Diario de un viajero en los tiempos de la cólera taxista

priusDomingo de otoño.

Al llegar a la estación de Zaragoza he tenido que tomar un taxi, porque en esta ciudad no operan ni Uber ni Cabify. Aquí el monopolio exclusivo del transporte en automóvil pertenece al taxi.

El vehículo es un Toyota Prius, que años atrás llegó a representar casi un 30 por ciento de la flota taximétrica en España. Hasta que los responsables de Toyota comprendieron lo desalentador de esa imagen de coche taxi para el público en general y se esforzaron en recuperar su estatus de coche tecnológico y vanguardista no homologando el nuevo Toyota Prius como taxi en las ciudades de Madrid y Barcelona.

En Zaragoza, el primer vehículo de la parada es un Prius, así que me subo a él por casualidad. No se ve sucio, pero tampoco del todo limpio.

Al ponerse en marcha, tan solo unos metros más allá de la parada, el taxista a punto está de atropellar a un peatón que cruza tranquilamente por el paso de cebra. Quizá le traicionan los nervios después guardar cola en la larga bolsa de taxis alineada a un costado de la estación de Delicias. El taxista se ensaña con el viandante, paralizado del susto al verse embestido por el Prius. Le pita varias veces y, no contento con el escándalo, le recrimina a gritos que se ponga a cruzar un carril habilitado como estacionamiento de taxis, aunque sea por el paso de cebra habilitado para los peatones.

En tal estado de excitación, con la vista atrás por acentuarle a aquel hombre su enojo, mi taxista no repara en que unos metros más adelante un vehículo está saliendo de su estacionamiento y le han faltado unos centímetros para colisionar. No es su día, no.

Tengo que apretarme el cinturón de seguridad. Puede saltarme la sangre. El taxista lanza unos cuantos improperios más hasta que, solventado el incidente con una dedicatoria en voz alta a la madre del conductor del vehículo que salía de su estacionamiento, se reconcome en su enfado echando un escupitajo por la ventana del taxi, que se estampa inmediatamente en la puerta trasera por la velocidad que ya le había imprimido a la marcha.

Zaragoza se convierte entonces en su circuito de Fórmula 1. Mientras la radio vomita aullidos de gol desde el carrusel deportivo de Onda Cero, el taxista se embute en su asiento de carreras con bruscas aceleraciones y frenazos temerarios. Un semáforo en amarillo. Otro en verde cuando todavía no se ha puesto en verde. Aparto la vista del callejero en el instante en que todos los semáforos se me ponen morados.

Finalmente, el vehículo se detiene unos metros antes de alcanzar la puerta del hotel, quizá intimidado por los vehículos clásicos que el establecimiento exhibe bajo el porche de acceso. ¿Estarán de boda?, me pregunto.

Aliviado por el fin del sprint, le entrego mi tarjeta de crédito para saldar la cuenta con la esperanza de que me abra el maletero y pueda alejarme pronto de sus refunfuños. Vana ilusión. El taxista me mira la mano y, al parecer atónito, se mofa de mi pretensión. «Aquí no aceptamos plástico», dice. Aunque hace tiempo que no me subo a un taxi, me parecía que ya era obligatorio aceptar tarjetas de crédito. «En Zaragoza no», me responde. «Todavía no».

En efecto, me entero después de que en Zaragoza no rige la norma hasta el próximo 1 de enero, en cumplimiento de un acuerdo que el gremio monopolístico del taxi suscribió con el Ayuntamiento a cambio de que la ciudad entera le subvencionara la compra de taxis eléctricos. ¡Ah!, razono, ¡el Consistorio subvenciona aquí a todos sus ciudadanos! «No», me responde, «solo a los taxistas», Y, enseguida, me apostilla: «pero yo, de toda la vida, prefiero el dinero contante y sonante».

Por esas casualidades de la vida llevo en mi cartera algo de suelto. Es algo a lo que todavía estoy obligado en España, ya que pocos comercios aceptan los pagos por móvil. Y el dinero en metálico te independiza un poco de la agencia Montoro/Montero.

Todo hay que decirlo, el taxista tiene a bien sacarme la maleta del maletero y despedirme agradecido por el trance del viaje. Se vuelve a instalar en su Toyota Prius y se aleja de mí sin escupir.

Pero yo no encuentro la plataforma donde se puntúa en Zaragoza a estos profesionales del volante. ¿Lo sabe alguien?

Fernando Gallardo |

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