Muchas. Nadie sabe cuántas. Pero todo el mundo coincide en que las normas de obligatorio cumplimiento por el sector hotelero español son demasiadas. El vicepresidente del lobby Exceltur, José Luis Zoreda, habla de 300 sin citarlas. Contradictoriamente, Exceltur se refiere concretamente a las 244 normas de un estudio encargado a Ernst Young.
El desacuerdo sobre la cantidad de normas hoy existentes, fruto de la quiebra del mercado turístico único en España y la multiplicidad legislativa de las 17 comunidades autónomas, no empece sin embargo a precisar el coste de dicha sobrerregulación en cada reserva hotelera: entre 30 y 40 euros, siempre según las cifras barajadas por el tendencioso estudio de Ernst Young sobre el impacto de la economía colaborativa en el turismo español.
Como ya señalamos en un artículo anterior, la hiperregulación turística es absurda para el raciocinio humano, redundante en el ordenamiento jurídico, dañina para las empresas hoteleras, discriminatorias frente a la creatividad exigible hoy al producto turístico y contrarias a la libertad de emprendimiento consagrada por la Unión Europea.
Si nos atenemos al sistema español de clasificación CEHAT, es absurdo obligar a que los establecimientos hoteleros exhiban «los precios máximos de los servicios (…) en la recepción en un lugar visible». Absurdo porque la evolución de la industria turística ha eliminado los precios fijos, máximos o mínimos, que ahora fluctúan como las moléculas de oxígeno en su estado líquido o vaporoso durante una tormenta. Inútil para quien hace la reserva porque mayoritariamente se informa por Internet y también mayoritariamente reserva a través de los canales online al precio de su conveniencia, y si ese precio asciende o desciende un minuto después de la reserva, el contrato tácito de la reserva santifica el precio obtenido en el momento del clic.
Arcaico es también exponer esa lista de precios en un lugar inexistente, pues debe ser una prerrogativa del hotelero determinar o no un mostrador de recepción. Ya empiezan a verse hoteles con un totem digital en lugar de mostrador e incluso hoteles sin recepción. O, mejor, con un concepto avanzado de no-recepción, como ya sugerimos en este Foro hace seis años.
El documento normalizador de la CEHAT menciona igualmente la obligatoriedad de una «lista de precios en la habitación de los servicios extra (por ejemplo, teléfono, lavandería, garaje)». ¿Y qué ocurre si un hotel con garaje no desea ofrecer una plaza a algunos de sus clientes? O que se niegue a malgastar papel en mantener actualizado el tarifario de las llamadas telefónicas (que cada vez menos huéspedes efectúan) a todos los países del mundo y de todas las operadoras susceptibles de ser utilizadas en dicho establecimiento. Es difícil de entender que un documento elaborado durante la presente década se refiera a elementos en desuso ya desde el siglo pasado.
¿Acaso es obligatorio exhibir los precios de una camisa en el escaparate de una tienda de moda? ¿Por qué iba, pues, a serlo en el escaparate de un alojamiento hotelero? Toda esta caspa legislativa no hace sino legitimar el libre alquiler de viviendas, que cada día encuentra más adeptos en una demanda con mayor nivel cultural y tecnológico.
Los siguientes puntos del glosario CEHAT se refieren a la superficie mínima que deben garantizar las habitaciones para segmentar a la hotelería por estrellas, de una a cinco, como si los 17 metros cuadrados acreditables en una habitación ‘cinco estrellas’ sirvieran para categorizar rotundamente el lujo de ese hotel. Como si la caja fuerte para guardar dinero y objetos cada vez más virtuales fueran la medida de la exclusividad en la percepción del huésped. Como si el ascensor fuera la justificación necesaria para destruir la escalera románica de un castillo e instalar en su lugar un vulgar ascensor automático. El documento ahorra citar, por ridícula, la exigencia de una peluquería entre sus instalaciones, que el legislador tuvo que inventar como símbolo extremo del pijerío o concesión a los frecuentes ágapes de su gremio.
Y qué decir de esa inefable placa azul que distingue a los hoteles como el hierro a la ganadería y los iguala unos a otros en su función, que es el sello a evitar por esas nuevas generaciones que viajan y se hospedan en las antípodas de esa seña ganadera, porque se han criado en el país más grande del mundo (Facebook) y se reconocen entre sí no por un DNI, sino por su propio nombre y apellido.
Claro que los hoteles se pueden categorizar. Por estrellas, espigas, aceitunas o chips. Pero a estos denodados intentos por actualizar la clasificación hotelera, provenientes de la española CEHAT o de la europea HOTREC, ya se les ha adelantado TripAdvisor. Es el viajero quien ha tomado el mando de la clase, el que pone o quita estrellas, el que lleva al éxito o al fracaso a una empresa, el que toca el silbato, da la alerta y, sobre todo, el que paga el chiringo al empresario hotelero y al regulador turístico.
Definitivamente sobran normas si se quiere mirar de cara al futuro. Sobran muchos —si no todos— de esos 244 o 300 obstáculos a la personalización de las instalaciones y los servicios hoteleros. Toda barrera a la diferenciación de las experiencias turísticas originará un commodity de valor tendente a cero. Es lo que hemos proclamado en el vídeo que encabeza este artículo, procedente de una entrevista realizada por el canal 4 de TV durante el seminario sobre la economía colaborativa del turismo que celebramos en el Ilustre Colegio de Abogados de Palma de Mallorca el pasado 9 de marzo de 2016.
¡A desregular toca!
Fernando Gallardo |
Muy de acuerdo con el post. El modo de regular los establecimientos turísticos es totalmente obsoleto. Todos conocemos casos de hoteles de muchas estrellas con bajas puntuaciones en OTAs y comparadores. Y viceversa.
Los viajeros ya no buscamos estrellas, buscamos opiniones favorables, presagio de buenas experiencias. Los profesionales ya no nos sentimos identificados con las estrellas que la administración nos otorga, sino con la puntuación que se deriva de las buenas o malas sensaciones que hemos sabido provocar en nuestros clientes. Y es en esas puntuaciones en las que basamos nuestras actuaciones, nuestras estrategias.
Un saludo, Sr. Gallardo