Juan Carlos Izpisua Belmonte, uno de los científicos más punteros que tiene actualmente España, ha logrado junto a su equipo de The Salk Institute for Biological Studies, La Jolla, en California, un método innovador para la reprogramación celular hasta un estado similar al de las células madre que también podría ser útil para curar otros daños de la piel, contrarrestar los efectos del envejecimiento o ayudar a comprender mejor el cáncer de piel. Los resultados de la investigación se han publicado en la prestigiosa revista científica Nature.
Así, las úlceras cutáneas sufridas en una quemadura y tratadas con cirugía trasplantando piel de otro lugar para cubrir la herida se sabe que presentan muchas dificultades de injerto cuando la herida es especialmente grande, por lo que el hecho de aislar células madre de la piel del paciente, hacerlas crecer en el laboratorio y trasplantarlas nuevamente al paciente requiere una gran cantidad de tiempo que pone en riesgo su vida. Gracias a la edición genética lograda por Izpisua, las propias células de la herida se pueden convertir en queratinocitos basales sin necesidad de sacarlas del cuerpo, y así regenerarlas en muy poco tiempo.
Esta técnica no solo sirve para los deterioros de piel por quemaduras o cáncer, sino también por los efectos de la edad. Es decir, la vejez. La regeneración de piel, junto a la de órganos esenciales, haría realidad en menos de 20 años el rejuvenecimiento humano. Algo que la comunidad científica internacional viene investigando y cuyos notables avances permiten confiar en que una persona de 60 años podría muy bien, en este caso, regresar a los 50 años o tal vez más, con las consiguientes repercusiones en su bienestar vital y su economía. Los laboratorios Salk son una referencia mundial en el mundo de la biología. Pero también deben ser tomadas en consideración las investigaciones, algo más ilusorias, del gerontólogo biomédico británico Aubrey de Grey, que a través de su instituto SENS (Strategies for Engineered Negligible Senescence) investiga en el campo de la senescencia negligible ingenierizada, una estrategia de reparación de tejidos en línea con la desarrollada por Izpisua que teóricamente permitiría una esperanza de vida indefinida.
Esta indefinicion sería consecuencia de la llamada por De Grey ‘velocidad de escape’ de la longevidad. Al igual que la velocidad de escape espacial, la mínima con la que debe lanzarse un cuerpo para que escape de la atracción gravitatoria, esta velocidad de escape actuarial es la resultante del desarrollo humano, que ha logrado incrementar en dos años por década la expectativa de vida humana. Según esta ecuación, una persona que cumpla hoy los 30 años tiene enormes posibilidades de vivir hasta alrededor de los 95 (y algo más las mujeres), cuando en la actualidad la esperanza de vida le llegaría solamente hasta los 83,10 (85,73 años) en cifras del INE, no muy diferetes a las que publica el Banco Mundial (cuadro de cabecera). Actualmente estamos a un 20 por ciento de la velocidad de escape, pero si aumentara el ritmo de las investigaciones sobre edición genética y nanotecnología este porcentaje sobre la velocidad actuarial se situaría sobre el 30 por ciento, y luego un 40 por ciento. De modo que el proceso de rejuvenecimiento se iría acercando al proceso de envejecimiento. Y, como sucede con la fuerza gravitacional, en un punto dado saldríamos de la órbita temporal del envejecimiento. Ni nos rejuveneceríamos ni envejeceríamos. Estarñiamos flotando en el espacio sideral con ese concepto antes enunciado de esperanza de vida indefinida.
Aubrey de Grey y otros correligionarios suyos transhumanistas creen que tan indefinición en la esperanza de vida permite pensar que la primera persona que conseguirá llegar a los 1.000 años de vida ha nacido ya. Pero esto son ilusiones de quienes piensan que este futuro, un futuro que llegará con inmensas probabilidades de ser tan como lo pintamos, lo llegarán a vivir nuestros hijos o nuestros nietos.
Con toda la cautela que requiere el análisis de cualquier hipótesis científica, no me resulta particularmente descabellado imaginar que a partir de 2045 (año de la Singularidad tecnológica para Ray Kurzweil, que tanto hemos mencionado en nuestros seminarios por toda la geografía española) los seres humanos podrían extender una o dos décadas sus expectativas de vida por medio de la edición genética, ya sea CRISPR o la que esté por venir. Si cada año fallecen en el mundo 78 millones de personas, solo con pensar que la mitad de esa población (accidentados o hambrientos aparte) podría sobrevivir 10 o 20 años más obtendríamos una sobrepoblación de 700 millones de personas para esa fecha. Que, dada su edad y su poder de consumo, significaría un incremento significativo de la población turística en el mundo.
¿Cuántos turistas viajarán en 2045? Independientemente de los ciclos económicos, aunque muy dependiente de la tecnología y del incremento en los índices de bienestar en los países emergentes, la Organización Mundial del Turismo (UNWTO, en sus siglas en inglés) corrigió hace un par de años su previsión del 3,3 por ciento en el crecimiento turístico anual por un más realista 4 por ciento, acorde con la aceleración económica de China y otros países asiáticos. Una proyección sostenida de este crecimiento arrojaría cifras de escándalo: 3.964 millones de viajeros, a partir de la cifra actual de 1.322 millones de turistas internacionales. Disminuyamos este índice de crecimiento al tres por ciento incluyendo aquí una caída del 25 por ciento (del 4 al 3 por ciento) como consecuencia de las crisis cíclicas de la economía mundial y sin valorar las repercusiones de la profunda crisis de deuda pública que se espera en la antesala del 2020. Con el mentado tres por ciento, el objetivo de viajeros en 2045 sería de 3.024 millones. A ello habría que sumarle la sobrepoblación arriba mencionada de 700 millones de personas rejuvenecidas.
Así que las consecuencias del fuerte desarrollo de la biotecnología se nos aparecen hoy más nítidas que nunca. En 2045, Año de la Singularidad, entre 3.700 y 4.500 millones de seres humanos viajarán alrededor del mundo, el triple del contingente actual, si un imprevisto no frena a Juan Carlos Izpisua y su equipo científico del Salk Institute.
Fernando Gallardo |
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