Hace ahora cuatro años escribíamos estas líneas sobre el triunfo total de la Roja, la selección española de fútbol. Aplaudíamos, ensalzábamos, las cualidades que la llevaron al podio de los campeones: humildad, discreción, camaradería, orden, disciplina, innovación, estrategia, ingenio, competición, amor propio, entrega, denuedo, entereza, simpatía, desinhibición, sencillez, limpieza y juego bonito. Apuntábamos, además, que el empresariado turístico podía tomar buena nota de lo sucedido y ofrecer a sus huéspedes los mismos argumentos para ganárselos: mucha elegancia, camaradería entre todos los actores del sector, paciencia y ganas de trabajar, pase corto en la gestión y no pelotazo, humildad y no soberbia, esponjamiento del campo y no la edificación del bunker en que muchas veces uno se encastilla frente a los problemas sobrevenidos desde el exterior.
La catástrofe vivida por esta misma selección en el Mundial de Brasil nos debe servir ahora para añadir otra cualidad más a la lista. Una característica que no supimos prever, pero que se convertirá en la asignatura pendiente de España durante los próximos años en todos los órdenes. En el deportivo y en el cultural. En el social y en el tecnológico. Sigue leyendo
En la misma semana en que se produjo el revuelo por la noticia de que Gmail no aseguraba la privacidad del correo electrónico de sus usuarios, yo andaba buscando una mesa de escritorio en distintos centros comerciales de Nueva York. Con paciencia y perseverancia, dado que uno a veces se convierte insoportablemente exigente con las cosas del escribir. Que, al fin y al cabo, son también las cosas del comer… Llevaba tres semanas recorriendo calles, avenidas, distritos y alguna que otra página web sin ver satisfechos mis anhelos cuando, de golpe y porrazo, un anuncio a todo color y en varios faldones de la página distraían mi atención con llamativos titulares sobre el mobiliario de oficina que yo necesitaba. Ahí, ahí estaba mi escritorio soñado en secreto. Las mismas líneas, el mismo tablero, el mismo porte. Incluso en las gamas de colores que a mí más me gustan.
A mí si un hotel me va a hacerme sentir como en casa, la verdad es que no viajo, que me sale más barato y me ahorra la incomodidad del desplazamiento. Esto lo he dicho ya varias veces. Pero a fuerza de ponerme en el mocasín de quien se toma la molestia de viajar para que lo agasajen como su familia en el hogar suma a este argumento otra reflexión no menos crucial para la hotelería con encanto. Si tanto arraiga el sentimiento de estar en casa, si tanto gustillo o calor humano nos proporciona esa metáfora doméstica, lo que realmente expresa este manido eslogan hotelero es que… fuera de casa lo estamos pasando mal. No nos satisface lo suficiente el hotel como para renunciar, por un tiempo, a la memoria hogareña. Según lo cual, cuando vamos de viaje, en realidad nos gustaría estar en casa, no en el hotel.
Para gustos, los colores… ¿O no? A algunos les sonaría extraño el aserto si no fuera porque tal es el dicho popular. ¿Cómo el sentido del gusto puede expresarse con colores? Y los números, ¿cabe identificar el número 5 con el color amarillo? Y las letras, ¿puede la letra e expresar el color azul? Tonterías propias de alguien imaginativo, responderá alguno. Y, sin embargo, es cierto como la vida misma que muchas personas experimentan sensaciones de una modalidad sensorial a partir de la estimulación de otra distinta. En un experimento científico hubo quien identificó un piano como una neblina azul, una guitarra eléctrica con líneas anaranjadas o rojizas flotando en el aire.