo sustraer a comentar esta opinión con más amplitud que la anterior por su contenido dogmático, aunque ambas tienen como blanco manido de las críticas el alquiler turístico en España y, concretamente, en las islas Canarias. Se pregunta Marichal en modo de arenga pública: «¿Vamos a permitir que nuestros turistas se alojen en algunos de esos alojamientos sin siquiera baño que estamos viendo publicados en tantas plataformas?»

Este interrogante de controvertida respuesta surge como consecuencia de que únicamente se ha dado de alta en el Registro de Turismo el 14 por ciento de las 131.032 plazas que componen actualmente la oferta de viviendas turísticas en Canarias. Lo cual, deduce Marichal, supone una falta de interés «en ser legales». Y añade: «Vamos, en neto, que no quieren pagar impuestos, ni cumplir normas, ni dar de alta en la Seguridad Social a sus empleados, ni recaudar los impuestos indirectos que contribuyen al progreso social de las Islas». Pero el argumento se cae por su propio peso. Las viviendas turísticas sí que están registradas. Lo están en las plataformas que las conectan con sus usuarios. Y sí que cumplen unas normas. Aquellas que imponen dichos usuarios, pues de lo contrario no podrían ser comercializadas al no captar clientes.

Dejemos claro aquí que el artículo 31 de la Constitución española obliga a todos al cumplimiento de las obligaciones fiscales: «Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio». Sin embargo, el directivo de Ashotel presupone que los propietarios de las viviendas turísticas no inscritas en el Registro de Turismo no quieren pagar impuestos, lo cual es una opinión respetable, aunque no deja de ser una opinión personal suya. Porque si de verdad quisieran pagar impuestos los propietarios de viviendas no sería a la institución turística canaria, sino a la tributaria. Por tanto, el alta debería producirse en el Registro de Hacienda, que es el Mercantil a efectos de sociedades, o el Registro Civil, donde consta la población residente en España.

Con una visión dogmática del turismo, Jorge Marichal denuncia a continuación la existencia de «algunas ofertas de alojamientos turísticos tipo yurtas mongolas en suelo rústico de protección o chamizos de paja bajo el eufemismo de centro de aprendizaje y reflexión». Y se escandaliza porque existe una demanda clara en las plataformas colaborativas por «dormir en un balcón en El Médano por 9 euros la noche», mientras se pregunta no sin cierta ironía: «¿Qué es lo próximo? ¿Alquilar una hamaca en la playa para disfrutar de una experiencia bajo un bonito cielo estrellado y disfrutar de la sensación de hacer nuestras necesidades en las maravillosas aguas del Océano Atlántico?», para aceptar a renglón seguido que el alquiler vacacional es una actividad económica «y, como tal, debe estar controlada y regulada, cumplir unos mínimos».

Sí, Marichal tiene una visión dogmática del turismo porque no concibe otro modo de practicarlo que dormir en los hoteles reglados con las 65 normas diferentes que Ashotel aprueba, según él mismo informa en su artículo. Ni una más, ni una menos. El presidente de la patronal hotelera de Tenerife no entiende, o no acepta, que la demanda experiencial prefiera dormir en los balcones o en una hamaca en la playa, precisamente cuando los destinos más caros del planeta han desarrollado su turismo gracias a la experiencia de dormir en la playa, colgado de un árbol, en una yurta mongol o en un chamizo de paja como los que se ofrecen a 3.000 dólares la noche en Bali, Maldivas o la Polinesia.

¿Acaso no ha caído en la cuenta mi admirado Marichal de que esos mínimos por él aludidos significarían para esta clientela exclusiva, o la mochilera capaz de pasar una noche al raso (que también nace, crece, se reproduce y muere) la prohibición de construir hoteles de hormigón, o sin balcones, o lejos de la playa, o con techos opacos que sustraigan al huésped el disfrute «de una experiencia bajo un bonito cielo estrellado», como él mismo ha definido al turismo por antonomasia?

Una gran parte de los viajeros de hoy considera que los hoteles representados por Ashotel no cumplen los mínimos. No.

Fernando Gallardo |

 

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